06/09/2024, 17.08
SRI LANKA
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Curar las heridas de la guerra con la agricultura ecológica en Batticaloa

de Melani Manel Perera

En Iyankarni, una aldea de la Provincia Oriental, la guerra civil destruyó vidas y relaciones entre musulmanes y tamiles. Ahora, gracias a un proyecto de horticultura orgánica que puso en marcha Cáritas de Batticaloa, estas dos comunidades están trabajando juntas para reconstruir su vida. Padre Samson Jayanixon: "Sanar a las personas y construir la armonía entre ellas es el corazón de las religiones".

 

Batticaloa (AsiaNews)- “No sólo cuando había sol, sino también en plena oscuridad, nos zambullíamos en la jungla y en los búnkeres apenas escuchábamos el ruido de las granadas y morteros. Dormíamos de a ratos hasta el amanecer, peleando contra los mosquitos. Cuando terminaban los disparos o cuando empezaba a amanecer, volvíamos a la aldea con miedo. A veces, cuando regresábamos a casa, nos preguntábamos si esta era la misma casa que habíamos dejado, porque estaba destruida. Nosotros, que antes vivíamos con miedo, ahora prosperamos con alegría, serenidad, riqueza y afecto, y vivimos y trabajamos juntos". Estos son los sentimientos genuinos que comparten los habitantes tamiles y musulmanes que viven en las dos secciones separadas de la aldea de Iyankarni Gramaniladhari (oficina de la aldea) en el distrito de Batticaloa de la Provincia Oriental.

La guerra como línea divisoria

Durante 30 años la guerra diezmó las vidas y propiedades del país sin discriminación, y fue particularmente dura en el noreste. La confianza y la buena voluntad entre las comunidades cingalesa, musulmana y tamil quedaron destruidas, y la amistad y los negocios entre ellas se perdieron. La zona de Iyankarni, en Batticaloa, es un ejemplo de ello. “En otros tiempos todos, cingaleses, tamiles y musulmanes, vivíamos en paz. Hacíamos intercambios, organizábamos fiestas, los musulmanes venían a nuestras fiestas hindúes y nosotros participábamos en sus fiestas por el Ramadán, intercambiábamos comidas y bebidas sabrosas y vivíamos en amistad. Pero eso era antes de la guerra”, cuenta Muthumari, un anciano tamil de la aldea de Iyankarni.

Joseph Mayura, una madre de familia que perdió a su marido y vivió la guerra desde los 10 años, contó: “Conozco bien el sonido de los disparos y las bombas. Todavía recuerdo aquellos días en que nuestras madres tomaban todo lo que podían y nos arrastraban a las escuelas y a los campos más ocultos. Sentíamos miedo cuando escuchábamos el ruido de las armas, de las bombas que explotaban, de las voces de las fuerzas de seguridad". Entre tanto, algunas personas de ambos bandos se unieron a algunos oficiales de las fuerzas de seguridad y empezaron a perseguirse entre ellos, irrumpiendo en las aldeas y destruyendo las casas, apoderándose de las tierras y robando y matando animales.

En este contexto, la guerra ha tomado decisiones muy crueles en la vida de 198 hombres, mujeres, jóvenes y adultos sólo en la aldea de Iyankarni, y no se sabe con certeza si están vivos o desaparecidos. De ellos, 145 eran estudiantes universitarios, varones y mujeres jóvenes que estudiaban y trabajaban. También hay hombres y mujeres que resultaron heridos en enfrentamientos entre fuerzas del gobierno y combatientes tamiles y todavía están vivos, y ninguno de ellos ha recibido ayuda de las partes en conflicto o del gobierno.

La impotencia que produjo la guerra

Según estimaciones de las Naciones Unidas, entre 40.000 y 70.000 civiles del norte y del este murieron en los últimos meses del prolongado conflicto armado de Sri Lanka que terminó el 18 de mayo de 2009, y otros 150.000 murieron en 30 años de brutales atrocidades. Además, se deben sumar cerca de 60.000 hombres y mujeres al número de personas desaparecidas y, según datos de la Secretaría de la División Noreste calculados en el año 2020 y no actualizados, hay 127 mil mujeres cabeza de familia en el Este. De ellas, 51.000 viven en el distrito de Batticaloa. Frente a la guerra, sobrevivir sin una ayuda sostenible es una tarea muy seria para las mujeres que deben sacar adelante a su familia.

En la zona de Iyankarni, la población tamil y musulmana estaba muy asustada después de la guerra, y los tamiles tenían estrictamente prohibido entrar en la zona musulmana y viceversa. Esto sucedió por iniciativa de los jóvenes de ambos bandos. “Esta situación se ha vuelto preocupante para la gente corriente y, a medida que la brecha se fue profundizado, se destruyó el amor entre ambas partes y sólo quedó el odio”, afirma Ghaneshamurthy Maidili, de 38 años, que vive en la zona de Bharathipuram, en Iyankarni.

Una ayuda para volver a ponerse en pie

Después de la guerra el gobierno de Sri Lanka, los países extranjeros, las Naciones Unidas, el Programa Mundial de Alimentos, la Cruz Roja Internacional y muchas ONG extranjeras proporcionaron ayuda humanitaria siguiendo la idea fundamental de "reasentamiento, rehabilitación y reconstrucción". Los programas también brindaron ayuda a las personas que vivían en los campamentos de desplazados sobre todo en el norte y el este.

De las entrevistas a 35 hombres y mujeres musulmanes y tamiles, jóvenes y mayores, que viven en la aldea de Iyankarni, distrito de Batticaloa, se desprende que muchas de las víctimas de la guerra recibieron ayuda económica de Samurdhi, así como algunas viudas de guerra, pero no es suficiente en relación con el costo de vida de este  momento. Maidili también dijo que, aparte de los subsidios que se entregaron en situaciones especiales, como epidemias y desastres, actualmente no reciben ninguna ayuda del gobierno. En consultas al Ministerio de Rehabilitación y Reforma y el Ministerio de Agricultura, se comprobó que tampoco hay nuevos programas para ellos.

Aunque se ha hablado de “construir la reconciliación, construir sus vidas y trabajar juntos”, para construir una verdadera reconciliación como objetivo a largo plazo, los programas no se pusieron en práctica y las organizaciones del Sur todavía están planificando varios programas en las provincias del norte y del este. Pero se observa que en estos programas no hay lugar para la reconciliación que realmente pide la gente del norte y del este, afirmó Anthony Jesudasan, ex coordinador nacional del Diálogo Popular para la Paz y el Desarrollo Sostenible del National Fisheries Solidarity Movement (NAFSO).

Udaya Rajidhika, que vive en Bharathipuram, comentó que mucho después de la guerra comenzó a desarrollarse cierto entendimiento entre las dos partes en la aldea de Iyankarni, un comienzo positivo gracias a los programas que pusieron en marcha varias organizaciones gubernamentales y no gubernamentales. “Entre todos estos programas, un proyecto presentado recientemente por Cáritas Batticaloa nos ha dado una gran orientación para la reconstrucción. Las actividades de estos programas y el proyecto de agricultura doméstica nos han ayudado a los musulmanes tamiles a sanar muchas heridas que sufrimos durante la guerra, y ahora estamos muy felices”, dijo la mujer.

Reconstruir en la diversidad las vidas rotas

Gnanpragasam Vijaya, de la aldea tamil de Iyankarni, dijo que el proyecto de agricultura orgánica que introdujo Cáritas Batticaloa en enero de este año ha traído un nuevo amanecer a la vida de las personas de la aldea de Iyankarni. “Nos hemos comprometido como grupo con la horticultura doméstica orgánica y gracias a estas verduras y frutas toda la familia vive una vida saludable; vendemos verduras y frutas orgánicas a precios reducidos para nuestro consumo y para la gente de las aldeas cercanas, y ahora también tenemos ahorros financieros”, dijo Vijaya.

"Según el modelo de asentamiento de los tamiles y musulmanes en la aldea, aunque se presenta como dos zonas separadas, hay 31 familias de la zona musulmana y 26 familias de la zona tamil asociadas a Cáritas de Batticaloa que se han beneficiado directamente, y muchas otras familias indirectamente, con este proyecto de horticultura orgánica doméstica - explicó el padre Samson Jayanixon, director de Cáritas de Batticaloa - del Centro para el Desarrollo Humano y Económico (EHED).

“No sólo estas mujeres practican la jardinería orgánica en sus casas, sino que tanto los musulmanes como los tamiles operan cuatro granjas comunes. Comparten todos los trabajos, asignan días y horarios y contribuyen generosamente a su crecimiento, porque estas granjas son de ellos, así como sus ingresos. Se ha organizado un sistema equitativo de reparto de ingresos”, sigue diciendo. El P. Jayanixon explicó también que a través de estos proyectos están recuperando la riqueza, los valores, la cultura y la vida que tenían y perdieron durante la guerra. "Estoy feliz por esto, porque sanar a las personas y construir armonía entre ellas es el corazón de las religiones".

Beneficios económicos, mercados comunitarios y reconciliación

Dambagalle Vanarathana Thero, principal responsable de Punyarama en la zona de Eravurpattu, manifestó cuánto valora la unidad y el entendimiento que se ha creado entre las comunidades musulmana y tamil locales gracias al paso visionario que dado Cáritas de Batticaloa introduciendo un valioso proyecto de agricultura orgánica. “Durante mucho tiempo hemos pagado precios mucho más caros para consumir lo que comprábamos en el mercado. Y la gente se enfermaba. Ahora vivimos muy felices gracias a la agricultura orgánica. Todos comemos frutas y verduras frescas y no venenosas. Lo mejor es que gracias a este proyecto se ha reconstruido una gran relación y unidad entre nosotros y el pueblo tamil. Estamos muy contentos por eso. Todo el crédito es para EHED, el Centro Cáritas de Batticaloa y el P. Jayanixon”, dijo Marshuka, que vive en la zona musulmana de la aldea de Iyankarni, junto con muchas otras mujeres que se benefician de la granja orgánica.

Las mujeres musulmanas que pertenecen a 31 familias, entre ellas Hamzia, Sulfica y Marzuka, hablan con respeto de la granja orgánica y afirman que es una gran oportunidad que ofrece Cáritas en un momento muy duro de crisis económica. “Ahora vendemos el excedente de hortalizas que cultivamos en casa a precios razonables, y, por tanto, también obtenemos ingresos adicionales. Comer verduras no venenosas, tener ingresos excedentes y hacer crecer la unidad de los musulmanes tamiles, ¿qué más necesitamos?”, dijeron. “Ahora trabajamos juntos como en los viejos tiempos, con unidad y amor. Nuestros hijos van juntos a la escuela y juegan juntos. Esta es la verdadera voz de la reconciliación y del desarrollo de la comunidad tamil y musulmana de la aldea de Iyankarni, en Batticaloa.

 

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