Crisis económica, Covid-19 y divisiones confesionales amenazan la unidad libanesa
La manifestación del 6 de junio en Beirut subrayó las profundas grietas políticas y religiosas del país. La preocupación del presidente de la República, que recuerda la guerra civil. Sólo la presencia del ejército evitó la escalada. Fundación Adyan: “El debilitamiento del poder del Estado aumenta las posibilidades” de conflicto que arde sin llama bajo las cenizas.
Beirut (AsiaNews) - Cuanto sucedió el sábado 6 de junio en Líbano representa una señal de alarma. Quien la lanzó fue el presidente de la República, Michel Aoun.”Atacar un símbolo religioso, cualquiera sea la comunidad libanesa a la cual pertenece, significa atacar a la familia libanesa en su entereza” afirmó, dirigiendo al mismo tiempo un pedido a los “sabios que han vivido los acontecimientos de los años 1975-76”.
Y es siempre el jefe del Estado en lanzar la advertencia, en una óptica de unidad nacional. “No es ciertamente a través de los insultos, mucho menos las agresiones que lograremos vivir en manera digna. Nadie podrá hacerlo a costa de otros, ni mediante el uso de la fuerza, ni con la violencia. Nuestra fuerza en nuestra unidad nacional”.
Pero,¿qué sucedió el 6 de junio? En origen, se registró el pedido a manifestar lanzado por diversas asociaciones de la sociedad civil, para relanzar el movimiento de protesta que había asomado la cabeza en octubre de 2019 y que había llevado a la caída del gobierno de Saad Hariri. A causa de los efectos conjuntos de la inercia, de la pandemia del nuevo coronavirus y después de la formación de un nuevo gobierno compuesto por tecnócratas, esta revuelta se detuvo sola en modo espontáneo.
Sin embargo, bien lejos de los eslogan unitarios del 17 de octubre sobre la jornada de manifestaciones del 6 de junio parece soplar un viento de discordia interna, unidos a los contrastes de naturaleza confesional, ante todo entre cristianos y musulmanes chiíes, luego entre musulmanes suníes y chiíes que terminaron por poner leña al fuego, confirmando que las hostilidades y los resentimientos mutuos, que incubaban en el interno de las conciencias siguen todavía inalteradas e irresueltas.
Sin la presencia del ejército, ubicados en número significativo en diversos sectores de Beirut ya desde las primeras horas de la mañana, el cara a cara interconfesional habría podido terminar en un enorme derramamiento de sangre. Fueron sobre todo los refuerzos militares y la llegada de los blindados impidió el contacto entre civiles armados de los 2 barrios de Barbour y Tarik Jadidé, en el sector de mayoría musulmana de la capital. De todos modos los enfrentamientos que siguieron provocaron decenas de heridos, tanto entre los musulmanes cuanto entre las tropas del ejército.
El jefe de Estado señala, en su llamada a la calma, que los ataques contra los “símbolos religiosos” exacerbaron las pasiones de la multitud. De hecho en las redes sociales tuvieron un amplio relieve una serie de eslogan injuriosos lanzados por manifestantes chiíes contra Aisha, la esposa del profeta del Islam, considerada como la “madre de los creyentes” y reverenciada por la comunidad suní.
Además, aquí va señalada la aparición de un nuevo eslogan gritado por algunos activistas: l de la aplicación de la resolución 1559 de las Naciones Unidos de 2004, que reclama la disolución de todas las milicias libanesas y que contribuyó a exacerbar el clima político y sirvió de detonador de las violencias. Reclamar la aplicación de la resolución 1559, de hecho, quiere decir reclamar el desmantelamiento del brazo armado de Hezbolá, cuya potencia militar y la autonomía decisional que dio vida a un Estado dentro del Estado. Su presencia y su acción multiforme, terminó por debilitar en el tiempo al gobierno central en el plano político, económico y diplomático.
¿Quizás era oportuno dejar de lado este tema de reivindicación entre muchos otros, para evitar dividir ya desde el inicio la protesta? Algunos rechazan esta posición, mientras que otros se alegran, reivindican haber roto un “tabú”. Cualquiera sea la causa. este tema sirvió-y era previsible- para mostrar las profundas fracturas que continúan marcando no sólo la vida política del país, sino también el mismo tejido social. Una fractura que puede ser considerada como uno de los casos particulares de la división entre suníes y chiíes que se cicatrizó en todo el mundo árabe, desde Siria a Yemen.
“Hemos rozado la catástrofe” asegura Massoud Achkar, uno de los “sabios que han vivido los acontecimientos de los años 1975-76” indicados por el presidente de la República. Y es este hombre político que viene a agregar, al final de los comentarios alarmistas que han caracterizado la jornada del 6 de junio: “Lo que falta es una verdadera reconciliación entre los libaneses, al final de la guerra civil (1975-1990), O en otros términos que este trabajo de memoria fundamental no tuvo lugar. En su lugar hubo una amnistía llena de dudas, una especie de amnesia voluntaria y al final surgieron varios jefes de la guerra de las diversas comunidades en el gobierno del país”.
Rodeado por una oligarquía de igual colorida como ellos desde un punto de vista confesional, estos jefes de la guerra continúan gobernando y saqueando el país, siempre refractarios a las exigencias de una profunda reforma que terminaría por privarlos de sus privilegios y de sus ganancias. Todo esto a despecho de los enormes esfuerzos del nuevo gobierno guiado por Hassane Diab.
“Habrán comprendido la “señal de alarma” de la cual habla el jefe del Estado? A los pedidos a la calma lanzados de todas las partes, el p.Fadi Daou de la fundación Adyan, agregó ayer “recomendaciones para la preservación de la libertad y de la paz civil”. En una nota, él inició con el denunciar “la acumulación de la corrupción política y financiera y del cual es responsable la entera clase política” unido a la “degradación de las condiciones de vida de los libaneses, que se acercan cada día más a la pobreza, hambre, desocupación, con numerosas instituciones y empresas que vacilan y cierran sus puertas”. Y habla también de la tentación desgarradora de los jóvenes d abandonar su país.
Dirigiéndose cada vez a la población, al ejército y a los otros cuerpos constitutivos del Estado, el p. Daou puso en luz algunas de la relaciones en la cadena causal que impide el surgir de un Estado libanés fuerte y de naturaleza civil. Comprometido en modo activo en la sociedad civil. El p. Fadi Daou nota con perspicacia que el “debilitamiento del poder del Estado aumenta las posibilidades de una guerra civil”. El fundador de Adyan, cuya platea continúa creciendo en en el Líbano, pidió al mismo tiempo a los medios “no transmitir noticias falsas y no fomentar distinciones de naturaleza sectaria o de promover discursos que fomenten el odio, porque todos los errores pueden contribuir a provocar una guerra devastadora”. En concreto, Él pidió a los responsables religiosos “de deslegitimar en modo abierto a cuantos usan de la religión o los credos para ofender los símbolos religiosos de los otros, invocar la discriminaciones y sembrar los gérmenes de la discordia entre las personas” y “no cubrir a ningún responsable involucrado en la corrupción”
En la espera que vengan seguidas estas recomendaciones, una cosa es cierta: en algunas franjas de la población y en ciertos barrios de Beirut, la guerra civil incuba todavía hoy bajo las cenizas y hasta la más mínima chispa podría dar fuego al barril de pólvora. Esto vale aún más en un momento histórico en el cual el país vacila bajo el peso de la crisis económica y de la pandemia del nuevo coronavirus. en este momento del Líbano avanza en un sendero delimitado por precipicios.
*En la Foto, el centro de Beirut el 6 de junio pasado, envuelto por una nube de gas lacrimógeno. Aún una vez más. Credit: João Sousa
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