21/12/2022, 11.25
ASIA CENTRAL
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Asia Central se ahoga por el esmog

de Vladimir Rozanskij

Tras demoras lamentables, los gobiernos de la región finalmente empiezan a preocuparse por los problemas del medio ambiente. En el último año murieron 112 personas en Biskek como consecuencia de la contaminación. La población se ve obligada a utilizar todo tipo de combustibles para calentarse. Las protestas se multiplican.

Moscú (AsiaNews) - Los gobiernos de los Estados de Asia Central cargan con la culpa de no haber tomado decisiones a tiempo. Ahora empiezan a preocuparse por los sistemas de calefacción con combustibles fósiles, los coches anticuados y la mala planificación urbanística, las principales causas de los graves problemas de contaminación atmosférica que hoy asfixian a los ciudadanos de las metrópolis locales.

Las centrales eléctricas a carbón y las estufas de uso doméstico de las principales ciudades de toda Asia Central esparcen por el aire una enorme cantidad de derivados tóxicos. Las carreteras heladas se dañan por la circulación lenta de vehículos anticuados cuyos neumáticos están cada vez más desgastados. En tanto, las redes sociales se saturan de debates sobre la atmósfera irrespirable, y los usuarios intercambian información sobre la compra de purificadores del aire.

Durante el invierno, de noviembre a abril, la gente utiliza cinta adhesiva para cerrar las ventanas destruidas y el problema corre el riesgo de convertirse en una auténtica catástrofe.

En esta región, la voluntad política de combatir la contaminación atmosférica siempre ha sido débil. Sin embargo, la presión de la opinión pública en la era de las tecnologías de la información ya es ineludible: las consecuencias para la salud de los ciudadanos son evidentes. En el último mes, Biskek, la capital de Kirguistán, ocupó el primer puesto en la clasificación de IQAir (el ranking de las ciudades con peor calidad del aire), seguida de cerca por Almaty, la principal ciudad de Kazajistán. En el Top-20 de la peores ciudades se mantienen inamovibles Astaná y Taskent, las capitales kazaja y uzbeka respectivamente.

A pesar de que la región se caracteriza por vastas extensiones de taigas, el manto de niebla tóxica es claramente visible, especialmente en las imágenes con vistas aéreas. En los días de mayor concentración de nubes tóxicas, entre los habitantes cunde el pánico alternado con el humor negro. La gente se vuelca a Twitter para  pedir opiniones sobre la eficacia de los purificadores de aire de 1.000 dólares, y preguntan si estos aparatos "pueden purificar toda la calle".

Ermes Izmailov es médico y vive en Biskek. En diálogo con Azattyk, explica que cada vez más pacientes se quejan de migrañas y problemas respiratorios: "En la temporada de gripe vemos que los síntomas empeoran cada vez más, la típica tos de dos semanas dura ahora más de un mes". Una investigación financiada por Unicef afirma que en el último año en Biskek murieron 112 personas a causa de la contaminación. Sin embargo, el gobierno considera que la información no es confiable. 

Los problemas de este tipo fueron heredados de la era soviética: las ciudades de tamaño medio solían ser las más contaminadas, debido a la mayor concentración de plantas de la industria pesada. Posteriormente, el crecimiento de la población y el número de automóviles agravaron aún más la situación en las zonas urbanas -donde en otro tiempo solo circulaban libremente los privilegiados y los funcionarios del partido.

Los poblados diseminados en torno a las grandes ciudades no están conectados a la red de gas. Para calefaccionar los hogares y mantener encendida la estufa, los habitantes utilizan todo tipo de combustibles, desde carbón hasta residuos textiles. Por otro lado, en las grandes ciudades, los nuevos edificios de 20-30 plantas se multiplican como setas, y esto bloquea la circulación del aire. Algunos gobiernos, como el de Kirguistán, prefieren utilizar el carbón de producción local, más sucio y barato, en lugar del importado, más caro.

A todo esto, se propagan las protestas con manifestaciones callejeras en numerosas ciudades, en Biskek y Astaná, una pequeña ciudad esteparia que en diez años ha pasado de 20.000 a un millón de habitantes y donde de cada 30.000 hogares sólo 5.000 tienen gas en sus casas. En los países más pobres, como Turkmenistán y Tayikistán o incluso Kirguistán, la transición al uso de energías más limpias resulta inviable por el momento. Se espera lograr cuando menos una sustitución parcial del carbón por gas y electricidad, con la esperanza de que el invierno pase pronto.

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