03/12/2022, 09.00
MUNDO RUSO
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A propósito de los chechenos y buriatos: Francisco no habla con ligereza

de Stefano Caprio

Al comentar la crueldad en la agresión contra Ucrania y cuestionar a ciertas minorías étnicas, el Papa utiliza muy acertadamente las claves para interpretar los componentes del mundo ruso: Rusia, el Estado ruso y las etnias no rusas, tres dimensiones diferentes de una realidad única y compleja.

Causaron gran estruendo las frases del Papa Francisco -difundidas por America, la revista de los jesuitas estadounidenses- sobre la crueldad vista en la agresión contra Ucrania, y su cuestionamiento de diferentes minorías étnicas y "tradiciones" del mundo ruso. Muchos comentaristas criticaron al pontífice por el tono casi racista de las declaraciones. Por su parte, los rusos aprovecharon la ocasión para encuadrar al magisterio papal en la tan odiada "rusofobia occidental", que en este caso alcanzaría incluso el nivel de "perversión", como tronó la indignada vocera del Ministerio de Relaciones Exteriores, María Zakharova, lanzando un anatema contra el sucesor de San Pedro y desatando la censura de los hackers rusos contra los sitios del Vaticano.

Es cierto que al Papa Bergoglio le gusta expresarse con cierta libertad, sobre todo cuando está en compañía de sus hermanos jesuitas. Sin embargo, es difícil imaginar que este tipo de declaraciones, tan provocadoras, se hayan pronunciado a la ligera durante una entrevista con esta publicación autorizada. Desde hace algún tiempo, incluso antes de la invasión rusa de Ucrania, todas las diplomacias del mundo son puestas a prueba de forma extremadamente dramática, y a veces las palabras parecen escapar al control de los grandes del mundo, generando más tensiones. En este sentido, baste con recordar la declaración de Joe Biden según la cual "Putin es un asesino, pagará las consecuencias" -pronunciada en marzo de 2021, tras la detención de Aleksei Navalny- en alusión a la injerencia rusa en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020.

Claramente, no se puede atribuir la guerra en Ucrania a la excesiva franqueza del presidente estadounidense, que también es conocido por sus expresiones a menudo desenfadadas, pero en realidad coherentes con el espíritu altamente competitivo de la política exterior estadounidense. Por otra parte, las palabras del Papa Francisco son más propias de un enfoque diplomático histórico -el de la Ostpolitik vaticana- que del espíritu de improvisación sudamericana que caracteriza, en parte, al actual pontificado. La espontaneidad bergogliana, de hecho, es una receta necesaria elegida por la Iglesia católica para curarse de una antigua plaga: la santurrona hipocresía curial, que a menudo esconde debilidades y malversaciones muy humanas bajo el manto de la sacralidad de los palacios y las liturgias. La década del pontificado argentino ha destapado y secularizado lo que no merecía ser conservado y perpetuado en el Vaticano y la obra de purificación aún parece estar lejos de un resultado satisfactorio. Pero en el caso de Rusia y la guerra, el sentido de la provocación parece ser netamente diferente.

En realidad, el Papa demuestra que es un fino conocedor del "mundo ruso", entendido tanto en la versión ideológica que justifica la guerra de Putin como "misión universal", como en sus abigarradas raíces histórico-geográficas, compuestas por las múltiples etnias y culturas del inmenso territorio euroasiático. Por primera vez, después de todos estos meses, Francisco afirma explícitamente que Rusia, o más bien el "Estado ruso", es culpable de la invasión y estigmatiza la "crueldad" que martiriza a Ucrania, insinuando así las acusaciones de crímenes de guerra, que hacen pensar en un futuro Nuremberg contra Putin y su pandilla. Agrega que "tiene mucha información sobre la crueldad de las tropas que llegan" [a Ucrania, ndt] , y menciona en particular "a los chechenos y a los buriatos, etc.", es decir, a los representantes de las nacionalidades "que son de Rusia, pero que no son de la tradición rusa", utilizando de forma muy precisa las claves para interpretar los componentes del mundo ruso: Rusia, el Estado ruso, las etnias no rusas; tres dimensiones diferentes de una realidad única y compleja.

El "Estado ruso" es lo que se produjo tras el fin de la Unión Soviética: es el Estado de Putin, que no coincide en absoluto con el concepto más amplio y originario que llamamos "Rusia". Antes de la Federación post soviética, existieron precisamente la Unión Soviética, el imperio de los zares y el reino de los príncipes. Y en sus orígenes, la "Rus" de Kiev, que jamás se concibió como un Estado. No sólo porque dista de las diferentes acepciones modernas respecto a las formaciones antiguas, sino por ser una expresión de autoconciencia: Rusia siempre ha querido ser mucho más que ella misma. En cambio, el putinismo ha generado un "Estado" que reduce su espíritu a ansias de poder y rencores de alcance acotado  y degradante. En todas las declaraciones papales de este año, se percibe con claridad que la Iglesia católica tiene una consideración diferente de Rusia y del Estado ruso, de la grandeza de una tradición y de una cultura verdaderamente universales, frente a la decepción de una deriva seudo-moralista pretenciosa y presuntuosa, que destruye en lugar de construir, envilece en lugar de exaltar, enmudece en lugar de dialogar.

Por eso se alude a las "etnias no rusas", aun a riesgo de parecer irrespetuoso con las minorías, uno de los "pecados mortales" del catecismo laico contemporáneo, no bien enmarcado en los antiguos cánones de la doctrina católica. No cabe duda de que hay que defender a los pobres y a los marginados, y en este caso está claro que los chechenos, los buriatos, pero también los tártaros y los baskires, los daguestanos y los chuvashios, los ingusetios y los calmucos y otras nacionalidades dispersas de Rusia son víctimas de la violencia del Estado. El Estado los utilizó como "carne de cañón" en las primeras fases de la guerra, provocando en consecuencia tragedias aún peores, como las de la primavera y el verano de Bucha, Mariupol y tantas otras ciudades y zonas atormentadas de Ucrania. Hoy en día, las tragedias y "crueldades" se refieren más bien a la movilización forzosa de los rusos -a diferencia de las tropas étnicas, que fueron voluntarias y se dejaron llevar por el espejismo de los beneficios materiales.

La mención de los chechenos y los buriatos no parece hacer hincapié en la diferencia étnica o incluso "genética" entre rusos y no rusos, sino que sugiere otras consideraciones. Se acusa al Estado ruso de crueldad en la agresión, sacando a relucir unas tropas que -todo el mundo lo sabe- son el resultado de una explotación cínica desde arriba, desde el poder. Esto significa que se está condenando precisamente a quienes han explotado la miseria y la desesperación de las poblaciones marginadas. Y aunque es cierto que los Kadyrovtsy chechenos son famosos por su crueldad -ya vista en Siria- no cabe duda de que se trata de una estrategia desarrollada directamente por el Kremlin. Al fin y al cabo, el propio presidente checheno Kadyrov es conocido como el "alma negra" de Putin, su alter ego en el campo, y si los buriatos saquean las casas de los ucranianos para llevarse televisores y refrigeradores, es también porque las comodidades burguesas de los moscovitas nunca han sido compartidas con los que viven más allá de la taiga siberiana.

Los mismos buriatos -entre los numerosos grupos étnicos que podrían mencionarse- también tienen características histórico-geográficas bastante sugestivas. Los buriatos se enorgullecen de ser descendientes de los hunos, los "bárbaros de la estepa" que participaron en las invasiones del siglo V, luchando contra los romanos, pero también contra los visigodos, los anglos y otros pueblos. Por tanto, recuerdan a un fenómeno de invasión universal, como el de las hordas mongolas del siglo XIII, con las que los buriatos también están estrechamente relacionados: la antigua sede del Gran Khan de Karakorum no está lejos de Ulán-Udé, la capital de la actual república de Buriatia.

Y aunque el Papa Francisco haya decidido vivir austeramente en la Casa Santa Marta, sin duda tiene frecuentes oportunidades de visitar las Salas Vaticanas más solemnes, incluida la Sala del Heliodoro. Allí está el fresco de Rafael que recuerda el legendario encuentro del Papa León Magno con Atila, rey de los hunos, en el año 452: es la Iglesia  que salva a la antigua civilización romana de su completa destrucción. Francisco I, en su papel de León I, está frente al nuevo Atila-Gengis Khan del Kremlin.

Si los buriatos proyectan sobre Putin una sombra de las invasiones bárbaras de Oriente, tanto o más siniestra es la imagen que evocan los chechenos, protagonistas de una brutal guerra civil tras el fin de la Unión Soviética. No hace falta recorrer todos los pasajes de las masacres de Grozni y Gudermés, que se prolongaron desde 1993 hasta 2009 con cientos de miles de víctimas, ciudades y pueblos arrasados. Baste con recordar que el ascenso de Putin al poder está ligado precisamente a la guerra de Chechenia: en 1999 fue llamado por Yeltsin para liderar el gobierno y poner fin a las masacres. Todos en Rusia recuerdan la primera frase del desconocido primer ministro salido de las brumas de la KGB: "perseguiremos a estos terroristas por todas partes, si es necesario también iremos a atraparlos al baño", inaugurando un estilo de gobierno que ciertamente no se caracteriza por el diálogo.

En la declaración papal se entremezclan otras dimensiones, incluida la puramente religiosa: los chechenos son musulmanes y los buriatos, budistas. Con ello, Francisco de ninguna manera pretende condenar la brutalidad de las religiones no cristianas, sino, por el contrario, advertir del uso instrumental de la religión, en acciones bélicas y reivindicaciones de poder. Esto lo entendió bien el propio Kadyrov, quien se dedicó a defender “a capa y espada” el derecho divino de la yihad en Ucrania: reivindicó su propia interpretación del Corán y la superioridad del Islam incluso sobre el magisterio papal. La religiosidad postsoviética suele ser muy artificiosa, tanto en los ayunos islámicos o propiciaciones chamánicas como en las liturgias ortodoxas. Los pueblos que crecieron hasta ayer en el ateísmo y en la negación de los valores religiosos, y que hoy se erigen en defensores universales de los "valores tradicionales", son quizás poco creíbles, sugiere el Papa de Roma.

Y seguramente, en las palabras del pontífice, es decisiva la alusión a la "tradición rusa" a la cual no se refieren las crueles etnias. La verdadera Rusia, nos dice Francisco, no es la de Putin y Kadyrov, y quizás tampoco la del Patriarca Kirill, cuando manipula la historia y la religión para justificar invasiones y masacres. La Rusia del papa no es sólo la antigua Rus' de los santos monjes e iconógrafos, no es sólo la devastada y martirizada Ucrania: es el alma de un mundo que ha olvidado su verdadera naturaleza, el mundo que Dios ha entregado a los hombres y a los pueblos de todas las latitudes, para construir una fraternidad de paz, y no imperios de guerra.

 

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