17/04/2025, 16.34
ITALIA-CHINA
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Cuando el P. Lazzarotto bendijo en Beijing a los católicos que habían mantenido viva la fe

de P. Angelo Lazzarotto

Hoy se celebró el funeral del misionero del PIME que fue pionero del diálogo con la Iglesia en China tras la persecución de Mao. De su último libro, ofrecemos el relato de uno de sus primeros viajes a la capital china, cuando fue recibido en una casa donde vivían algunas personas mayores que habían sido obligadas a abandonar la vida religiosa: "Habían comprendido que era un sacerdote, me pidieron que bendijera algunas imágenes sagradas, me despedí conmovido".

 

Milán (AsiaNews) – Hoy, Jueves Santo por la mañana, se celebró en Rancio di Lecco el funeral del P. Angelo Lazzarotto, sacerdote misionero del PIME fallecido el 15 de abril a la edad de 99 años, quien desarrolló su largo ministerio dedicándose con pasión a la frontera del diálogo con el mundo chino. Sus restos fueron inhumados en el cementerio de los misioneros del PIME en Villa Grugana, en Merate (Lc).

Las celebraciones de hoy también fueron la oportunidad para dar lectura a los numerosos homenajes a su persona que llegaron en estas horas al PIME. El cardenal Piero Parolin, secretario de Estado vaticano, dijo en su nota que estaba seguro de que el P. Lazzarotto “ahora que está junto a Dios, intercederá por todos aquellos que, siguiendo sus huellas, buscan consolidar las relaciones de conocimiento y de amistad con China”. El cardenal Luis Antonio Tagle, pro-prefecto del Dicasterio para la Evangelización, recordó en su mensaje el servicio que prestó este misionero del PIME como rector del Pontificio Colegio Urbano desde 1985 hasta 1990, y la “huella imborrable” que dejó en la formación de numerosos seminaristas provenientes de países de primera evangelización, a los que transmitió “no sólo sólidos conocimientos teológicos, sino también el espíritu misionero que siempre animó su ministerio”. Mons. Claudio Giuliodori - asesor eclesiástico de la Universidad Católica de Milán, que también fue obispo de Macerata, la diócesis donde nació el gran jesuita Matteo Ricci - definió al P. Lazzarotto como “un verdadero gigante del diálogo, enamorado de China; de él recibí y aprendí realmente mucho”.

El P. Lazzarotto dejó muchos escritos sobre China: testimonios, análisis y reflexiones, muchos de los cuales fueron publicados a través de nuestra agencia. Al darle el último adiós, queremos recordarlo con una página de su último libro publicado en 2019, “Un fuerte compromiso por el Evangelio en China”. Muy significativamente, esas palabras no se atribuían a sí mismo, sino a un gran amigo suyo, el senador italiano Vittorino Colombo, gracias al cual él mismo, a finales de los años setenta, con las primeras aperturas de Den Xiaoping, pudo realizar sus primeros viajes a la República Popular China que estaba saliendo de la pesadilla de la Revolución Cultural.

El libro del P. Lazzarotto relata la profunda dedicación cristiana que acompañaba a Colombo en su intento de reabrir los canales políticos y culturales de comunicación con China. Pero en muchas páginas surgen también los recuerdos personales de los encuentros del P. Lazzarotto en China, durante misiones oficiales de instituciones italianas a las que el misionero había sido admitido a participar con la calificación de “experto en problemas religiosos”. Un ejemplo es este relato referido a un viaje que realizó a Beijing en 1981, durante el cual - después de una entrevista con el entonces obispo patriótico Michele Fu Tieshan - el misionero se encontró en una casa donde, después de muchos años de persecuciones, algunos católicos obligados por el Partido a abandonar la vida religiosa pudieron recibir nuevamente de él la bendición de un sacerdote.

El domingo 13 de diciembre de 1981, después de la Misa de las 9:30 en la Nan-Tang (la iglesia del Sur en Beijing, ndr), Vittorino Colombo junto con nuestro grupo se reunió con el nuevo obispo Michele Fu Tieshan. Mons. Fu recordó que san Pablo defendió el derecho de los no judíos a rechazar la circuncisión, y en los últimos cuatro siglos de difusión del cristianismo en China no siempre se había respetado la cultura china y confuciana; "Hoy - añadió - nosotros queremos adecuarnos a nuestras condiciones históricas y culturales". Colombo preguntó si esto no implicaba también cambiar los principios del Cristianismo, y Fu respondió que nadie quería cambiar la tradición apostólica; la Iglesia de China, como la de Roma, derivaba de los doce apóstoles.

"Pero entre los apóstoles había uno - añadió Colombo - que era el primero entre ellos. Pedro no era romano sino asiático y hoy también nosotros, romanos e italianos, nos inclinamos ante él, sin importar de dónde venía". Fu recordó que hoy había un debate sobre este punto: no tiene importancia la persona que se elija, sino que hay que ver la política que sigue; los apóstoles acostumbraban a decidir juntos, era una dirección colectiva. "Nuestras relaciones con Roma se rompieron en 1958, cuando pedimos al Vaticano poder elegir a nuestros obispos y la solicitud nos fue negada". Yo añadí que en aquel primer congreso de 1958, sin embargo, se había hecho una distinción entre la posición política del Vaticano y la religiosa, y se reconoció la prioridad de esta última con respecto a la doctrina. También se hizo alusión a las relaciones con Taiwán; cuando Colombo preguntó: "¿Y si la Santa Sede rompiera?", el obispo permaneció en silencio.

Mons. Fu nos dijo luego con satisfacción que en Beijing había cerca de diez jóvenes que se estaban preparando para el sacerdocio; y reiteró que la Iglesia china mantenía relaciones amistosas con otras Iglesias desde hace muchos años; él había estado recientemente en Montreal para un congreso eclesial, y allí había conocido a varios sacerdotes y fieles. "En cuanto a las relaciones con el Vaticano - añadió - queremos ver los hechos". Pese a la diversidad de posiciones, el encuentro finalizó de forma amistosa. Al salir, vi en la pizarra el anuncio de que habían sido elegidos dos nuevos obispos, para Xi’an y Taiyuan.

Por la tarde, volví caminando a la zona de Dong-Tang, y en la plaza frente a la iglesia encontré, como estaba previsto, a un hombrecillo que me había saludado en francés el día anterior. Él, sin llamar la atención, se acercó a mí, caminamos un rato en silencio y luego me preguntó si aceptaría visitar su casa que, como no estaba en el centro, según dijo, estaba poco controlada. Tomamos un par de medios de transporte público y llegamos cerca de una estación de tren. Él era empleado de los ferrocarriles y vivía en un apartamento en el tercer piso de un edificio reservado para ellos.

Durante el camino me habló de sí mismo; dijo que su nombre era Jacobo; pertenecía a una familia de mártires que vivía la fe desde hacía tres siglos; él había estudiado con los Lazaristas, completó la Teología y emitió los votos en 1957. Lo obligaron a abandonar y pasó varios años en un campo de trabajo; después pudo obtener una dispensa y se casó; tenía dos hijos, una adolescente que estudiaba fuera de la ciudad y un niño de unos diez años. Cuando llegamos a su casa, vi que, además de su esposa y su hijo, había otra anciana de mirada límpida.

Apenas entramos, aunque yo no había declarado mi identidad, Jacobo dijo: "¡Es un sacerdote!", y todos se arrodillaron para recibir la bendición. Me preguntaron si venía de Roma y si había visto al Papa; su esposa sabía que lo habían herido, pero que ahora estaba mejor. La anciana se presentó como Aloysia, una religiosa de la Congregación del Espíritu Santo (vinculada a los Verbitas), que había pasado varios años en un campo de trabajo con la esposa de Jacobo; hablaba un poco de francés y alemán. Ella me confesó que había preparado una carta para su Congregación, y la había puesto en un sobre hecho por ella misma con papel de embalar; se puso muy contenta cuando le aseguré que podía llevarla yo mismo a Hong Kong.

La esposa de Jacobo, que era enfermera en la clínica local, llenó de agua una botella y me pidió que la bendijera; después me hicieron asperger el apartamento y las imágenes sagradas. Jacobo propuso enviar un saludo al Papa y escribió él mismo algunas líneas en latín, bajo las cuales todos pusieron su firma. Me despedí conmovido y les dejé unas coronas del rosario junto con algunas medallas y un librito que llevaba conmigo.

 

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