09/09/2023, 15.18
MUNDO RUSO
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El Papa y Ucrania, la Iglesia y el Imperio

de Stefano Caprio

Detrás de los desencuentros entre Francisco y los greco-católicos ucranianos no hay simplemente una cuestión personal relacionada con el contexto actual. La búsqueda de la armonía del Vaticano con la "Tercera Roma" de los zares y de los emperadores modernos (hasta los secretarios del partido y los presidentes federales) ha sido una constante en la historia desde hace más de un milenio. Como las complicadas relaciones entre la Santa Sede y los "uniatos" de esa frontera que es Kiev.

El Sínodo de la Iglesia greco-católica ucraniana se inauguró en Roma el 3 de septiembre mientras el Papa Francisco se encontraba de viaje en Mongolia, creando un curioso efecto de inversión de los polos. El líder católico de Occidente se encontraba en la frontera de Oriente, mientras que la principal expresión católica del Oriente cristiano se reunía en la capital espiritual de Occidente. Y probablemente esto expresa el sentido del término "católico", ya sea griego o romano, mongol, ruso o ucraniano (palabra que a su vez indica la "frontera").

El arzobispo mayor de Kiev, Sviatoslav Shevchuk, recordó todas las muertes causadas por la guerra de los "asesinos de Dios", como él ha definido a los agresores rusos, que matando a inocentes aniquilan la presencia misma de Dios. La tragedia de la invasión y el interminable conflicto entre las dos orillas del río Dnipro es sin duda el principal tema de debate entre los 55 obispos ucranianos que han llegado de diversas partes del mundo. No es la primera vez que el Sínodo de los "uniatos" se reúne en Roma; de hecho, hasta 30 años atrás, en tiempos de la URSS, la capital papal era también la sede de la Iglesia greco-católica, y la catedral de Santa Sofía en Via Boccea recordaba a la gran Kiev, oprimida por el poder ateo de la "religión comunista”.

Los ucranianos perseguidos han formado una gran diáspora en todo el mundo, desde Europa hasta América del Norte, Australia y América del Sur. El mismo Shevchuk sirvió durante años a su iglesia en Argentina, donde forjó un vínculo afectuoso con el entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, relación que sigue siendo un importante punto de referencia incluso en estos tiempos difíciles y llenos de contradicciones. El Sínodo, en efecto, también ha estado marcado por una polémica, muy amplificada mediática y diplomáticamente, que desataron las palabras del Papa Francisco durante la videoconferencia con los jóvenes católicos rusos reunidos en San Petersburgo, cuando los exhortó a ser "herederos de la gran madre Rusia", palabras que provocaron contrariedad y "decepción" en los obispos católicos ucranianos.

En el encuentro del miércoles 6 de septiembre, que duró casi dos horas, Shevchuk agradeció al Papa por el afecto que ha demostrado de tantas maneras y en tantas ocasiones, y el malentendido también quedó superado gracias a la explicación que dio el mismo pontífice sobre sus verdaderas intenciones, que eran no condenar la gran cultura rusa confundiéndola con la instrumentalización política. La oración y el apoyo del Papa a la Ucrania "martirizada" no están en duda sino que, por el contrario, han sido subrayados con el uso del neologismo "martiricidad" para referirse a la esencia misma de la vida del pueblo ucraniano y de su Iglesia, tanto ortodoxa como católica, en las versiones griega y latina.

La vocación al martirio, por otra parte, es la característica original de toda la Iglesia, que se manifiesta ya en los primeros siglos del cristianismo. Y lo es de manera especial para Ucrania, una tierra llamada al sacrificio desde sus orígenes, no sólo como consecuencia de los delirios de grandeza de Putin o las supuestas simpatías prorrusas del Papa argentino. Es una tierra que se encuentra entre Oriente y Occidente desde su bautismo en el 988,  impuesto a Kiev por el Príncipe Vladimir para evitar el enfrentamiento total con el imperio bizantino, y continuamente atacada por pueblos asiáticos, caucásicos, nórdicos y occidentales que se disputan el dominio de Europa y del mundo. Es la tierra devastada por la invasión tártaro-mongola, evocada con matices igualmente ambiguos por el mismo Papa Francisco en su viaje a Ulán Bator.

Precisamente en la desolación del siglo XIII los papas enviaron mensajeros y mediadores, frailes franciscanos y cardenales, para tratar de encontrar vías de reconciliación con los rusos y los mongoles que protegieran al mundo latino y frenaran las masacres. Esta búsqueda de la armonía de Roma con la "Tercera Roma" de los zares más antiguos y de los emperadores modernos, pasando por secretarios del partido y presidentes federales, ha sido una constante en la historia desde hace más de un milenio, y la misma Ucrania nació en el contexto de este "diálogo imperial”. Cuando en 1596 se proclamó la Unión de Brest-Litovsk, que dio origen a la Iglesia greco-católica "rutena", el papado quiso asumir también las dimensiones orientales del patriarcado, lo que desde entonces dio lugar a numerosas contradicciones. Los ucranianos han sido sometidos a oleadas de “rusificación” por parte de Moscú, pero también de “latinización” por parte de Roma, a través de Varsovia, Vilnius y Budapest, para recordar sólo algunas de las capitales occidentales que participaron en el control del territorio que hoy defienden los países de la OTAN contra el monstruo euroasiático.

Los obispos latinos de Polonia han estado a menudo entre los principales adversarios de sus “hermanos” greco-católicos hasta tiempos recientes. Por ejemplo, cuando el cardenal Wyszynski, primado de Varsovia y maestro de Karol Wojtyla, se opuso en 1958 a la canonización del arzobispo Andrej Sheptickij, metropolitano de Lviv de los greco-católicos, que murió en 1944 cuando Ucrania se encontraba entre medio de alemanes y rusos durante el drama de la Segunda Guerra Mundial que tanto recuerda la guerra actual. El santo Papa Juan Pablo II, que conocía perfectamente estos terribles acontecimientos, intentó por todos los medios ayudar a resurgir a la Iglesia en Ucrania y visitó Kiev con las últimas fuerzas que le quedaban antes de su enfermedad y muerte, casi como si presintiera lo que sucedería menos de dos décadas después.

No menos complicadas fueron las relaciones entre Roma y los greco católicos durante los años soviéticos, cuando la Ostpolitik vaticana -que se inauguró en tiempos de Juan XXIII, y continuaron Pablo VI y sus sucesores hasta la caída de la URSS- parecía querer ignorar el martirio de los ucranianos, de los sacerdotes, obispos y fieles asesinados y encarcelados en los campos de concentración. Un ejemplo impresionante fue la suerte del primado Joseph Slipyj, el arzobispo de Lviv que fue liberado en 1963 tras 18 años de reclusión a cambio del "silencio vaticano", para evitar que se condenara el comunismo durante el Concilio. Slipyj fue nombrado cardenal "in pectore" en 1965, aunque recién se hizo público cuando eso ya no habría irritado a los dirigentes moscovitas, y la cabeza de los uniatos se dedicó precisamente a la atención pastoral de la diáspora ucraniana en todo el mundo.

Por tanto, no se trata de una cuestión personal entre Bergoglio y los greco católicos, aunque no hayan faltado motivos de incomprensión desde 2016, cuando el Papa se reunió con Kirill, el patriarca de Moscú, en el aeropuerto de La Habana y evitó condenar las acciones militares de los rusos en el Donbass que habían comenzado dos años antes. No cabe duda de que la espontaneidad del Papa Francisco en algunas oportunidades, como en su discurso a los jóvenes rusos, pone de manifiesto su profunda simpatía por la "gran Rusia" que pone tan nerviosos a los ucranianos. Comentando sus propias declaraciones, el pontífice aclaró que ciertamente no pretendía defender el imperialismo y que sus referencias a los emperadores Pedro el Grande y Catalina II sólo eran "reminiscencias escolásticas", cuando en realidad él tenía en mente la cultura de Dostoievski y Borodin, el compositor del siglo XIX que citó durante su viaje a Mongolia. El Papa admitió también que tal vez estas citas no eran del todo apropiadas, y se remitió a los historiadores para que las referencias fueran más eficaces.

De hecho, los historiadores saben muy bien que Pedro y Catalina son dos modelos de la Rusia "occidentalizada", por lo que no es extraño que sean los primeros que le vengan a la mente a un amante occidental de Rusia. Hoy también son unos de los modelos preferidos de Putin como inspiración de la ideología del "mundo ruso", lo que ha sido la razón de la decepción de los obispos ucranianos, pero sin duda no era ésa la intención del Papa. En todo caso cabe recordar que los jesuitas, orden a la que pertenece el Papa Bergoglio, comenzaron a actuar abiertamente en Rusia bajo el reinado de Pedro (eran los principales "propagandistas" de la cultura occidental en la nueva capital, San Petersburgo), y fueron "salvados" por Catalina a fines del siglo XVIII, cuando habían sido suprimidos en el resto del mundo. Además de sus estudios secundarios, el Papa seguramente debe haber oído hablar de ellos durante su formación jesuita.

No obstante, hay una innegable dimensión de "imperialismo papal" al asociar la cultura con los grandes soberanos que llevaron la guerra a todas las latitudes (Catalina invadió y rusificó Crimea, y por eso Putin la ama tanto). Y la explicación ni siquiera está en el discurso a los jóvenes rusos, sino en otra frase del Papa Francisco que los medios no reprodujeron porque es mucho menos utilizable en las polémicas mediáticas de este momento. El 2 de septiembre, durante el encuentro con el presidente y las autoridades de Mongolia, el Papa recordó "el imperio mongol, que a lo largo de los siglos ha sabido llegar a muchas tierras lejanas y diferentes entre sí... que el Cielo nos conceda hoy recrear las condiciones de lo que fue la pax mongolica, es decir, la ausencia de conflictos”.

Sin duda el Papa no se proponía exhortarlos a sentirse herederos de Genghis Khan o de Khan Batu, el invasor de Rusia, sino que probablemente lo relacionaba con la antigua pax augusta de los romanos, en la época del nacimiento de Cristo. Un legado de paz que fue asumido por los cristianos tras la caída del Imperio Romano, precisamente en la figura del papa de Roma y ​​en la comunión católica de los pueblos del mundo entero.

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