09/08/2018, 13.55
SIRIA
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Caritas Siria en medio de los desplazados de Guta: las heridas de la guerra siguen abiertas

de Sandra Awad*

Se evalúa que los daños provocados por el conflicto rozan los 400 millardos de dólares. El ente cristiano ha distribuido miles de ayudas en canastas de alimentos y pañales, destinados a los desplazados provenientes del enclave rebelde, en la zona suburbana de Damasco. Las historias de sufrimiento y privación de mujeres, hombres y niños. La necesidad de reconstruir puentes entre las personas, para garantizar un futuro para el país. 

Damasco (AsiaNews) – Los siete años de guerra en Siria, han provocado daños y destrucción que, se evalúa, rondan los 388 millardos de dólares. Es cuanto afirman funcionarios de las Naciones Unidas, al término de un encuentro de dos días de duración realizado en el Líbano, donde se han congregado más de 50 expertos de Siria y del resto del mundo. La cifra no comprende “las pérdidas humanas producto de los decesos, como tampoco las pérdidas de competencias y trabajadores calificados”.

Hace algunos días, Caritas Siria ha distribuido 1480 canastas alimentarias a familias que fueron desplazadas de Guta Oriental, un área en los suburbios de Damasco que estuvo largo tiempo controlada por los rebeldes en lucha contra el presidente Bashar al-Assad. Los activistas cristianos entregaron a la población -que vive en condiciones de extrema necesidad- un millar de cestas de fruta y verdura y 600 paquetes de pañales para los más pequeños. Quien cuenta la jornada es Sandra Awad, responsable de Comunicación de Caritas Siria,  casada y madre de dos hijos. Junto a un grupo de colegas, cruzaron el umbral del centro de acogida y recogieron los testimonios desesperados de hombres, mujeres y niños (en la foto). Una joven desnutrida que cursa su octavo mes de embarazo y un parto de riesgo, un hombre que lucha para conseguir algo de comida para sus hijos, un muchachito que ha perdido a sus padres y vive sumido en la ira. Un drama que todos comparten y, que, sin embargo, no elimina la esperanza –y el deseo de un futuro de paz y de convivencia en el país.

A continuación, el testimonio brindado por la responsable de Caritas. Traducción de AsiaNews.  

 

Bajé del autobús, y mis pies pisaron el suelo arenoso del depósito de artefactos eléctricos en el distrito industrial de Adra, donde, al entrar, fui recibida por miles de familias de desplazados que abandonaron los pueblos de la Guta. Miraba alrededor y me sentía nerviosa, y veía que lo mismo les sucedía a los colegas que me acompañaban. Frente a nosotros y a nuestro alrededor, había una multitud oceánica de personas. Gente con la piel oscurecida, quemada por el sol, que se arrastraba con la ropa hecha harapos y zapatos de plástico en los pies. El polvo se unía al dolor, al hastío y la desesperación que se adivinaba mezclada en sus rostros.  

Hombres tumbados sobre el suelo, en montones de camas improvisadas esparcidas por todos lados. Y las mujeres, una multitud de mujeres rodeadas de niños, muchísimos niños, nacidos en medio de la pobreza, la guerra, en el vacío de la nada. En cuanto a mí, dejé que mis pies me guiaran a través de ese mar de vidas humanas que me eran completamente extrañas, tratando de entender más, aunque sea un poco, de qué se trata esta brutal guerra que nos ha azotado a todos de una manera tan profunda.   

Pocos minutos más tarde, una mujer de piel oscura, me frena y me dice: “¿Puedo hacerle una pregunta, señora? Hay algo que me preocupa, y quisiera su consejo. Estoy encinta, en el octavo mes. Le ruego que no me mire de este modo, sé que no parece cierto, pero le juro por Dios que estoy en el octavo mes, y esto significa que el mes que viene debo parir, y estoy preocupada porque mi vientre aún no ha crecido. En el centro médico me han dicho que las dimensiones del embrión son demasiado pequeñas para su edad. ¿Qué piensa usted? ¿Usted piensa que el niño podría sufrir de alguna enfermedad? ¿Qué puedo hacer?”

Sentí una tristeza profunda y le dije: “La verdad es que no sabría qué responderle. Cuando se trata de cuestiones médicas, lo cierto es que no soy una experta”.

De repente, siento una voz a mis espaldas que grita: “¿Pero cómo va a crecerle la panza, si sufre de malnutrición? Un pedazo de pan duro con una taza de té, es todo lo que ella ha podido tomar desde esta mañana”.

Miré a la mujer que estaba hablando y enseguida entendí que se trataba de la madre de la joven mujer encinta, porque ambas se parecían mucho. Me volví y le dije: “Bueno esta cesta de alimentos que está por recibir te será muy beneficiosa, podrá servir para alimentarte a ti y a tu niño por un buen tiempo”. “Sí, es así” –me respondió. “Espero que el parto salga bien –proseguí- que goce de buena salud y que puedas estrecharlo en tus brazos”

Miré a la joven a los ojos, y pude percibir en lo profundo sus dudas, los temores, la ansiedad que ella tenía. Ella concluyó con un lacónico: “Sí, realmente espero eso”.

Junto a uno de mis colegas, seguí mi tour por el centro, hasta que dimos con un área donde se habían instalado varias tiendas de color verde. En el medio de la calle que conducía a las tiendas había dos latas enormes que eran utilizadas como depósitos de agua, y cada una llevaba impreso el símbolo de la Cruz Roja y de la Medialuna creciente. Hombres y mujeres bebían de esa fuente, para aliviarse un poco en un día extremadamente caluroso.

Contemplé la cruz y la luna creciente ubicadas sobre las dos latas, y me vino una sensación de gran felicidad. Ambas se encontraban una junto a otra, a poca distancia, listas para saciar la sed de los habitantes del centro, que habían sido hondamente probados por un período de grandes privaciones.

Esta imagen me hizo volver atrás con mi mente y recordé que pocos días antes, en Caritas (una organización cristiana) nosotros también estuvimos trabajando largo y duro junto a la Blessing Reserve Islamic Organization para preparar, en un clima de puro amor, los paquetes de alimentos que se iban a distribuir en este centro de acogida. Con la esperanza, quizás vana, de poder apagar su sed de comida al menos por un tiempo, y satisfacer la extrema necesidad de atención que surge de sus corazones rotos.

Poco después, regresé a la plaza principal y, justo en ese momento, vi llegar el camión que transportaba las provisiones de alimentos. De repente, la marea de gente se transformó en una tempestad, como si una repentina tormenta se hubiese abatido en la zona, mientras todos se apresuraban para llegar hasta las puertas del vehículo, empujándose unos a otros.  

En medio de la estampida que se había formado a mi alrededor, y que traté de sortear con gran dificultad, vi a un hombre caerse al suelo frente a mis ojos, gritando a toda voz: “¡Al diablo! ¡Qué vida, esta! No es más que una humillación continua”. Y volvió a ponerse de pie con un gran esfuerzo y se puso a correr a toda prisa hacia el camión, para asegurarse un lugar en la fila y así obtener algo que comer, con un sentimiento de profunda dignidad y la esperanza de saciar el hambre de sus hijos, aunque fuera por poco tiempo.

Apenas pude recobrarme, alguien comenzó a llamarme a mis espaldas. Me volví y vi a una mujer de unos veinte años llevando a un niño de la mano. “Señora –me dijo- quisiera hacerle una pregunta. ¿Tiene pañales talle grande, que puedan irle bien a mi hijo? Tiene ocho años y le cuesta mucho contenerse cuando tiene que ir al baño”. Miré al niño y me di cuenta de que tenía marcas de orina en su ropa.

“Me temo que no tenemos ese tamaño” le respondí.   “Los compramos sólo para los niños más pequeños, pero ¿qué le ha pasado? ¿Lo ha visto un doctor? “Claro que sí –me contestó- me dijeron que no se trata de un problema de tipo orgánico… Quizás el problema haya sido causado por los ataques de pánico que él tenía durante los períodos más oscuros de la guerra”. Me di vuelta, presa del desconsuelo, y continué mi caminata sintiéndome incapaz de responder ante las grandes necesidades que tenía frente a mí, al miedo, al dolor de las personas. Pero, ¡¿qué es todo este dolor?!

En tanto, el tiempo había pasado y llegaba la hora de irse. En eso, escuché el llamado de mis colegas; la mayor parte de ellos ya estaba a bordo de la camioneta, lista para partir de regreso. Fui a donde estaba un niño enfurecido que, junto a un amigo, me contó sobre sus desventuras con una carga de odio y resentimiento enormes, a punto de explotar. Cerca de allí había una mujer, que a causa de la guerra perdió a un hijo, y me dijo que está dispuesta a recibir al niño y a cuidar de él. Hasta ahora [su ofrecimiento] ha sido en vano, porque el joven [que tiene 12 años, si bien aparenta tener poco más de ocho] siempre ha rechazado cualquier tipo de ayuda. Antes de subirme al bus, la mujer viene hasta mí y me pregunta: ¿Va a Damasco? Le respondo que sí. “Se vive bien en Damasco”, prosigue. “Allí, nadie vive los sufrimientos que tenemos aquí”.

“Créame que los sufrimientos nos golpean a todos, sin distinciones -le respondo.- No vaya a pensar que los habitantes de Damasco no sufren o que no sienten dolor. Todos hemos sido afectados, de un modo u otro, el dolor es algo en común, pienso que ha llegado la hora de que todos unamos nuestras manos para afrontar el mal, [afrontarlo] unidos y hallar el modo de sanarlo”- No sé si mis palabras habrán impactado en esa mujer, pero no creo que haya sido así, porque el dolor que ella sentía por la muerte del hijo le había invadido el corazón al punto de secarle las lágrimas.   

Cuando subí al pulman y me senté, no daba más del cansancio y sentía el corazón pesado. Volvían a mi mente las escenas de  destrucción que pudimos ver en la calle que llevaba hasta el centro…. Estas escenas, a pesar de su crueldad, no me quebraron, porque sé que las piedras –tarde o temprano- podrán ser reconstruidas. ¿Pero puede decirse lo mismo con respecto a la reconstrucción de puentes entre corazones divididos entre sí?

Miré a través de la ventanilla, observando a mis nuevos amigos, que agitaban su mano saludándonos y tirando besos al aire. Sonreí… de verdad, desde lo profundo del corazón brotó una sonrisa y una renovada fuerza invadió mi cuerpo. Una esperanza verdadera, profunda, es posible… ¡todavía sigue habiendo tanta esperanza para este mundo!

 

* Responsable de Comunicación en Caritas Siria

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