El Papa desde Juba: que los cristianos sean sal y luz para traer la paz
El mensaje en la misa de clausura en el país africano con mayor número de desplazados y refugiados a causa de la guerra civil: "Depongan las armas del odio y la venganza". "La esperanza tiene rostro de mujer, como Santa Josefina Bakhita". La promesa de seguir acompañando el proceso de paz en Sudán del Sur junto con el primado anglicano Welby y el moderador de la Iglesia de Escocia Greenshields.
Juba (AsiaNews) - "Depongan las armas del odio y la venganza". Que cada uno se convierta en "sal y luz" para llevar la esperanza y la paz a Sudán del Sur. Este es el llamado que el Papa Francisco repitió esta mañana desde Juba en la homilía de la misa de clausura de su viaje apostólico a África. La celebración eucarística tuvo lugar ante 100.000 fieles en el mausoleo de John Garang, héroe de la independencia de este joven país, azotado por una guerra civil que lo convirtió en el país africano con mayor número de desplazados y refugiados.
Fue precisamente con esta humanidad herida con la que el Papa tuvo ayer por la tarde el encuentro más conmovedor de esta visita a Sudán del Sur: junto con el Primado anglicano Justin Welby y el Moderador de la Iglesia de Escocia, el pastor Ian Greenshields, que lo acompañaban en esta peregrinación ecuménica, invocó la paz de Dios, que "no es sólo una tregua entre conflictos, sino una comunión fraterna, que nace de unir, no de absorber; de perdonar, no de avasallar; de reconciliar, no de imponerse".
Y hoy, en la homilía de la misa, recordó la tarea de cada uno en la construcción de esta paz, deteniéndose en las imágenes de la sal que da sabor y de la luz que no hay que esconder bajo una olla propuestas por la liturgia de hoy. "Ante tantas heridas -comentó Francisco-, ante la violencia que alimenta el veneno del odio, ante la iniquidad que causa miseria y pobreza, puede parecerles que son pequeños e impotentes. Pero, cuando les asalte la tentación de sentirse inadecuados, prueben mirando la sal y sus diminutos granos: es un ingrediente pequeño y, una vez colocado en el plato, desaparece, se deshace, pero es precisamente así como da sabor a todo el contenido. Así, los cristianos, a pesar de ser frágiles y pequeños, incluso cuando nuestras fuerzas parecen ser poca cosa ante la magnitud de los problemas y la furia ciega de la violencia, podemos ofrecer una contribución decisiva para cambiar la historia".
De ahí el llamado, en un país africano de gran mayoría cristiana: "En nombre de Jesús, de sus Bienaventuranzas, depongamos las armas del odio y de la venganza para tomar las armas de la oración y de la caridad", exhortó el Pontífice. "Superemos esas antipatías y aversiones que, con el tiempo, se hicieron crónicas y corren el riesgo de enfrentar a tribus y etnias; aprendamos a poner en las heridas la sal del perdón, que quema pero cura". Y, aunque el corazón sangre por los agravios recibidos, renunciemos de una vez por todas a responder al mal con el mal, y estaremos bien por dentro; aceptémonos y amémonos con sinceridad y generosidad, como Dios hace con nosotros".
Incluso en un país profundamente herido como Sudán del Sur, cada uno puede convertirse en una luz, explicó el Papa: "Antes de preocuparnos por la oscuridad que nos rodea, antes de esperar que algo a nuestro alrededor se ilumine, estamos obligados a brillar, a iluminar con nuestra vida y con nuestras obras las ciudades, los pueblos y los lugares que habitamos, las personas que frecuentamos, las actividades que realizamos". Porque "si vivimos como hijos y hermanos en la tierra, la gente descubrirá que tiene un Padre en el cielo".
Y es precisamente la llama de la caridad la que alimenta esta luz. "Se nos pide arder de amor -añadió Francisco-. No debe suceder que nuestra luz se apague, que el oxígeno de la caridad desaparezca de nuestra vida, que las obras del mal le quiten el aire puro a nuestro testimonio. Esta tierra, hermosa y martirizada, necesita la luz que cada uno de ustedes tiene, o mejor dicho, la luz que cada uno de ustedes es".
Al final de la celebración, antes de rezar el Ángelus, el Pontífice expresó su agradecimiento a los cientos de miles de fieles reunidos en los últimos días: "Acudieron aquí en gran número desde distintas partes, muchos pasando tantas horas, si no días, en el camino -dijo-. Además del afecto que me demostraron, les doy las gracias por su fe, por su paciencia, por todo el bien que hacen y por el duro trabajo que ofrecen a Dios sin desanimarse, sabiendo cómo seguir adelante".
"Esperanza", añadió, "es la palabra que me gustaría dejarle a cada uno de ustedes, como un regalo para compartir, como una semilla que da fruto. Como nos recuerda la figura de Santa Josefina Bakhita (originaria de Sudán, n.ed.), la esperanza, aquí especialmente, está en el signo de la mujer y quiero agradecerles y bendecir de manera especial a todas las mujeres del país". Y a la Madre de todas las mujeres le encomendó una vez más "la causa de la paz en Sudán del Sur y en todo el continente africano. A la Virgen le encomendamos también la paz en el mundo, en particular en los numerosos países que están en guerra, como la atormentada Ucrania".
Por último -antes de partir a Roma- la promesa que hizo junto con el Primado anglicano Welby y el Moderador de la Iglesia de Escocia Greenshields: "Hemos venido aquí y seguiremos acompañando sus pasos, los tres juntos, haciendo todo lo posible para que sean pasos de paz, pasos hacia la paz. Ustedes están en nuestros corazones, están en los corazones de los cristianos de todo el mundo. No pierdan nunca la esperanza. Y no pierdan la oportunidad de construir la paz".