Al padre Ibrahim le fue conferido el premio Jan Karski: fuente de esperanza en una Alepo muerta y sin futuro
Al guardián de la parroquia latina fue dado el reconocimiento dedicado a la memoria del abogado y activista polaco. Se lo entregó el Card. Dzwisz, que remarcó la dedicación del franciscano al servicio pastoral de su ciudad y de su gente. En Alepo aún hoy se sigue sufiendo a raíz de la falta de agua y electricidad, la malnutrición y la falta de estructuras y lugares para recibir una atención médica adecuada.
Alepo (AsiaNews)- “Ser signo de esperanza en una ciudad muerta y ‘sin futuro, quiere decir sacar la esperanza de la Fuente de la vida y de la esperanza, que es Jesucristo. Nuestros ojos han visto la cruda realidad […] en estos momentos difíciles y fue sólo en la esperanza en Dios que hemos encontrado la fuerza para seguir adelante”. Es cuánto subrayó el padre Ibrahim Alsabagh, franciscano de 44 años, guardián y párroco de la parroquia latina de Alepo, ganador de la edición 2017 del Jan Karski's Eagle Award, premio dedicado a la memoria del célebre abogado y activista polaco.
El reconocimiento fue asignado (en la foto) días atrás en Cracovia (Polonia), en presencia del arzobispo emérito local, Card. Stanislaw Dziwisz, que fue secretario particular de San Juan Pablo II en su largo pontificado. El sacerdote recibió el premio -según se fundamenta oficialmente- por “haber llevado esperanza a un mundo sin esperanza y a las personas olvidadas”.
La distinción surgió por voluntad del mismo Jan Karski en el año 2000, poco antes de su muerte y es entregada a personalidades que se destacan por el “servicio humanitario” brindado a los demás. Historiador, abogado, diplomático, durante la Segunda guerra mundial el activista polaco estuvo entre los primeros en narrar el drama de Polonia bajo el dominio nazi, en particular la destrucción del gueto de Varsovia y las masacres realizadas dentro de los campos de concentración alemanes.
En el discurso de agradecimiento, enviado para su conocimiento a AsiaNews, el padre Ibrahim subrayó que la distinción es “un aliento en la batalla por mi pueblo, en mi misión de llevar a mi gente la ayuda, la consolación y la esperanza”. Él prosiguió recordando el “deber moral” del que se percató en estos años, en el sentido de “hacer conocer a todo el mundo la trágica situación (del pueblo sirio)”, ofreciendo para este fin “mi vida, que es todo aquello que tengo. El sacerdote fue por mucho tiempo testigo y voz del conflicto sirio y del drama de Alepo, epicentro del conflicto sirio y por años dividida en dos sectores separados entre sí hasta la liberación final ocurrida en diciembre pasado.
El padre Ibrahim dedicó una reflexión a Polonia, un país “muy cercano por una personalidad santa, vecina y amadísima” como la del Papa Wojtyla. En la historia “de su sufrimiento”, agregó el sacerdote, él ha recorrido el sufrimiento de un pueblo entero y “la historia de una Iglesia perseguida por su fidelidad al Maestro”. “En mi camino -prosiguió- de defensa de la esperanza en Alepo, siento la persona de Jan Karski muy cercana a mí, por su sensibilidad hacia el hombre que sufre”.
“La historia del pueblo sirio -recordó el párroco de Alepo- es muy similar a la historia del pueblo polaco, que por un cierto período de tiempo sufrió […]. Tantas personas, tantas familias sirias, como Job en la Biblia, perdieron todo en cuestión de un instante, el cumplimiento de una vida entera: casa, familia, salud. El 70% de las familias están sin casa, sin un refugio. En torno a la ciudad continúa la guerra. Durante la noche, escuchamos los bombardeos y los ruidos de los disparos. Cada tanto, la calle principal - que es también la única que queda- a Alepo está cerrada por los combates”.
Todavía hoy, la población sufre por la falta de agua y electricidad, por la malnutrición y la falta de estructuras y de atención médica adecuada. Antes de la guerra Alepo era la ciudad industrial más grande de Siria, en grado de asegurar el 60% de la producción del país, pero hoy está como “paralizada” y la desocupación “es alta: el 93% de las familias necesita ser ayudada para sobrevivir” y el precio más alto, concluye, lo pagan los más vulnerables y frágiles, los niños. Algunos de ellos ni siquiera saben qué significa vivir sin guerra”.
Al entregar el premio al padre Ibrahim, el Card. Dziwisz subrayó que éste tiene en cuenta no sólo “las funciones y deberes cumplidos por el premiado en vista de su vida sacerdotal y religiosa”, sino también el hecho de haber sabido “llevar la esperanza en un mundo sin esperanza”. El purpurado recordó “a pesar de habérsele ofrecido un puesto seguro en Europa”, el párroco de Alepo “decidió volver a su patria, a esa Siria prisionera de la guerra desde hace tantos años. Volvió para consagrarse, arriesgando su propia vida, para servir con su pastoral a Alepo, que todavía es una ciudad de Siria destruida, prácticamente desprovista de todo lo necesario para sobrevivir”. “La decisión del padre Ibrahim -concluyó el emérito de Cracovia- fue dictada no sólo por razones patrióticas, sino y sobre todo por la convicción de que, como cura y pastor, no puede abandonar a su grey cuando ésta lo necesita. “No hay amor más grande que aquel de dar la vida por sus hermanos”. (DS)
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