Benedicto XVI y el Líbano: factor de unidad e identidad frente al éxodo de los cristianos
En septiembre de 2012 el Papa emérito realizó un viaje apostólico al país de los cedros, el último al extranjero de su pontificado antes de su histórica renuncia. La exhortación, fruto del sínodo sobre Oriente Medio, que ofreció a las Iglesias católicas orientales. Hoy el desafío consiste en la invasión silenciosa de la modernidad, junto con la violencia extremista.
Beirut (AsiaNews) - La inmensa capacidad de síntesis de este gigante intelectual que fue el Papa Benedicto XVI ciertamente era necesaria para comprender e integrar la enorme diversidad del mundo católico en esa porción del pueblo de Dios que vive en Tierra Santa y en todo el Oriente Medio. Cuando vino al Líbano el 12 de septiembre de 2012, último viaje al extranjero de su pontificado, el Papa emérito recientemente fallecido vino en realidad para toda la región, y entregó a las seis Iglesias católicas orientales la exhortación apostólica fruto del Sínodo para Oriente Medio que se había celebrado dos años antes: “La Iglesia católica en Oriente Medio: comunión y testimonio” (10-24 de octubre de 2010).
Había llegado con una desventaja, el recuerdo de la calurosa acogida que había recibido su predecesor Juan Pablo II en 1997. ¿Sería posible revivir aquellos días? En realidad su claridad y su forma dulce y amable de expresarse, tan diferente al Papa anterior, a su manera causarían un asombro similar.
Las autoridades civiles y religiosas que lo recibieron a su llegada al palacio presidencial le dieron una calurosa bienvenida. Dirigiéndose al pontífice para saludarlo, el mufti Mohammad Rachid Kabbani no tenía dudas: “Nuestras relaciones privilegiadas -dijo- son también el mensaje que damos al mundo”. En realidad él fue a ese país para continuar lo que Juan Pablo II había comenzado con el Sínodo sobre el Líbano (1995) y que Francisco continúa hoy metódicamente, sobre todo con la Declaración de Abu Dabi (2019): cartografiar espiritualmente la "cuna" del cristianismo y "reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Juan 11:52). Esta es "la única Iglesia de Cristo [que] se expresa en la diversidad de las Tradiciones litúrgicas, espirituales, culturales y en la disciplina de las seis venerables Iglesias católicas orientales sui iuris, así como en la Tradición latina", como afirmó en la misa de apertura del sínodo que se celebró en Roma en 2010.
Aquel viaje al país de los cedros no fue el primero a Oriente Medio. “Es el mismo criterio interior -subrayaría más tarde en la solemne celebración eucarística de apertura del sínodo- que me ha guiado en mis viajes apostólicos a Turquía, Tierra Santa [Jordania, Israel y Palestina] y Chipre, donde pude conocer de cerca las alegrías y las preocupaciones de las comunidades cristianas". Benedicto XVI se acercó a Oriente Medio a través del Líbano, una excepción democrática y pluralista en un mundo caracterizado por las autocracias. Además, nos gusta pensar que fue para ayudar a los libaneses de todas las confesiones, empezando por los cristianos, a apreciar de manera justa la síntesis de la civilización islámico-cristiana que nos gusta definir como "vivir en común" y que Juan Pablo II había ofrecido como modelo al mundo occidental y oriental.
Con esta perspectiva, había ido a infundir nueva vida a las "raíces religiosas" de la comunidad cristiana maronita, mayoritaria en el Líbano, que Juan Pablo II había recordado como "la fuente de su identidad nacional". Una revitalización que resultó imprescindible para hacerse cargo de una historia que se había ido complicando desde la creación del "Gran Líbano" (1920) y el movimiento de descolonización posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Dirigiéndose a los miles de jóvenes que acudieron a escucharlo en la gran plaza habilitada frente a la sede patriarcal maronita de Bkerké, Benedicto XVI les recordó el "honor" que supone vivir en una tierra que pisaron los pies de Cristo y añadió: “Quisiera ahora saludar a los jóvenes musulmanes que están con nosotros esta noche. Les agradezco por su presencia, que es tan importante. Junto con los jóvenes cristianos ustedes son el futuro de este maravilloso país y de todo Oriente Medio. ¡Traten de construirlo juntos! Y cuando sean adultos, sigan viviendo la concordia en la unidad con los cristianos. Porque la belleza del Líbano se encuentra en esta hermosa simbiosis. Es necesario que, al mirarlos, todo Oriente Medio comprenda que musulmanes y cristianos, el islam y el cristianismo, pueden vivir juntos sin odio, respetando el credo de cada uno, para construir juntos una sociedad libre y humana".
El difunto Papa emérito tampoco olvidó en esa oportunidad a los jóvenes de otros países árabes que pudieron acudir al encuentro: “También escuché -añadió- que hay entre nosotros jóvenes que han venido de Siria. Quiero decirles lo mucho que admiro su coraje. Digan en sus hogares, a sus familias y amigos, que el Papa no se olvida de ustedes". Él les estaba hablando cuando todavía Siria era el centro de atención, no sin sufrimiento, por las revueltas en las calles relacionadas con la Primavera Árabe, antes de quedar arrasada por la violencia de la guerra.
El Papa se mostró "entusiasmado" por la "exuberante" acogida que le habían brindado los jóvenes, recuerda mons. Paul Sayah, en ese momento vicario patriarcal maronita. Y precisamente debido a esta acogida se enconmendó a dos libaneses la redacción de las meditaciones del Vía Crucis. Sin embargo el viaje de Benedicto XVI al Líbano fue también el último de su pontificado y no dio todos los frutos deseados. Tanto es así que hoy las comunidades libanesas esperan con ansiedad una nueva visita papal y sienten la necesidad de ser nuevamente confirmadas en su vocación histórica.
Diez años después, el panorama exterior ha cambiado enormemente y se ha cumplido lo que Benedicto XVI y muchos otros como él temían: las convocatorias al diálogo han llegado demasiado tarde. La nefasta invasión estadounidense de Irak en marzo de 2003 sacudió completamente al país. Las tinieblas de Daesh [acrónimo árabe del Estado Islámico] cubrieron la llanura de Nínive (2014-2019). Siria e Irak mismo se vaciaron de la presencia cristiana, un éxodo difícil de revertir, al mismo tiempo que el drama palestino se ha radicalizado.
Para el Líbano, privado de las generaciones más educadas de sus jóvenes, la guerra se desarrolla a nivel económico y antropológico. Económicamente, el país es incapaz de liberarse de las garras de aquellos que han saqueado sus recursos y riquezas. Antropológicamente, la modernidad entendida como un invasor silencioso -y en otros momentos muy ruidoso- se ha infiltrado por doquier, planteando a la Iglesia y a los fieles el formidable desafío del relativismo ético que, en algunos casos, se ha infiltrado también dentro de las mismas instituciones.
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