26/07/2023, 17.37
SIRIA
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A cinco meses del terremoto, la labor de la Custodia de Tierra Santa para reconstruir Siria

Se materializa con ayuda concreta pero también a través de momentos de encuentro para curar las heridas del alma -que ya afligían a la población siria antes del terremoto, provocadas por el conflicto civil. Los frailes franciscanos intentan generar un sentimiento de apego en los jóvenes, pero hay pocas esperanzas de lograrlo: la depresión económica hace que muchos solo piensen en dejar atrás el sufrimiento de su país. Un reportaje publicado en el último número de la revista "Terrasanta" recoge los testimonios de quienes luchan por un nuevo futuro.

Alepo (AsiaNews) - La vuelta a la normalidad sigue siendo algo lejano para la gente de Siria y Turquía golpeada por el tremendo terremoto del 6 de febrero. Las comunidades cristianas de las ciudades de Alepo, Damasco y Latakia, donde trabajan los frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa, están dedicadas a la reconstrucción (no sólo material) y a ayudar a las personas que lo han perdido casi todo. En Siria, el terremoto dejó cuando menos 8.000 muertos, a los que se suman miles de víctimas del conflicto civil desatado en 2011. 

"Estábamos cansados de la guerra y luego sobrevino un terremoto", cuenta el padre Khokaz Mesrob, de los franciscanos de Alepo, en diálogo con Terrasanta, la revista de la Custodia, que en su último número recogió varios testimonios en un largo reportaje. Incluso antes de la catástrofe, la ciudad de Alepo -que supo ser polo industrial del país- se había vaciado y solo conservaba un tercio de sus habitantes. Muchos jóvenes sienten la tentación de marcharse, pero permanecer en Siria tiene sentido gracias a la fe, la amistad y las penurias compartidas. "La situación en la que crecimos no es normal. Yo tenía 12 años cuando comenzó la guerra", explica George, un cristiano de 24 años que pertenece a la parroquia local. A diferencia de otros lugares, la ciudad de Alepo no quedó tan destruida por el terremoto; durante y después del sismo la iglesia latina local sirvió de refugio a varias familias -que ya habían sido desplazadas por el conflicto- y enseguida se creó una red de solidaridad.

A la gente la une un pasado de dolor y un presente de total depresión económica; es imposible vivir sin ayuda humanitaria. "Sin embargo, hemos podido crear hermosos recuerdos juntos”, dice Cristine, otra joven. “Entonces dejas de pensar que los adultos son superhéroes, compartes oraciones y pensamientos. Hay una felicidad que viene de dar -más que de recibir- y eso ayuda a superar el miedo".

El apego a la parroquia hace que los universitarios -pero también a los menores- no quieran marcharse. "Hay una sensación constante de desesperación, un deseo de huir, de encontrar cualquier medio para salir. No importa el destino, lo importante es marcharse", explica el padre Bahjat Karakash, párroco de la iglesia de San Francisco de Alepo. "Uno tiene la sensación de estar remendando una prenda que hay que tirar. Las dificultades económicas no sólo repercuten en la vida práctica de todos los días, sino también en el alma de las personas". 

Los cursos de arte, canto, teatro y deporte organizados por los frailes de la Custodia mantienen encendida una luz de esperanza en la comunidad, y sólo son posibles gracias a la ayuda del exterior, subrayan los religiosos. Algunas actividades también están abiertas a la población musulmana gracias a la cooperación con el muftí Mahmoud Akam: en la parte oriental de Alepo -la más pobre- se abrieron tres centros para mujeres y niños. Según Unicef, hay al menos 29.000 menores en Siria que son hijos de ex combatientes del Estado Islámico y han sido abandonados a su suerte -se les considera "hijos del pecado". 

La ayuda que reciben también permite organizar momentos de encuentro para los ancianos. Algunas personas mayores arrastran heridas profundas y tal vez irremediables: un hombre, por ejemplo, lleva ocho años esperando noticias de su hijo, que desapareció durante la violencia de la guerra civil.

La población de la capital convive con los mismos problemas: Damasco no sufrió mayores daños por el terremoto, pero el temblor se sintió. Para la gente, "llegar a fin de mes es un verdadero problema”, comenta el P. Firas Lufti, párroco local. Los que se fueron no quieren volver: además de la depresión económica, hay amplias zonas del territorio que siguen bajo el control de distintas fuerzas armadas, ya sean rebeldes o ejércitos extranjeros.

Excepto por la presencia de algunos peregrinos chiíes iraquíes, el turismo también ha desaparecido de Latakia, la tercera ciudad costera del país, desde 2015 ocupada por soldados rusos. Aquí, la comunidad cristiana está formada por 700 familias, en su mayoría refugiados internos y, por tanto, procedentes de distintas regiones de Siria, algunas de ellas muy lejanas. "Si no fuera por las remesas que nos envían los parientes que emigraron, y por la Iglesias, la Cruz Roja y la Media Luna Roja, muchos no sobrevivirían", explican a la revista bimestral de la Custodia de Tierra Santa el hermano Fadi Azar, originario de Jordania, y el hermano Graziano Buonadonna, de Nápoles. "No tenemos muchos fondos porque en general se destinan a las grandes ciudades", cuentan los religiosos. Pero al menos hay 500 personas que reciben ayuda todos los meses y así pueden costear su atención médica, algo que no podrían permitirse con los salarios locales.

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