12/04/2018, 16.00
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Un mundo abrumado por deudas producirá crisis económicas y políticas (IV)

de Maurizio d'Orlando

A fines de 2017, la deuda a nivel mundial llegó a ser de 233 billones de dólares, equivalente al 318% del PIB mundial. La avalancha de moneda, puesta en circulación por los bancos centrales, salvó a los bancos, pero no así a la economía real. Se ha llegado al límite de la credibilidad del sistema monetario y financiero. Estamos tocando el fin de una época.  De nuestro experto en economía política, presentamos hoy la cuarta y última parte de este análisis.

Milán (AsiaNews) - La EC [Expansión Cuantitativa (EC) -en inglés Quantitative Easing- es una herramienta de flexibilización monetaria, con la cual los bancos centrales intervienen para aumentar la oferta de moneda en circulación –ndr] tenía dos objetivos, de los cuales uno estaba explícito: debía derrotar la crisis financiera del 2008, y en ese sentido ha tenido un éxito extraordinario.  Los bancos y las financieras fueron salvados, y los índices bursátiles primero recuperaron todas las pérdidas, y luego obtuvieron amplias ganancias. Si tomamos el Dow Jones, veremos que, partiendo de los mínimos del 2009, volvió a subir un 270%, y si partimos de las cotizaciones máximas del 2007, incluso creció un 85%.  

El segundo objetivo de la EC (QE) era político. Debía evitar cuanto había sucedido después de la crisis de 1929: que la crisis financiera llevase a una crisis social con un viraje político autoritario. Obviamente, en clara referencia al ascenso al poder de parte del partido nacionalsocialista en la Alemania de 1933. En efecto, estos nueve años de EC han tenido como efecto un cambio profundo en la sociedad y en las costumbres, con grandes triunfos para la ideología progresista y “liberal” que desde siempre, y desde su mismo nacimiento, tiene un fuerte nexo con la ideología keynesiana de la EC. Lo que subyace es la idea optimista de que para la humanidad es posible tener un desarrollo lineal, un futuro de progreso sin límite y sin caídas ni retrocesos, para ello sólo basta con emitir moneda. Este optimismo no es una novedad en la historia. En los siglos pasados, cuando se estaba incubando la Revolución Francesa y en sus mismos albores, el mundo ya conoció otras ideologías optimistas para la humanidad, en su fase inicial, como fue el caso del Iluminismo, el Racionalismo, el Idealismo, el Positivismo, el Marxismo, el Superhombre, el Historicismo y el Futurismo. Fueron las ideologías, los falsos credos de los siglos pasados, que acompañaron las fases apolíneas, exuberantes y optimistas, de crecimiento económico y social. Sin embargo, todos estos credos - que han tenido cientos y cientos de millones de verdaderos creyentes- se han derrumbado, y fueron barridas –en las fases dionisíacas y destructivas- por la desilusión, que devino tras una fase de crecimiento.

Lo mismo sucederá con el actual credo centrado en la EC y en el poder taumatúrgico de la emisión monetaria, los bancos centrales. En efecto, nueve años de EC ultra-keynesiana y sin límites no han resuelto nada desde el punto de vista del crecimiento de la economía real. Incluso si se aceptan los datos oficiales sobre la inflación –tarea realmente dura, en particular para los datos chinos, pero esto también vale para los países occidentales- y por lo tanto, aquellos referidos al crecimiento real del PIB, tras haber descontado la inflación, estamos frente a tasas de desarrollo económico que son realmente asfixiantes, con incrementos anuales, en el caso de los EEUU, que rondan el 2%. Por lo tanto, no hay asidero con que pueda justificarse el repunte de los índices bursátiles. Entonces, ¿qué importancia tiene discutir si el índice pierde algún que otro punto, como dicen algunos, o si, por el contrario, debiera perder más, o quizás muchos más, como dicen otros? En efecto, para volver a alinearse con el crecimiento del PIB, el Dow Jones debiera reducirse a la mitad, descontando la inflación, y esto sería un derrumbe, con efectos muy fuertes sobre la economía real.

Por ende, la crisis que se está gestando no es una crisis como las anteriores, como la del 2007, como la del 2000, y tampoco como aquella que ha quedado grabada en el imaginario histórico como el arquetipo de todas las crisis de bolsa, la crisis de 1929. La crisis que vendrá, no sólo será una crisis desastrosa, sino que también será política y sobre todo, definirá toda una época. En un universo racional y mecánico, el Dow Jones no debiera haberse elevado un 270% en comparación con febrero de 2009, como de hecho, sí hizo. El punto es que la economía no se ciñe a la mecánica de los balances ni a las normas que regulan los contratos sociales, sino que ésta es reflejo del comportamiento humano, de las expectativas, de la psicología de la población, de las doctrinas económicas, políticas y sociales. Por tanto, si los índices bursátiles han podido remontar desde donde se dijo, es porque hasta ahora, no se ha quebrado la confianza en el dinero bancario, garantizado por la supervisión y por la liquidez que brindan los bancos centrales. Ha sido el efecto de más de medio siglo de dominio incontrastable de las doctrinas económicas keynesianas, a partir de 1960, con la presidencia de Kennedy. Desde aquél entonces se produjo un abandono del principio mismo del equilibrio anual de balance para las cuentas del Estado -un postulado de la economía clásica- y se marcó el inicio del gasto público en constante déficit, incluso cuando no había necesidades bélicas urgentes y momentáneas. Luego fue el turno de las doctrinas neo-keynesianas, orientadas a estimular el crecimiento con la expansión del crédito a las familias y a las empresas ajenas al sector de las finanzas. Por último, en estos últimos años, con los ultra-keynesianos, hubo un apoyo al sistema bancario y financiero que ha inflado de títulos tóxicos los balances de los bancos centrales, que a su vez, tienen la contra-garantía de los gobiernos. De esta manera, en los EEUU y en muchos otros países, la deuda pública ya ha superado un harto conocido umbral considerado crítico que, en el caso de los países desarrollados, se ubica entre el 80% y el 90% del PIB [1]. Sin embargo, el dato más preocupante es el endeudamiento total, es decir, la suma de la deuda pública, la deuda de las familias, la de las empresas privadas no-financieras, y la de los bancos y entidades financieras. A fines del siglo pasado, según una investigación del “Institute of International Finance”, a nivel mundial, la deuda total era de 233 billones de dólares, equivalente al 318% del PIB mundial. En 1997 ésta representaba el 217%, y en 2007 el 278%. En 20 años, la progresión ha sido, en promedio, del 5,05% anual. No sólo la deuda pública del planeta jamás podrá ser saldada. Los otros tipos de deuda tienen umbrales de sostenibilidad inferiores, como es lógico, y por lo tanto, se trata de un problema que atañe a todo el sector del crédito, y por ende, a la “riqueza” expresada en valores financieros. Con estos datos, atentos a la enorme divergencia entre los índices bursátiles y el PIB, con la bomba de tiempo que constituyen los derivados financieros y que aún no ha sido desactivada, con la emisión monetaria sin límites llevada adelante, sobre todo, en los últimos 10 años, con la dilatación patológica de los balances de los bancos centrales, nos estamos aproximando al límite de la credibilidad del sistema monetario y financiero. Estamos en el momento en que Fonzie salta sobre el tiburón [2], cuando las bravuconadas ya han dejado de ser creíbles y ya no se aceptan más. Esto puede deducirse si se presta atención a ciertos crujidos, como, por ejemplo, el fermento de las criptomonedas. Aún con todas las reservas –más que legítimas- que pueda haber en torno a éstas, las criptomonedas son la expresión de una fuerte inquietud en relación a la moneda emitida por los bancos comerciales, y regulada por los bancos centrales. Quien escribe piensa, por ende, que un evento, que puede llegar a ser exógeno a la economía, como una guerra o una catástrofe natural, funcionará como catalizador de un hito histórico singular, de una crisis sin precedentes.  Cuándo irá a ocurrir esto, quien escribe no es capaz de preverlo. Incluso podría resultar cierto que -como muchos analistas pronostican- el 2018 y el 2019 sean años de crecimiento económico. Sin embargo, quien escribe piensa que estamos en la víspera del fin de una época, de la misma manera como 1789 marcó el fin de las monarquías. Quizás las repúblicas se estén aproximando a su fin.

 

(Fin de la cuarta parte. Para la tercera parte, véase aquí. Para la segunda, aquí. Para la primera, aquí).

 

[1] Para los países en vías de desarrollo el umbral técnico es inferior, y gira en torno al 40-50% del PIB.

[2] Se trata de una referencia famosa, del mundo del espectáculo. La popularísima serie televisiva “Happy Days”, a caballo entre fines de los años setenta y los años ochenta.

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