10/02/2016, 20.13
VATICANO
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Papa: "Que la Cuaresma sea una un tiempo de beneficiosa ‘podadura’ de la falsedad, de la mundanidad, de la indiferencia"

Francisco en el Miércoles de Ceniza subraya que en este tiempo litúrgico Dios invita a "dejarse reconciliar" con él y a "retornar" a Él "con todo su corazón". Después de la misa el Papa ha confiado el "mandato" de los Misioneros de la Caridad: "para que puedan ayudar a abrir las puertas de nuestro corazón, para superar la vergüenza y no huir de la luz".


 

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - "La Cuaresma sea un tiempo de auténtica “podadura” de la falsedad, de la mundanidad, de la indiferencia, para no pensar que todo está bien y que yo estoy bien, para entender que aquello que cuenta no es la aprobación, la búsqueda del éxito o del consenso, sino la limpieza del corazón y de la vida para reencontrar la identidad cristiana, es decir el  amor que sirve, no el egoísmo que se sirve". Es la invitación que el Papa dirigió en el Miércoles de Ceniza, celebrando en San Pedro, marcada por la entrega del “mandato” a los Misioneros de la Misericodia, de los cuales más de 700 estuvieron presentes en la ceremonia.

"La Palabra de Dios - dijo - el comienzo del camino Cuaresmal, redirige a la Iglesia y a cada uno de nosotros dos llamadas. La primera es la de San Pablo: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Cor 5,20). No es simplemente un buen consejo paternal, ni sólo una sugerencia; Es una verdadera declaración en nombre de Cristo: "Os suplico en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios". ¿Por qué una llamada tan solemne y sentida? Debido a que Cristo conoce nuestra fragilidad y pecado, sabe de la debilidad de nuestro corazón; lo ve herido por los males que hemos hecho y sufrido; sabe cuánto necesitamos el perdón, sabe que tenemos que sentirnos amados para hacer el bien. Solos no podemos, por esto el apóstol nos dice que hagamos algo, pero que nos reconciliemos con Dios, para que él nos perdone, con confianza, porque "Dios es mayor que nuestra conciencia" (1 Jn 3:20). Él vence el pecado y nos levanta de las miserias, si las confiamos a él. Está en nosotros reconocernos necesitados de misericordia: es el primer paso del camino cristiano; a través de la puerta abierta, que es Cristo, dónde nos espera Él mismo, el Salvador, y nos ofrece una nueva y feliz vida".

"Puede haber algunos obstáculos que cierran las puertas del corazón: está la tentación de blindar las puertas, o sea de convivir con el propio pecado, minimizándolo, justificándonos siempre, pensando que no somos peores que los demás, y de esta manera se bloquea la cerradura del alma y permanecemos encerrados en nosotros mismos, prisioneros del mal. Otro obstáculo es la vergüenza de abrir la puerta secreta del corazón. La vergüenza, en realidad, es un buen síntoma porque indica que queremos cortar con el mal.  Sin embargo, no debe jamás transformarse en temor o miedo. Y existe una tercera insidia: aquella de alejarnos de la puerta. Sucede cuando nos escondemos en nuestras miserias.  Cuando rumeamos continuamente relacionando entre ellas las cosas negativas hasta el punto de hundirnos en el sótano más oscuro del alma.  Entonces nos convertimos en familiares de la tristeza que no queremos, nos acobardamos y somos débiles frente a las tentaciones. Esto sucede porque permanecemos solos en nosotros mismos, cerrándonos y huyendo de la luz. Solamente la gracia del Señor nos libera. Dejémonos entonces reconciliar escuchando a Jesús, que dice a quién está cansado y oprimido: “Vengan a mí”. No permanecer en sí mismo sino ir hacia Él. Ahí existe la paz y el descanso”.

“En esta celebración están presentes los Misioneros de la Misericordia para recibir el mandato de ser signos e instrumentos del perdón de Dios. Queridos hermanos, puedan ayudar a abrir las puertas del corazón y superar la vergüenza y no huir de la luz.  Que sus manos bendigan y levanten a los hermanos y a las hermanas con paternidad. Que a través de ustedes, la mirada y las manos del Padre se posen sobre sus hijos y les curen las heridas". Significativa en este sentido, es la presencia, en el altar, de los ataúdes con los restos del Padre Pío de Pietrelcina y del padre Leopoldo Mandic, santos confesores elegidos como testigos del Jubileo de la misericordia:

"Hay una segunda invitación de Dios que dice por medio del profeta Joel: “Vuelvan a mí con todo el corazón”. Es necesario regresar porque nos hemos alejado. Es el misterio del pecado. Nos hemos alejado de Dios, de los demás y de nosotros mismos. No es difícil darse cuenta.  Todos sabemos cómo nos fatigamos para confiar verdaderamente en Dios.  Confiar en él como Padre, sin miedo. Es arduo amar a los demás, pero no lo es pensar mal de ellos. Cómo nos cuesta hacer el bien verdadero, mientras que somos atraídos y seducidos por tantas realidades materiales, que finalmente desaparecen dejándonos pobres. Junto a esta historia de pecado Jesús ha inaugurado una historia de Salvación. El Evangelio que abre la Cuaresma nos invita a ser protagonistas abrazando tres remedios, tres medicinas que curan del pecado".

"En primer lugar la oración, expresión de apertura y de confianza en el Señor. Es el encuentro personal con Él, que reduce las distancias creadas por el pecado. Rezar significa decir: “no soy autosuficiente, tengo necesidad de Ti. Tú eres mi vida y mi salvación”. En segundo lugar, la caridad para superar la extrañez en relación a los demás. El amor verdadero, de hecho, no es un acto exterior, no es dar algo en modo paternalista para calmar la conciencia, sino aceptar a quien tiene necesidad de nuestro tiempo, de nuestra amistad, de nuestra ayuda.  Es vivir el servicio, venciendo la tentación de complacerse. En tercer lugar, el ayuno, la penitencia, para liberarnos de la dependencia de aquello que pasa y ejercitarnos para ser más sensibles y misericordiosos.  Es una invitación a la simplicidad y al compartir, quitar algo de nuestra mesa y de nuestros bienes para reencontrar el bien verdadero de la libertad”.

“‘Regresen a mí, dice el Señor, con todo el corazón’. No sólo con un acto externo sino desde lo profundo de nosotros mismos. De hecho, Jesús nos llama a vivir la oración, la caridad y la penitencia con coherencia y autenticidad venciendo la hipocresía. La Cuaresma sea un tiempo de auténtica “podadura” de la falsedad, de la mundanidad, de la indiferencia, para no pensar que todo está bien y que yo estoy bien, para entender aquello que cuenta no es la aprobación, la búsqueda del éxito o del consenso, sino la limpieza del corazón y de la vida para reencontrar la identidad cristiana, es decir el amor que sirve, no el egoísmo que se sirve”.

“Pongámonos en camino juntos como Iglesia, recibiendo las cenizas, también nosotros nos convertiremos en cenizas, y teniendo fija la mirada en el crucificado. Él, amándonos, nos invita a dejarnos reconciliar con Dios y a regresar a Él para reencontrarnos con nosotros mismos”.

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