El Papa en Luxemburgo: "La riqueza es una responsabilidad"
Una llamada de atención a las naciones más desfavorecidas en su discurso a las autoridades del Gran Ducado, primera etapa del nuevo viaje que le llevará también a Bélgica. Detrás de las guerras que vuelven a ensangrentar Europa «la incapacidad de mirar hacia arriba». El Evangelio de Jesús como «fuerza de renovación personal y social». Los pequeños países de las zonas fronterizas indican «las necesidades de una era de paz».
Luxemburgo (AsiaNews) - «La riqueza es una responsabilidad. Que estemos siempre vigilantes para no descuidar a las naciones más desfavorecidas, es más, que se las ayude a salir de su condición de empobrecidas». Lo dijo hoy el Papa Francisco dirigiéndose a las autoridades, a la sociedad civil y al cuerpo diplomático en Luxemburgo, primera parada de su nuevo viaje apostólico que hasta el domingo le llevará también a Bélgica, dos países en el corazón no sólo geográfico de Europa.
Una parada en un pequeño país del Viejo Continente, que sin embargo es también el de mayor renta per cápita. Miembro fundador de la Unión Europea y de sus Comunidades predecesoras, es sede de numerosas instituciones europeas, entre ellas el Tribunal de Justicia de la Unión, el Tribunal de Cuentas y el Banco de Inversiones. «No olvidemos que la guerra es siempre una derrota. La paz es necesaria. Es muy triste que hoy, en un país de Europa, las inversiones que dan más ingresos sean las de las fábricas de armas».
Precisamente de la particularidad de la situación geográfica del Gran Ducado -situado en la frontera de diferentes áreas lingüísticas y culturales europeas- el Papa Francisco extrajo un mensaje más general para todo el mundo. Cuando prevalecen lógicas de enfrentamiento y de oposición violenta -observó-, los lugares que se encuentran en la frontera entre potencias en conflicto acaban estando -a pesar suyo- fuertemente implicados. Cuando, por el contrario, los espíritus redescubren por fin caminos de sabiduría, y la oposición es sustituida por la cooperación, entonces esos mismos lugares se convierten en los más adecuados para indicar las necesidades de una nueva era de paz y los caminos a seguir».
Y no son «la extensión del territorio o el número de habitantes los requisitos para que un Estado desempeñe un papel importante en la escena internacional, o para que se convierta en un centro neurálgico económico y financiero». Se trata más bien de «la paciente construcción de instituciones y leyes sabias que, al regular la vida de los ciudadanos según criterios de equidad y con respeto al Estado de Derecho, sitúan a la persona y al bien común en el centro, previniendo y contrarrestando los peligros de discriminación y exclusión. Luxemburgo es un país de puertas abiertas, un bello testimonio de no discriminación y de no exclusión».
Pero este testimonio exige ser reafirmado en el contexto de la Europa de hoy. "Para ser auténtico e integral", advierte Francisco, "el desarrollo no debe expoliar y degradar nuestra casa común y no debe dejar al margen a pueblos o grupos sociales: todos, todos hermanos”. A continuación, recuerda el resurgimiento, también en el continente europeo, «de fracturas y enemistades que, en lugar de resolverse sobre la base de la buena voluntad recíproca, de las negociaciones y del trabajo diplomático, desembocan en hostilidades abiertas, con su secuela de destrucción y muerte. Parece que el corazón humano no siempre sabe apreciar la memoria y periódicamente se extravía y vuelve a los trágicos caminos de la guerra. En esto somos olvidadizos».
La califica de «esclerosis peligrosa, que enferma gravemente a las naciones, aumenta los conflictos y corre el riesgo de lanzarlas a aventuras con inmensos costes humanos, renovando inútiles masacres». Y es una enfermedad -explica el Papa- que se puede superar volviendo a «elevar la mirada hacia lo alto, necesitamos que la vida cotidiana de los pueblos y de sus gobernantes esté animada por altos y profundos valores espirituales». «Como Sucesor del Apóstol Pedro -explicó-, en nombre de la Iglesia, también soy enviado aquí para testimoniar que esta savia vital, esta fuerza siempre nueva de renovación personal y social es el Evangelio de Jesucristo». Sólo su poder «es capaz de transformar profundamente el alma humana, haciéndola capaz de hacer el bien incluso en las situaciones más difíciles, de apagar los odios y reconciliar a las partes en conflicto. Que todos, cada hombre y cada mujer, en plena libertad, conozcan el Evangelio de Jesús, que ha reconciliado a Dios y al hombre en su Persona y que, conociendo lo que hay en el corazón humano, puede curar sus heridas».
He aquí, pues, la invitación a Luxemburgo a «mostrar a todos las ventajas de la paz frente a los horrores de la guerra, de la integración y de la promoción de los emigrantes frente a su segregación, los beneficios de la cooperación entre las naciones frente a las consecuencias nefastas del endurecimiento de las posiciones y de la búsqueda egoísta y miope, o incluso violenta, de los propios intereses». Y aquí también el recordatorio de la preocupación por el invierno demográfico: «He visto la natalidad: por favor, más niños, más niños. Es el futuro».
Por último, el Papa Francisco citó el lema 'Servir', elegido para este viaje. «Se refiere directa y eminentemente a la misión de la Iglesia -explicó-. Pero permitidme que os recuerde que servir, es también para cada uno de vosotros el alto título de nobleza, la tarea principal, el estilo que hay que asumir cada día. Que el buen Dios os conceda hacerlo siempre con espíritu alegre y generoso. Y que los que no tienen fe trabajen por sus hermanos, trabajen por su país, trabajen por la sociedad. Este es un camino para todos, siempre por el bien común».
23/12/2015