30/11/2024, 14.00
LÍBANO
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Alto el fuego: en medio de los escombros, el precio de la 'victoria' de Hezbolá

de Fady Noun

Mientras se mantiene trabajosamente el alto el fuego con Israel, ofrecemos un reportaje desde las zonas más duramente golpeadas por la guerra. El acuerdo se concretó el día de una fiesta mariana, tal como sucedió en 2006. Los daños causados por los durísimos bombardeos de las últimas horas previas a la entrada en vigor de la tregua. Una religiosa de Nabatieh cuenta que "toda la ciudad está muerta, nuestra escuela no podrá reabrir antes de febrero".

Beirut (AsiaNews) – "Se sienten victoriosos, porque su espíritu no se ha quebrado. En la frontera lucharon como leones". Así comenta Habib N.(*) (profesor adjunto de la Universidad Saint-Joseph de Beirut) el increíble festival de banderas amarillas de Hezbollah que mostraron todas las pantallas de televisión el 27 de noviembre, la mañana que entró en vigor el alto el fuego entre Israel y Hezbolá. "Una victoria, pero a qué precio", añade.

"Es la fiesta de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa", observaba el mensaje de WhatsApp de un amigo periodista a primera hora de la mañana. "¡Es una hermosísima señal! No es una coincidencia". ¿Debemos el alto el fuego a la oración? Tal vez. ¿Por qué no? En muchas parroquias se había rezado incesantemente para que la fuerza aérea israelí detuviera su mortífero ballet aéreo. Unas horas después, una foto que circulaba en los teléfonos celulares mostraba una formación de nubes en forma de paloma sobre Notre-Dame du Tell, en Zahlé, donde se había refugiado la mitad de la Bekaa chiíta. Otra "hermosa señal". "Efectivamente, la guerra de 2006 terminó el día de la fiesta de la Asunción, el 15 de agosto", recuerda una laica consagrada de la diócesis de Antelias. 

Filmados pocos minutos después de que entrara en vigor el alto el fuego por los madrugadores de Al Manar, la cadena de televisión de Hezbolá, los autos circulaban a toda velocidad por la autopista del sur. Era un espectáculo fascinante al amanecer. Los corazones estaban alegres, pero pocas horas después se formaron atascos de varios kilómetros y los disparos de advertencia israelíes y los controles de carretera del ejército, que empezaba a desplegarse, impidieron que los habitantes de las aldeas donde todavía están estacionadas las tropas israelíes regresaran a sus hogares. Un fotógrafo de Associated Press resultó herido en una pierna cuando se acercó demasiado a un tanque. "¿Hemos caído en una trampa? ¿Quieren ocupar la franja fronteriza destruida?"  

En los suburbios al sur de Beirut, en medio del retumbar de las armas automáticas, los autos avanzan lentamente entre un mar de motocicletas y calles cubiertas de escombros. Los verdaderos habitantes se distinguen de los jóvenes agitadores con camisas negras del partido pro-iraní. Incluso reparten banderas amarillas y masas dulces.  Hay desolación por todas partes, pero la noticia del alto el fuego alivia todos los dolores. Se puede ver a dos hombres que se abrazan y lloran, como después de una larga ausencia, mientras que otros se toman fotografías sobre los escombros de los edificios destruidos.

El último día de la guerra fue terrible. Veinte ataques en 120 segundos. La aviación se centró sobre todo en las sucursales de la institución bancaria de Hezbolá. "Vi mi auto ardiendo en la televisión", comentó un hombre ante el micrófono de un canal. "Temblé como una hoja durante dos horas con el estruendo de los ataques", me cuenta por teléfono Asma F (*), una profesora universitaria que vive en Hazmiyé, un barrio en los suburbios. "No dormí en toda la noche", añade. 

Siguiendo el consejo de Avichay Adraee, el portavoz en árabe (con acento judío) del ejército israelí, muchos habitantes de Beirut desorientados por los ataques aéreos israelíes durmieron en sus coches aparcados en "lugares seguros", en los barrios cristianos de Beirut o en la Plaza de los Mártires, en el centro de la ciudad.

El retorno es masivo e impresionante, en todas las regiones atacadas por la fuerza aérea israelí. Los enormes cráteres que dejaron las granadas en la carretera que separa los pasos fronterizos libanés y sirios están siendo rellenados por camiones cargados con grandes bloques de piedra procedentes de las canteras de la Cordillera del Antilíbano, bajo la atenta mirada del ministro de Obras Públicas y Transportes, Ali Hamiyé, para permitir que los refugiados sirios desplazados regresen a la maltrecha Bekaa.

En Tiro, las incursiones israelíes han dejado algunos barrios  inhabitables. Todavía se pueden ver edificios en ruinas de los que sale humo. "No hay agua ni electricidad, ni siquiera funcionan los generadores privados porque han cortado los cables", se queja el propietario de una "casa de descanso" en la playa de Tiro. Varios edificios sobre el paseo marítimo, la joya de la ciudad, quedaron destrozados.

"Aquí no hay objetivos militares. Querían lastimar a Nabih Berry. Es pura maldad", se lamenta el dueño de una pastelería oriental, con la voz ahogada por el estruendo de las excavadoras. El alcalde de Tiro, Hassan Dbouq, declaró a la AFP que "más de 50 edificios de entre tres y 12 pisos de altura han sido completamente destruidos por los ataques israelíes" y decenas de otros resultaron dañados hasta en un 60%.

Lo mismo sucede en casi todas partes. En Nabatieh, el colegio de las Hermanas Antoninas, que tiene 1.800 alumnos desde el jardín de infantes hasta el último año, sufrió graves daños. "No hay agua, ni electricidad, ni internet", se lamenta la hermana Marie Touma, directora de la institución. Toda la ciudad está muerta. El edificio de los niños resultó gravemente dañado por las explosiones. Algunos pilares cayeron y las paredes quedaron destrozadas. Los marcos de las puertas y ventanas de la escuela desaparecieron. "Llevará dos semanas sólo reparar las ventanas. No creo que la escuela pueda reabrir antes de febrero".

Los ataques continuaron el miércoles hasta una hora antes de que entrara en vigor el alto el fuego. El último raid fue contra el barrio donde está la casa de Anas Mdallali, un sastre sirio que vive en Tiro desde hace diez años. "Lloré de rabia", dice el hombre de 40 años, mirando los montones de escombros que bloquean la entrada a su edificio. "Desde ayer estoy tomando medicamentos después del shock, miro la destrucción y los juguetes de mis hijos y lloro". Todo el país todavía se encuentra en estado de shock.

(*) Los nombres han sido cambiados para proteger el anonimato

 

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