El arresto de Durov y las paradojas de la libertad
Tanto los portavoces del poder como la mayoría de las voces de la oposición en Moscú reaccionaron sorprendentemente al unísono ante el arresto en Francia del zar ruso de Internet, en defensa de la libertad de expresión y comunicación. Una clara confirmación de que el arma de guerra por excelencia no son los drones de ataque ni la bomba nuclear, sino la ideología que distorsiona la realidad.
El acontecimiento más sensacional para Rusia en los últimos días no ha sido la predicción de la victoria de Ucrania en la guerra, anunciada por el presidente Volodymyr Zelenskyj tras el entusiasmo por el éxito de la ofensiva en la región de Kursk, sino la detención del zar ruso de Internet, Pavel Durov, en un aeropuerto francés. Tanto los portavoces del poder como la mayoría de las voces de la oposición en Rusia reaccionaron sorprendentemente al unísono en defensa de la libertad de expresión y comunicación. La guerra de la información, en efecto, es mucho más amplia y devastadora que la guerra sobre el terreno, obviamente no por el número de víctimas y la magnitud de la destrucción, sino por la percepción efectiva del poder o el espesor de la lucha contra el mismo.
La plataforma de mensajería Telegram, fundada por Durov en 2013, es de hecho el único espacio donde el público de habla rusa puede tener acceso a contenidos políticos sin bloqueos, interrupciones o sanciones, y esto no sólo se aplica a Rusia, sino a muchos países de Oriente Medio, Asia central y el Sudeste Asiático. En Europa occidental, y en particular en Francia, Telegram se asocia a menudo con el narcotráfico, el terrorismo, la piratería informática y la difusión de material pornográfico, incluida la pedofilia.
Pavel Durov, un empresario de San Petersburgo que cumplirá cuarenta años en octubre, domina el espacio de las redes sociales en Rusia desde 2006, cuando comenzó la difusión de estos nuevos medios en el mundo. Junto con su hermano Nikolai fundó la primera red VKontakte (“En contacto”), que inmediatamente se hizo popular en Rusia y en varios Estados ex soviéticos, junto con el otro messenger, Odnoklassniki (“Compañeros de clase”), también vinculado al sistema de Durov. Estas primeras herramientas quedaron bajo el control total del Kremlin después que comenzó el conflicto con Ucrania en 2014, y el joven magnate digital reivindicó su libertad para difundir cualquier información, incluso aquella que crtiticara al gobierno, y se mantuvo en el trono de Telegram.
Después, Durov abandonó oficialmente Rusia, adonde no obstante regresa siempre que lo considera necesario, y fijó su residencia en Dubai, tomando al mismo tiempo la ciudadanía de los Emiratos, de las islas de San Cristóbal y Nieves, y de Francia, y renunciando a los Estados Unidos y a Singapur, donde "sentía demasiadas presiones", como contó en una entrevista con Tucker Carlson, el único periodista occidental que quieren los rusos. El pasaporte francés le fue concedido de forma estrictamente privilegiada, tras algunas cenas con el presidente Emmanuel Macron, quien le aconsejó trasladar la sede de su empresa a París.
Su arresto en Francia - con libertad bajo fianza al cabo de una semana y la obligación de permanecer en el país - desató una tormenta de reacciones en Rusia, y despertó numerosas dudas sobre las verdaderas motivaciones. Durov viajó a París en su avión privado desde Azerbaiyán, donde habría tenido la oportunidad de reunirse directamente con Vladimir Putin. Parece poco probable que no estuviera al corriente de los riesgos del viaje, dadas sus relaciones al más alto nivel, por lo que se especula que se trata de una maniobra con oscuros propósitos, a menos que demuestre la arrogancia de quien se cree por encima de todas las leyes. Los rusos sospechan que el amo de Telegram ha ido a entregar las claves de acceso a la información crucial de su messenger, para colaborar con los occidentales en la guerra global.
La plataforma, en efecto, es intensamente utilizada por los soldados rusos para comunicarse entre sí (también por los ucranianos, por otra parte), pero no es muy creíble que los comandantes militares transmitan planes estratégicos a través de ella y, además, el sistema Telegram no tiene verdaderas "claves de acceso", porque está construido sobre un castillo de bases de datos y servidores que no se comunican entre sí. Más allá de la importancia técnico-militar del asunto, su resonancia demuestra el significado más amplio de los entramados en el mundo de la comunicación; Rusia, aislada política y económicamente de Occidente y en busca de una nueva dimensión a caballo entre dos mundos, no puede renunciar a su papel en el espacio global virtual.
El control de la información es, en efecto, la principal herramienta para imponer una interpretación de los hechos favorable a los propios fines. Ciertamente esto no es nada nuevo: la manipulación de la realidad ya era uno de los principales objetivos de los antiguos historiadores romanos, desde el propio Julio César hasta Tito Livio, Tácito y Salustio, como arma ideológica del imperio. Los rusos lo han aplicado desde la "Crónica de Néstor" medieval, que narra la historia de la Rus' de Kiev para presentar al "nuevo pueblo" llamado a reescribir la historia, en la que se inspiraron los zares y los secretarios soviéticos, hasta su actual emulador del Kremlin. Un escritor y filósofo ruso del siglo XIX, Vladimir Odoevsky, incluso había profetizado el nacimiento de los blogs y de internet en su novela utópica “Año 4338”, escrita en 1835, en la que cuenta que “entre las casas se han instalado telégrafos magnéticos, gracias a los cuales las personas que viven a grandes distancias pueden conversar entre sí", e incluso difunden "periódicos caseros, escritos por los que tienen mayores conocimientos y que sustituyen la correspondencia habitual", donde además de informar sobre la vida interna de las familias se ofrecen "diferentes reflexiones, observaciones , descubrimientos y propuestas".
Efectivamente, hay una gran cantidad de propuestas en Telegram y muchas de ellas generan verdaderas preocupaciones. Muchas veces Durov ha tenido que someterse a regañadientes a las imposiciones de Estados extranjeros, como en 2022, cuando Alemania lo acusó de no moderar los contenidos de acuerdo con la ley, la misma acusación que motivó su arresto en París. No hace mucho se redactó en Europa la versión final de la Digital Services Act, el reglamento de la UE sobre servicios digitales 2022/2065, que los representantes de Telegram juran cumplir escrupulosamente, bloqueando contenidos pirateados y no difundiendo a los europeos canales prohibidos como RT, la rama de Russkoe Televidenie, uno de los principales medios de propaganda del Kremlin. Por otra parte, la Comisión Europea ha precisado que no se han detectado violaciones de estas reglas por parte de Telegram.
La investigación de París se basa en la legislación francesa y acusa a Durov de no cooperar con la policía local. Y aquí se plantea la pregunta que preocupa a todo el mundo digital, no sólo por el destino del boss del ecosistema: ¿hasta qué punto se justifica el control de lo que se difunde en la red? ¿Dónde se ubica la línea que separa la “moderación” y la censura? Si se trata de defenderse de los delitos informáticos, entonces se debe conceder el derecho a interferir en cualquier intercambio de contenidos, como de hecho sucede a menudo más allá de las leyes. Eso es, en efecto, lo que quiere Rusia, incluso más que Francia o Estados Unidos, hasta el punto de poder controlar los pensamientos y movimientos del alma, y no hay nada como el mundo virtual para forzar todos los compartimentos secretos de la vida interior de las personas.
Esa es la razón por la que incluso en los países más democráticos hay cada vez menos confianza en las autoridades y sus declaraciones, y todo el mundo intenta reservarse un espacio en el que sentirse más o menos autónomo, como intenta proponer Telegram de forma más creíble que muchas redes sociales más populares. La libertad de expresión siempre ha sido un concepto ambiguo y se está convirtiendo en un ideal cada vez más confuso y contradictorio. Rusia libra su guerra "contra el falso liberalismo", el demonio por el cual invita a todos los ciudadanos del mundo a trasladarse al "mundo de la pureza de los valores tradicionales", pero reclama la libertad para Durov y sus instrumentos tan poco tradicionales.
El arma por excelencia de la guerra no son los drones de ataque ni la bomba nuclear, es la ideología que distorsiona la realidad y convierte un valor universal como la libertad de la persona en un instrumento de control del poder. Si se puede discutir hasta qué punto es lícito permitir a los ucranianos el uso de misiles occidentales contra Rusia, o la rescisión de los vínculos eclesiásticos con la ortodoxia rusa, no se puede prescindir del compromiso de definir los contenidos de la libertad de pensamiento, de expresión y de palabra, en Internet o en cualquier otra parte, considerando que en este campo no existen fronteras geográficas ni zonas de separación y no beligerancia. Todos somos rusos y franceses, todos somos protagonistas de Telegram o de cualquier otro sistema que difunda palabras e imágenes, que nos obliga a elegir y a decidir en qué realidad queremos vivir.
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