Benedicto XVI peregrino en Tierra Santa: la paz responsabilidad común de todas las religiones
En mayo de 2009 el pontífice realizó una visita histórica a la región. El vaticanista Franco Pisano recuerda para los lectores de AsiaNews las etapas y encuentros en Jordania, Israel y los Territorios Palestinos. Ratzinger, un Papa que "no había que mirar ni escuchar, sino leer". La "facilidad" con la que trataba los textos, desde San Pablo hasta San Agustín.
Roma (AsiaNews)- Un “peregrino de paz” en la región de las tres grandes religiones monoteístas, porque “la peregrinación es un elemento esencial” de la fe. Con estas palabras, en el vuelo de regreso a Italia, el entonces Papa Joseph Ratzinger describía el viaje apostólico que acababa de realizar a Tierra Santa y que el Patriarcado Latino de Jerusalén ha resumido en un vídeo. Una reflexión sobre el tema de la peregrinación que, junto con la paz, es "un elemento esencial de muchas religiones". Y es también, prosiguió el pontífice, "la imagen de nuestra existencia, que es un caminar hacia adelante, hacia Dios y, por lo tanto, hacia la comunión de la humanidad", y por eso deben "fomentar la unidad de los pueblos de esta Tierra Santa para convertirse ellas mismas en mensajeras de paz". El viaje apostólico de Benedicto XVI, del 8 al 15 de mayo de 2009, supo también afrontar y superar la desconfianza, cuando no la hostilidad, de ciertos sectores del mundo judío que reprochaban al Papa el acercamiento a los lefevristas (negacionistas), y de un islam que seguía atascado en Ratisbona 2006 y la (presunta) ofensa a Mahoma. En realidad esta visita constituyó un hito fundamental en el diálogo interreligioso.
Benedicto XVI fue el tercer Papa de la era moderna que viajó a la cuna del cristianismo después de Pablo VI (1964) y Juan Pablo II (2000), tocando Jordania, Israel y los territorios palestinos. Algunos de los momentos más destacados de una visita no exenta de polémica fueron el lugar del bautismo de Jesús, el Yad Vashem en Jerusalén, el encuentro con el gran muftí en la Cúpula de la Roca en la explanada de las mezquitas, el "Muro de los Lamentos" y los grandes rabinos. Y posteriormente su paso por Belén con la Gruta de la Natividad y el Caritas Baby Hospital, Nazaret y la celebración Eucarística en el Monte del Precipicio. La última etapa fue el Santo Sepulcro, a la que siguió el encuentro ecuménico en el Patriarcado greco-ortodoxo como culminación de un viaje de valor espiritual, político e interconfesional sobre el cual reflexionó posteriomente, en la audiencia general, cuando regresó a Roma.
Quien describe a los lectores de AsiaNews los días del Papa emérito -cuyos funerales solemnes se celebrarán hoy- es el experto vaticano Franco Pisano, que durante más de 30 años siguió primero a Juan Pablo II (tras el breve pontificado del Papa Albino Luciani) y luego a Benedicto XVI. El viaje a Tierra Santa fue también el último en la comitiva de un pontífice para el decano de los cronistas vaticanos, quien recuerda como momento "clave" la escala "frente a la tumba vacía, en el Santo Sepulcro" que es también la etapa más cargada de significado “para cualquiera que vaya a Tierra Santa”. “Fue una visita completa -subraya- que también lo llevó a Jordania”.
Considerando en profundidad los discursos que pronunció, indudablemente “el de la despedida, cuando habló ante el presidente israelí Shimon Peres, fue el más importante”. Allí tocó temas cruciales como el Holocausto, lo que en su momento desató polémicas instrumentales que "lo acusaron de ser frío. En realidad fue una reflexión mucho más profunda - explica Pisano - sobre las víctimas del mal en los diferentes momentos de la historia”. Este es un ejemplo, añade, “del problema que planteaba Benedicto XVI: no se trataba de mirarlo o escucharlo, sino que había que leerlo. No le daba calidez al discurso, pero cuando lo estudiabas, aparecía en toda su fuerza. Este límite impidió comprender cuán extraordinario ha sido en realidad”.
Otro aspecto significativo de la visita a Tierra Santa fue la invitación al diálogo interreligioso y “a la corresponsabilidad de las tres grandes religiones monoteístas en el tema de la paz”, así como la referencia “a la cultura del mundo”. En varios momentos habló de las tres religiones y se reunió con líderes religiosos y personalidades cristianas, judías y musulmanas “insistiendo mucho en este aspecto. Es el Papa de la Dominus Iesus [promulgada en 2000 cuando aún era prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe], Jesús es el único que puede dar la salvación, pero eso no impide sino que por el contrario fortalece el encuentro y el diálogo. "Todos los papas -observa Pisano- hablaron positivamente de las diferentes religiones, pero él les encomendó una tarea más" a partir de un "deber común y un vínculo único" entre el judaísmo, el cristianismo y el islam: "El Nuevo Testamento no se puede concebir sin el Antiguo Testamento, y el Islam no se puede concebir” sin los dos textos anteriores. Lo que está en juego es "la relación con el único Dios", que es "también histórica y cultural" y asigna "responsabilidades comunes con respecto a la paz". Benedicto XVI es el Papa que ha subrayado con más fuerza este aspecto”.
Pisano concluye con una reflexión sobre los años (desde 2005 hasta su histórica renuncia en febrero de 2013) que pasó el Papa alemán en la Cátedra de San Pedro: "El pontificado de Joseph Ratzinger fue difícil, tras los 27 años de Juan Pablo II que habían cambiado el mundo. Un reinado equilibrado que ahora, a su muerte, podría tambalearse” con los rumores que ya empiezan a circular sobre “un frente conservador dispuesto a atacar” al actual pontificado del Papa Francisco.
“Ciertamente, como vaticanista, seguir a Benedicto XVI fue un desafío que requirió estudio, el conocimiento de los teólogos y las grandes personalidades de la Iglesia, desde San Pablo hasta San Agustín”, concluye Pisano. “Manejaba los textos con una facilidad increíble, porque tenía dominio y familiaridad con todo ese material . Para poder hablar sobre el Papa Ratzinger había que estudiar... quizás por eso mismo era poco valorado o atacado" como ocurrió con el discurso de Ratisbona, donde, para una reflexión de 20 páginas, los títulos (y las polémicas) se construyeron "sobre un pasaje de dos líneas".
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