15/06/2016, 12.18
JAPON
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EI martirio del abad Sidoti, una historia de fidelidad y coraje

El gobierno japonés ha confirmado el hallazgo de los restos del sacerdote Giovan Battista Sidoti, martirizado en el año 1715. Desde la Curia romana al Sol Naciente, pasando por las Filipinas, el abad vivió el compromiso misionero primera persona. Su fe y su saber impresionan incluso a su carcelero, que –en vano- se dirige al Shogun para obtener su repatriación, en lugar de la pena capital.

Tokio (AsiaNews) – En esta historia las palabras distintivas son fidelidad y coraje. Palabras que son muy estimadas por los japoneses: son las primeras virtudes de un samurái, y también las que se vieron reveladas en aquel sacerdote, el abad  Giovan Battista Sidoti, que desembarcó en la isla de Yakushima el 10 de octubre de 1708 y que murió mártir en Tokio, el 16 de noviembre de 1715.

Sus huesos-confirma el gobierno nipón- fueron hallados en julio de 2014 en la capital, junto a los restos de dos cónyuges japoneses; el sacerdote palermitano fue muerto hace 300 años por haber bautizado a sus custodios, Chosuke y Haru, a quienes habría de aguardar el mismo fin.

Cuando Sidoti desembarca en el Sol Naciente, Japón hacía casi un siglo que había cerrado sus fronteras a todo extranjero. Para quien se confiesa cristiano o, peor aún, lleva adelante una obra de evangelización, la pena prevista es la muerte. Los mártires se cuentan por varios cientos: de muchos de ellos no se conoce ni siquiera el nombre.

Giovan Battista tiene 40 años, se ha rasurado parte de la cabeza como un samurái, y al igual que estos guerreros, lleva una vestimenta característica, la espada y los cabellos recogidos en un rodete. Con la fragata Santa Trinidad, construida para este viaje por algunos benefactores de Manila, luego de dos meses de navegación, pisa finalmente al suelo de la isla. Lleva consigo un altar portátil, los óleos sagrados, e breviario, una imagen de la Virgen del Dedo, el crucifijo que perteneciera al padre jesuita Marcello Mastrilli, martirizado en Japón, y las credenciales que es enviado por el Papa. Quiere ver al Emperador. Quiere que Japón abra sus fronteras a los cristianos y que permita anunciar a Cristo.

¿Qué lo lleva a este viaje, que concluirá con el martirio?

Siete años antes, el joven sacerdote al servicio de la Curia Romana pide al Papa Clemente XI ser enviado a Japón, para reemprender la misión interrumpida por la persecución. Ha leído la vida y los relatos de quien se ha agotado para evangelizar Oriente, primero entre todos los misioneros jesuitas, y desea ardientemente romper el aislamiento de un pueblo que no puede conocer a Jesús.

El Papa consiente en ellos, pero lo invita a detenerse en Manila, donde ha de esperar el tiempo propicio para ingresar a Japón de un modo seguro..

Tras casi un año de viaje, circunnavegando el África, haciendo escala en la India, Giovan Battista Sidoti llega finalmente a Manila. Allí vive durante cuatro años, dejando un profundo signo en la comunidad cristiana. Los testimonios de aquella época dan cuenta de que se dedica al Evangelio “enseñando la Doctrina Cristiana a los pequeños, predicando al pueblo, escuchando confesiones día y noche, asistiendo en el buen morir a toda clase de enfermos, aceptando la limosna para emplearla en el alivio de los pobres”, vive en una pequeña habitación del Hospital, para estar así muy cerca de los enfermos, funda un colegio para la educación de los niños y un Seminario que lleva por nombre San Clemente, en homenaje al Papa Clemente XI.

Pero no olvida el objetivo que lo ha hecho partir, y encuentra el tiempo para continuar estudiando la difícil lengua japonesa. En Manila, de hecho, hay muchos cristianos que han dejado Japón para no ser asesinados, y Giovan Battista se hace enseñar la lengua, para anunciar a Jesús en la tierra que tantos cristianos han dejado.

El arzobispo de la capital filipina y el pueblo no quieren que él parta, pero se pliegan al darse cuenta de cuan fuerte es el deseo que abriga el misionero de completar ese viaje.

Lo reencontramos solo en su inhabitual hábito, cerca de los campesinos que, mucho más bajos que él,  de inmediato, lo identifican como un extranjero y, por ende, como alguien fuera de la ley. Luego de varios y duros traslados, es transferido a Edo (nombre que entonces se daba a la actual ciudad de Tokio), donde debe ser procesado. El Shogun encarga esta tarea a una persona de confianza, a un hombre de cultura, a un neo-confuciano: Arai Hakuseki.

Arai se encuentra ante un pozo de sabiduría y ciencia donde abrevarse, ante un hombre que, paciente, responde a sus preguntas. Nos deja, así, tres volúmenes que transcriben las respuestas de Sidoti a los interrogatorios, y que van desde la geografía a la política, desde los gobiernos del resto del mundo a la fe, en un precioso documento.

El primer volumen, el más importante para Japón, es “Noticias de Occidente” (Seyko Kibun), una herramienta fundamental para entender qué ocurre más allá de los confines que lo han cerrado al resto del mundo.

La transcripción que Arai hace del interrogatorio de Giovan Battista describe la fe y la santidad de este hombre, llegando hasta el relato del martirio.  Describe cómo se ha disciplinado en la prisión: “Recortó una cruz usando papel rojo, y la encoló al muro que miraba al oeste. A los pies de aquella cruz, rezaba las oraciones de su fe”.

Terminado el interrogatorio, Arai Hakuseki brinda un informe al Shogun, analizando tres soluciones posibles; muerte, prisión y repatriación, y propone esta última, no obstante la misma es contraria a cuanto afirma la ley. El Shogun decide en cambio mantenerlo prisionero por siempre. Ordena a dos cónyuges, Chosuke y Haru, que le sirvan. Los dos ya han asistido en prisión al padre jesuita Giuseppe Chiara, de quien fueron catecúmenos.

Es precisamente el bautismo de los dos custodios lo que le depara una condena aún más grave: es colocado en un foso, un pozo cuadrado profundo de cuatro metros, con una pequeña abertura y un espacio angosto en el cual estar. Poca luz, poco aire, poca comida.

Muere luego de seis meses, al igual que sus cónyuges convertidos. ¿Cómo vivió los últimos momentos del martirio? También aquí nos confiamos a la crónica que Arai Hakuseki hace: “Entonces se revelaron los verdaderos sentimientos del Romano, a viva voz llamaba por su nombre a los cónyuges y, reforzando su fe, los exhortaba a no cambiar sus propósitos, incluso al costo de la vida. Esto lo hacía día y noche”.

Fidelidad y coraje: mirar siempre al propio origen, a la propia misión, y por eso, no temer por la propia vida.

Es sepultado cerca del lugar del martirio, en el área llamada Kirishitan Yashiki, Residencia de Cristianos, donde fueron martirizados muchos cristianos que nos se doblegaron ante la tortura y que no repudiaron la fe en Jesucristo. Junto a él yacen los cónyuges/custodios. Así fueron hallados en el mes de julio de 2014.

El examen de ADN confirma la identidad de los protagonistas de la extraña sepultura: son dos japoneses, un hombre y una mujer, con un italiano que, tanto por edad como por altura,  corresponde al abad Giovan Battista Sidoti.

¿Qué nos dicen hoy el martirio y el hallazgo de los restos de Giovan Battista Sidoti? El descubrimiento de estos huesos nos estremece, y nos llama a mirar, conocer y ensimismarnos con la santidad de la vida y de la muerte de Giovan Battista.  Un testimonio de la fe hasta el último instante. (VS)

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