Trump-Putin: Del “Gran Pacto” al fantasma de la Guerra Fría
Todo parecía estar listo para un gran acuerdo que preveía la anulación de las sanciones contra Rusia, a cambio del apoyo ruso en la lucha contra el terrorismo islámico. La nueva “guerra fría” 2.0 ya no es más entre América y Rusia, o entre Oriente y Occidente, sino que es de todos contra todos.
Moscú (AsiaNews) –Todo parecía listo para el “Gran Pacto”, y en cambio, de golpe, el juego parece haber vuelto al principio, a la Guerra fría. Luego de una infinita historia –propia de espías- de acuerdos secretos entre el flamante presidente electo Trump y el eterno presidente Putin, que ha llevado incluso a la renuncia del consejero americano de Seguridad, Michael Flynn, y que también está haciendo peligrar el cargo de procurador general de Jeff Sessions, hombre clave de la escuadra de Donald Trump, en los últimos días, parece que todo ha sido puesto en discusión nuevamente. Hasta llegar a amenazar con una escalada bélica entre las dos superpotencias del siglo veintiuno.
Las declaraciones de Trump acerca de la necesidad de “reacciones más fuertes” en lo que respecta a la anexión de Crimea por parte de Rusia, e incluso de una posible revisión del Acuerdo sobre armas estratégicas del año 2010, han colocado en una situación sombría a todos los observadores del mundo. Todo parecía estar dispuesto para un gran acuerdo, que previera la anulación de las sanciones contra Rusia, a cambio de un apoyo ruso a la lucha contra el terrorismo islámico. Se trataba del “gran pacto” que debía garantizar, si no la paz en el mundo, al menos la seguridad de América y el control de Rusia sobre Ucrania y sobre el Oriente Medio.
En cambio, luego de los anuncios americanos hostiles hacia Rusia, la respuesta de Putin no se hizo esperar, y fue en un perfecto estilo neo-global propio de la era de internet, usando la técnica del “trolling”: acciones provocadoras para poner al adversario en una situación embarazosa. En efecto, Putin ha concedido el pasaporte ruso y el uso del rublo a las dos repúblicas secesionistas, la de Donetsk y de Lugansk, a modo de “ayuda humanitaria”, brindada no tanto para favorecer a las poblaciones extenuadas por la guerra civil, cuanto para hacer el papel de “troll” e irritar el campo del adversario.
Sin entrar en la complejidad de los detalles del juego político-diplomático, sobre el cual se aventuran en un análisis todos los medios de información mundiales, han de ser señaladas dos circunstancias que tornan casi imposible comprender el cuadro de situación por entero, incluso partiendo de un esquema tan contemporáneo como es el de la post-verdad. Existen, en apariencia, dos columnas portantes de la política internacional actual, que son los llamados “Acuerdos de Minsk” del año 2014, que impiden que el conflicto ucraniano degenere en una guerra mundial, y el acuerdo entre los países miembros de la OTAN, que deben contribuir con el 2% del PIB al mantenimiento de una alianza crucial entre los países atlánticos. La prima columna es falsa por el simple hecho de que nadie sabe a ciencia cierta cuál es el contenido de los acuerdos de Minsk, en los cuales, por ejemplo, ni siquiera se menciona a Crimea, y en los cuales Rusia no figura entre las partes en conflicto. Quienquiera cite dichos acuerdos, ya sea Trump, Putin, Poroshenko, Merkel, puede justificar con ellos cualquier tipo de política que se preste. Se dice que Rusia contribuyó con sus mejores cerebros diplomáticos a la elaboración de dichos acuerdos, de modo de tornar imposible su aplicación.
La segunda “farsa” tiene que ver con la OTAN, en el cual el 2% lo pagan solamente los aliados cuyo PIB no influye prácticamente nada (caso de Polonia o la República Checa), mientras que quienes realmente debieran pagar (Alemania Francia, Italia), no puede permitírselo, por exponerse a llevar a su país a la bancarrota. Las amenazas de Trump de salirse de una OTAN sin contribuciones europeas van únicamente orientadas a dejar a los EEUU la libertad de cambiar de opinión sobre cualquier cuestión referida a la seguridad europea y americana.
La nueva “guerra fría” 2.0, por ende, ya no es entre América y Rusia, o entre Oriente y Occidente, sino que es de todos contra todos; es la verdadera globalización del conflicto, anunciada al inicio del nuevo milenio justamente por el surgimiento del terrorismo islámico, que en realidad fue producto de las alianzas americanas contra los soviéticos del fin del mundo anterior. Rusia no puede mostrarse amiga de Occidente: los sondeos afirman que el orgullo nacional considera la anexión de Crimea como el mayor suceso del país luego de la victoria sobre Hitler, y la colocan incluso antes que la conquista del espacio. La América de Trump no quiere aparecer como protectora de Occidente, sino sólo de sí misma, y Europa no sabe muy bien qué quiere. China, el principal adversario y socio de América en el comercio mundial, necesita tener las manos libres en todas partes.
No es casual que el conflicto ucraniano sea llamado “la guerra híbrida” en una intensidad baja, que puede ser intensificada o moderada según las exigencias del mercado, de los flujos de información, de las citas electorales, como en una gran video-juego en el cual la vida de los seres humanos es sólo un elemento de espectáculo a ser utilizado para promover la indignación o la conmoción de las plazas tomadas. Es la victoria del medio sobre el fin, el mundo de Internet sin mediaciones y sin dueños, donde siempre hay uno que alimenta los conflictos y se aprovecha de ellos. Un mundo híbrido y sin voto, donde, como decía Dostoievski, “Si Dios no existe, entonces todo es posible”.
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