03/11/2016, 18.19
IRAK - SIRIA
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Daesh, enemigo mortal de la civilización, del cristianismo y del islam que no es wahabita

La Mesopotamia, cuna de la civilización, fue devastada y depredada de sus riquezas arqueológicas y religiosas. La ideología oscurantista del Estado islámico ha dilapidado un patrimonio de la humanidad. Detrás de la locura yihadista, el mercado negro de bienes y piezas arqueológicas. Es tarea de la humanidad entera liberarse de este mal. 

 Bagdad (AsiaNews) - A seis años de la aparición de las primeras huellas de Daesh  [acrónimo árabe para el Estado islámico de Sham[1] e Irak] la Mesopotamia, cuna de la civilización, ha sido devastada de sus riquezas arqueológicas y religiosas. Las zonas recientemente liberadas del dominio del Estado islámico, en la Llanura de Nínive, que fueron visitadas por el patriarca caldeo mar Louis Raphael Sako, han mostrado la magnitud del odio de este grupo yihadista tafkiri en relación a los lugares sagrados del culto cristiano. Iglesias antiquísimas, monasterios e incluso cementerios han sido el lugar privilegiado de saqueos, sacrilegios, destrucción, que ha sido llevada hasta el último detalle.  Un patrimonio de la humanidad dilapidado, un intento –casi logrado- de eliminar para siempre la identidad autóctona testimoniada por el culto y por las piezas arqueológicas de una civilización de un nivel altísimo, de un pueblo que ha vivido en estos sitios por milenios.

¿A quién place ver al Oriente Medio privado de testimonios históricos de su civilización pasada? ¿A quién conviene hacer pasar a este lugar como una tierra árida, que desde el principio de los tiempos ha sido habitada sólo por beduinos errantes, bárbaros, hombres litigantes e incultos? Y la pregunta que espontáneamente surge es ¿de dónde viene este odio? ¿Cuáles son sus verdaderas raíces? ¿Por qué destruir las riquezas arqueológicas, que son parte del patrimonio de la humanidad, como Palmira y Nimrud?  Profanar las tumbas, colocar dinamita en las mezquitas y en las iglesias, convertir en añicos –con el uso de martillos neumáticos y cinceles- íconos, murales y cruces, robar manuscritos, incendiar lugares sagrados, profanar las tumbas de los cementerios musulmanes y cristianos, sin tocar (salvando al menos aquellas, afortunadamente) los testimonios judíos en la región. ¿Cuáles son los motivos que hay detrás de todo esto?  

Algo que se hace apresuradamente y que parece ser una explicación cómoda es afirmar que la religión islámica está en la base de esta actitud. Sin especificar aún cuál islam, o qué parte del islam. De hecho, no existe en el Corán ninguna mención o dictamen que incite a la destrucción de sitios arqueológicos pre-islámicos, tampoco la hay en relación a la profanación de lugares sagrados cristianos, y muchísimo menos, de musulmanes.

Los sitios arqueológicos de las civilizaciones antiquísimas de la Mesopotamia habían resistido todas las dominaciones y civilizaciones, islámicas y no islámicas, que se sucedieron a lo largo de la historia. Los sitios de Palmira y Nimrud, conteniendo estatuas y templos de la era del paganismo pre-cristiano y pre-islámico, habían sobrevivido e incluso fueron custodiados durante varios califatos islámicos, que justamente surgieron en estos lugares luego de la expansión islámica. Ningún califato ni sultán islámico, jamás, ordenó la destrucción de las piezas arqueológicas.

Siempre hablando desde el punto de vista religioso, ha de ser recordada la fatwa emanada el 6 de marzo de 2015 por la mezquita de Al-Azhar, la institución más importante de la doctrina islámica, que prohibió “la destrucción de sitios arqueológicos” considerando semejante acto como “un crimen contra el mundo entero”. Por lo tanto, desde el punto de vista religioso, ¿de dónde toma su fuente semejante práctica, bárbara y contraria a cualquier raciocinio humano?

La respuesta se halla encerrada en el “wahabismo”, una corriente del islam convertida en teocracia en el reino de Arabia Saudita, lugar donde - por ley-  está prohibido erigir iglesias, ingresar crucifijos y evangelios, además de existir varias mafias del mercado negro y del tráfico y comercio de piezas arqueológicas. De hecho, gran parte de la destrucción perpetrada por Daesh abarcó bienes, objetos (o edificios) que no podían ser transportados y vendidos –a causa de su enorme tamaño- a través de Turquía, en el mercado negro o a precios exorbitantes. Se calcula que, tan sólo en Irak, desde la caída de Saddam Hussein en adelante, han desaparecido más de 15.000 piezas raras, símbolo y patrimonio de la historia de la humanidad, de fácil transporte y comercialización.

La legitimación religiosa de Daesh, por lo tanto, proviene sólo y exclusivamente del wahabismo, porque el mismísimo Muhammad Abdel Wahab – fundador de la corriente – fue el primero en legitimar la destrucción de cualquier elemento de  “Al Sherk”, es decir de asociación con la divinidad. A partir de este presupuesto, el Estado islámico ha legalizado la destrucción de templos, de las iglesias y de los lugares de culto sufís, en tanto “adoradores de la divinidad por fuera de Alá” Un elemento que en realidad contrasta con los hechos, visto que Daesh, con esta excusa, llegó a destruir también mezquitas chiíes, lugares de cultos sufíes y mausoleos sunitas. Cualquiera que haya podido seguir la literatura de Daesh habrá podido descubrir incluso su intención de destruir la Tumba del Profeta Mahoma.

La pura realidad es que Daesh –tras dictámenes religiosos falsos y con la coartada de una interpretación errada del Corán- tiene la intención de vaciar la región de la Mesopotamia y del Oriente Medio árabe de su historia rica y milenaria, de su civilización, de las religiones, de las culturas y de la convivencia. El oscurantismo es un objetivo primario en su guerra contra el patrimonio, la memoria y la riqueza histórica, única en el mundo, de esta región atormentada, donde las civilizaciones humanas hallaron su cuna.

Hoy es tarea de toda la humanidad liberarse de este mal. Y será quizás la historia, un día, quien habrá de contar, y desvelará, quién era el responsable o los responsables que estaban tras las bambalinas, y que condujeron al surgimiento de esta fuerza devastadora. De este virus mortal para toda la humanidad. (PB)

 


[1] El término “Sham” designa a la provincia del Califato islámico del área de máxima expansión, que comprendía Siria, Líbano, Jordania y Palestina. 

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