04/12/2019, 10.25
RUSIA
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El Padre Ilja, un cura-taxista, cuenta su misión

de Vladimir Rozanskij

Los superiores le retiraron la parroquia y para mantener a su familia conduce un automóvil, llevando clientes. Trabajar como taxista le permite ser un sacerdote que vive en contacto con la “vida real”. Para una persona, el encuentro casual que se da en un auto, entre desconocidos, puede significar mucho más que los numerosos llamados acalorados que se hacen desde un  ambón”.

Moscú (AsiaNews) - Ilja Solov’ev es un sacerdote ortodoxo ruso que trabaja como taxista. Fue ordenado hace 17 años, se graduó en Teología y en Historia eclesiástica, pero el padre Ilja ha decidido sumar un “trabajo de verdad” a su misión oficial, un poco por necesidad, pero sobre todo, por una elección espiritual. Dice que trabajar como taxista le permite desarrollar su ministerio, estando en contacto con la “vida real”. 

En su perfil de Facebook, él cuenta que hace aproximadamente un mes, los superiores eclesiásticos le retiraron el trabajo parroquial, que le permitía mantener a su familia, y entonces se decidió a buscar otra fuente de ingresos: “Al sentarme al volante en un taxi, me he sentido identificado con los inmigrantes rusos después de la revolución, que estando en suelo extranjero se vieron obligados a ganarse el pan con un trabajo humilde, a pesar de provenir de la alta sociedad, tras haber perdido sus riquezas”. Además, muchos sacerdotes se desempeñan en trabajos adicionales al que le confía la diócesis, para reforzar su salario.

El padre Ilja fue designado como párroco en un pequeño pueblo de Moskovskij, y agradeció a la comunidad con la cual finalizó la construcción de la iglesia, declarando que no quería pedir otra parroquia luego de ser transferido. Ante las preguntas de los feligreses, él respondió que “no veía ninguna humillación en tomar un empleo decente”.

Recordando la experiencia de los curas-obreros en la Iglesia católica europea del siglo pasado, él sostiene que “para un sacerdote que trabaja como los laicos, se abren nuevas posibilidades de misión, aunque materialmente parezcan ser más acotadas en comparación con la predicación en la iglesia; el encuentro casual que se se da entre desconocidos, en un auto, puede significar mucho más que tantos llamamientos acalorados que se hacen desde un ambón”. 

Para el Padre Ilja, su incursión en el “trabajo del mundo” fue como salir de una infancia dorada: “Hay que reconocer que el sacerdote promedio no conoce muy bien la vida de su grey; en general conoce poco y nada de la vida real”. A bordo del taxi ha podido ver el mundo “sin adornos parroquiales”. “Las personas hablan con los sacerdotes de forma distinta a como se comunican en la vida común y corriente, incluso cuando están en contra de la religión y del clero”. Los parroquianos suelen vivir la comunidad como una especie de “juego de roles”, donde tratan de presentar la mejor versión de sí mismos. 

En el taxi, el sacerdote no tiene más opción que escuchar las conversaciones de los pasajeros en el teléfono, o entre ellos; se da cuenta de la vulgaridad de los jóvenes, de la presunción y de la maldad, como en una especie de “confesión” involuntaria.  Muchos hablan exclusivamente de dinero y de ganancias, y casi nunca sobre libros o películas, a pesar de que hay contenidos positivos. En el lenguaje “de la calle” es evidente el bajo nivel de instrucción e incluso el pobre conocimiento del idioma ruso; para expresarse, muchos utilizan términos de jerga, carentes de significado. 

Aún así, el Padre Ilja cree en la bondad fundamental de los seres humanos, y siempre trata de dirigirse a ellos de forma cordial, a menudo obteniendo resultados sorprendentes, donde se revela la humanidad de los interlocutores. Cuando, por el contrario, se ve obligado a “poner la otra mejilla” frente a la vulgaridad y la ofensa, él considera que esto también le permite dar un testimonio evangélico. El cura-taxista no confunde los roles, y no trata de predicar desde el volante: “Conduzco el auto con temor de Dios, trato de respetar las reglas y de ser honesto con los pasajeros y los colegas, intento vivir mi trabajo con un verdadero espíritu cristiano… esto también es un servicio al prójimo y, por tanto, a Dios. Así que, ¡buen viaje!”, concluye el sacerdote, que lleva a los demás hasta su destino.

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