Covid, el amor a Dios y a los hermanos: carta de un obispo chino
Las palabras del administrador apostólico de Harbin a los fieles: "La salud física es para servir a los demás por amor a Dios. La epidemia nos hace reconocer lo que realmente es la verdad, la bondad y la belleza. Después de esta prueba, inevitablemente habrá una ola religiosa, y los que verdaderamente temen a Dios serán los más bienaventurados".
Harbin (AsiaNews) - Como todos sabemos, China está viviendo en estas semanas, después que se levantaron las restricciones de la política de Covid cero, la ola más fuerte de la pandemia. Los primeros datos oficiales que difundieron ayer las autoridades de Beijing hablan de 59.938 muertes vinculadas al Covid entre el 8 de diciembre y el 12 de enero, aunque quedan dudas sobre la fiabilidad de estas cifras. La comunidad católica china también se enfrenta a la pandemia, llorando a sus víctimas pero reflexionando al mismo tiempo a la luz de su fe. Es la mirada que propone a sus fieles, en una carta pastoral, Mons. Joseph Zhao Hongchun, administrador apostólico de Harbin, en la provincia de Heilongjiang, en el extremo norte del país. Una reflexión profunda de la que ofrecemos a continuacción amplios extractos.
Queridos hermanos y hermanas en el Señor, ¡que Dios les dé la paz que el mundo no puede alcanzar, a través de la muerte y resurrección de su Hijo Jesús! (...).
Tres años de prevención de la epidemia han dejado demasiados recuerdos difíciles. Cuando comenzó, nos tomaron desprevenidos la infección, la fiebre alta durante la noche, los dolores musculares, la pérdida del gusto y del olfato… Y todo eso hizo que nosotros y nuestras familias viviéramos el dolor y el miedo, e incluso la amenaza de muerte. Frente a una epidemia que ha atrapado al mundo como si fuera una red, debemos recordar lo más importante: que somos hijos de Dios. Esta es la única verdad que puede ayudarnos a hacer frente a cualquier sufrimiento o dolor, e incluso a las circunstancias más trágicas. Esta sumisión a Dios es lo único que puede ayudarnos a descubrir cuál es el centro de la vida y comprender su dirección. Por lo tanto, debemos hacer las paces con el Señor y volver a una estrecha relación con Él durante la prueba de la epidemia.
Durante la epidemia hemos sido testigos de la pérdida de innumerables vidas y hemos experimentado con más profundidad el valor y la vulnerabilidad de la vida. Este valor es tan precioso que ante él se eclipsa todo el esplendor del mundo. Y su fragilidad nos muestra cuán insensato es prestar atención solo a la belleza, la salud y la riqueza que ofrece el mundo en vez de centrarnos en las obras eternas. Por lo tanto, debemos desembarazarnos de una vida egocéntrica y egoísta. De lo contrario, solo podremos soportar pasivamente la agonía de esperar una vida que pasa y se consume muy rápido, luchando sin esperanza. Porque si nuestra vida se desvía del centro y de la dirección que debería tener, inevitablemente terminará corriendo hacia la verdadera “muerte”.
I. El temor del Señor es el principio de la sabiduría (Prov. 9,10)
En primer lugar, los signos de la sabiduría no consisten en el conocimiento, la habilidad y la educación. Si bien estos valores no son mutuamente excluyentes con la sabiduría en sí misma, debido al egoísmo y la arrogancia de las personas es bastante fácil confiar en el talento para estar orgulloso, seguir las ideas preconcebidas en todos los niveles y al final perder la sabiduría. La "sabiduría" de la que habla la Biblia pertenece a Dios y está relacionada con el valor de adorar a Dios y buscar la vida. Es vivir en el mundo según la voluntad de Dios, según la verdad revelada por Dios. Ésa es una vida verdaderamente llena de sentido. La sabiduría no es algo que podamos obtener por nosotros mismos. Es un regalo de Dios, de manera que solo podemos recibirlo de Dios viviendo en constante humildad. De esa manera podremos saber lo que agrada a Dios y lo que no, y tener temor de Dios. El temor del Señor es el principio de la sabiduría (Prov. 9:20). El hombre que no teme a Dios no puede ver el sentido de su vida. Su carácter, su moral y toda su vida serán débiles. Su vida no es más que polvo. (…).
Por lo tanto, si nuestra vida ética y moral es buena, debemos dar gracias a Dios, porque ésta no es fruto del esfuerzo humano sino de una vida modelada por el Espíritu Santo en el temor de Dios, en la búsqueda de la voluntad de Dios. En cierto modo, la epidemia es un bautismo, en el que se ponen a prueba muchas supuestas verdades, bondades y bellezas. En este bautismo se revelan muchas falsedades, muchos males y muchas fealdades. Sin embargo, solo la vida moldeada por el Espíritu Santo es capaz de resistir la prueba del desastre. Ante la pandemia y la guerra que estamos viviendo, el ser humano debe replantearse sus convicciones y enfrentarse una vez más a la decisión fundamental de la vida: confiar en la barca del destino construida por el ser humano con sus capacidades o cooperar con el Espíritu Santo del Señor Jesúscristo para convertirse en hijos del Padre Celestial junto con Él, y ser verdaderamente personas temerosas de Dios. Conviene señalar que aquellos que no temen sinceramente a Dios son más propensos a caer en la hipocresía y la ostentación. Después de la epidemia de este siglo, inevitablemente vendrá una oleada religiosa, y los que verdaderamente temen a Dios serán los más bendecidos.
II. "Completar en nuestra carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo". (Col. 1,24)
Durante la epidemia, cada uno de nosotros experimentó en mayor o menor medida el dolor causado por los diversos síntomas, e incluso algunos de nuestros amigos más cercanos murieron como sacrificados en la epidemia. Quisiera recordarles que no debemos relacionar el contagio o el no contagio, la supervivencia o la muerte con los pecados personales, aunque el concepto de crimen y castigo es una asociación que todavía está muy arraigada en nuestro pensamiento. Sin embargo, Jesús nos anunció que Dios no siempre envía desastres a las personas debido a su pecado. A veces, el desastre mismo es una muestra de amor, para que la persona se arrepienta y su alma se salve. (Lc.13:1-5). La misericordia y el perdón de Dios nos dicen que él no es el autor de esta plaga. Dios utiliza el dolor causado por la maldad humana para advertir a las personas sobre su propia traición a Dios, y hace un llamamiento ensordecedor al mundo y a la humanidad, exhortándonos a cambiar nuestros caminos y regresar al camino y a la voluntad de Dios. En nuestra introspección, la peste debería ser como la "vara" en manos del padre para enseñar y cuidar a sus hijos tercos. No podemos controlar el virus y tampoco debemos dudar de la "persona" de Dios o temer que esté llegando el fin. Solo tenemos que escuchar la voz del misericordioso Padre Celestial que nos llama a arrepentirnos y recordar la verdad de que Él estará con nosotros todos los días (Mt 28,20).
Dios no solo nos invita al arrepentimiento en la situación de la epidemia, sino que también llama a la humanidad a ser sacrificio redentor uniéndose al sufrimiento de Cristo. El inocente Señor Jesucristo expresó su confianza en el Padre Celestial y su amor por el mundo en la cruz. Él asumió el pecado humano con su sufrimiento y muerte para que podamos tener una vida resucitada. El apóstol san Pablo nos exhorta a "completar en mi carne lo que falta de los sufrimientos de Cristo" (Col. 1:24). Eso no quiere decir que los sufrimientos de Cristo Salvador no sean suficientes, sino que el misterio salvífico del misterioso Cuerpo de Cristo continúa a través de nosotros. Tomemos esto como la fuerza impulsora frente a la enfermedad y el sufrimiento. En vez de quejarnos y odiar pasivamente, tenemos que acompañar a Jesús en la cruz para participar en la redención, cargar con la injusticia del mundo y de la sociedad, sentir compasión y perdonar a aquellos hermanos y hermanas que "no saben lo que hacen". (Cf. Lc 23, 34). (…).
III. El Señor desea misericordia, no sacrificios (Ver Mt. 9:13)
Dios es amor y ama a todas las personas. No es como nosotros, que juzgamos a los demás fingiendo ser justos. Los cristianos deberían estar más acostumbrados a identificarse como pecadores, necesitados de la misericordia y de la salvación de Dios. Necesitamos encomendarnos a la misericordia de Dios en cada momento de nuestro camino de fe, y esta necesidad también nos impulsa a comunicar a todas las personas la misericordia y el amor que hemos recibido de Dios En la situación epidémica todos estamos en peligro, pero también tenemos que cuidar a los demás y brindar ayuda a las personas necesitadas con empatía. No podemos permitir que el virus y los prejuicios se conviertan en barreras a la hora de servir a los demás. Si actuamos de esa manera, solamente nos estamos escondiendo en lo que llamamos "seguridad". La verdadera garantía es poner todo en manos de Dios. (…).
Hemos recibido una vida de amor en Jesús. Y el signo del Espíritu Santo es que para nosotros el amor es servir y dar la vida, entregarse por el bien de los demás. El "Buen Samaritano" es la imagen del mismo Jesús y un ejemplo para nosotros. Él ha establecido su plan para ayudar a los hermanos en dificultades. En la situación epidémica, cuidar a los enfermos sin tener en cuenta la propia comodidad y seguridad es el mejor testimonio de la identidad de los hijos de Dios. La preocupación, el compartir y la salvación son el rostro del amor de Dios. La llamada para los cristianos es que Dios presente su imagen a través de nosotros. En esta epidemia y en todos los demás desastres que han seguido, tenemos que servir a todos los necesitados con valentía y generosidad, en vez de ser indiferentes, egoístas y acaparadores. Si hemos amado con esa humildad, Dios mismo nos invitará a sentarnos en el lugar principal en la fiesta del reino de los cielos (Cfr. Lc 14, 1-14). Dios nos da un cuerpo sano para servir a los demás por amor a Dios La verdadera fe es así de sencilla: recibir de Dios una vida de amor y dar amor a los demás. Hermanos y hermanas, ¡practiquen el amor con alegría!
Conclusión
Queridos hermanos y hermanas, el Papa Francisco dijo en una reflexión: "Después de experimentar directamente la fragilidad de nuestras vidas y las de quienes nos rodean, podemos decir que la mayor lección que hemos aprendido del COVID-19 es comprender que nos necesitamos unos a otros y que el tesoro más vulnerable es la fraternidad -la humanidad común que compartimos los hijos de Dios-. Y que ninguno de nosotros se puede salvar solo. Por lo tanto, debemos trabajar juntos para buscar y promover los valores universales que nos conducen por el camino de la fraternidad”. (Papa Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, Año Nuevo 2023). Efectivamente, somos compañeros de viaje. En el futuro deberíamos afrontarlo todo juntos. No debemos caer en la idolatría y el individualismo de la ciencia o la medicina. "Respetar a Dios y amar a los demás" hará que nuestra sociedad y la globalización se parezcan más al Reino de los Cielos, y cada uno de nosotros gozará de paz y armonía. De lo contrario, nosotros mismos experimentaremos la desigualdad, la injusticia, la pobreza y la violencia. Los cristianos son luz, sal y levadura desde el momento en que son bautizados. Debemos tratar de promover una cultura de compasión, de cuidado, de compartir y de amor en la generación en la que vivimos. Con la gracia de Dios, no nos menospreciemos y permitamos que nuestros pequeños actos de bondad entibien el corazón del mundo y de las personas.
En conclusión, deseo a nuestros hermanos y hermanas que planifiquen su vida en el nuevo año según el amor, para prevenir y combatir la epidemia. Pero busquen en primer lugar el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas también se les darán por añadidura (Mt. 6:33). Que la Virgen María, “Consuelo en el Dolor”, los bendiga a todos y los mantenga sanos y salvos en una nueva era de la historia humana.
* administrador apostólico de Harbin
22/10/2022 14:55