Sor Valentina, obstetra en Jerusalén: el don de la vida y el amor misericordioso de Cristo
De origen italiano, desde hace tres años y medio está como misionera en Tierra Santa. La religiosa dirige el sector de maternidad de un hospital (cristiano) en la zona este de la ciudad. El encuentro con las familias musulmanas y el intento de crear puentes entre las comunidades. El compromiso orientado a crear un ambiente mejor y menos violento para las parturientas. El amor a Cristo introduce una dimensión de lo eterno.
Jerusalén (AsiaNews)- Vivir la misión “en la ciudad de Jesús”, en una tierra que él “amó, pero que lo ha hecho sufrir tanto”, una ciudad de “pasión y resurrección” que necesita “ser amada no con un amor espontáneo, instintivo, sino misericordioso”. Es cuanto narra un misionera de origen italiano, que desde hace más de tres años reside en Tierra Santa, donde dirige el sector de obstetricia en un hospital (cristiano) en Jerusalén Oriental. “Judíos, musulmanes y cristianos- subraya a AsiaNews sor Valentina Sala- viven juntos en medio de la violencia y los intentos de paz, enriquecidos por una fe que busca a Dios de un modo fuerte, pero que no logra encontrar una forma de vivir en común”.
Jerusalén, cuenta la religiosa: “es una realidad que te hiere”, pero al mismo tiempo “tiene abierta la mirada sobre el amor misericordioso de Dios”, que recuerda cada día -entre atentados, abusos, pequeños y grandes episodios de violencia- que “no se puede ser misericordiosos si no se está heridos”. Y este es el testimonio más precioso, en el contexto del Año Jubilar proclamado por el Papa Francisco.
Sor valentina Sala, originaria de Arcore (provincia de Monza y Brianza) está incardinada en la arquidiócesis de Milán, y desde la primavera de 2013 reside en Tierra Santa, en Jerusalén, donde dirige el sector de obstetricia del hospital San José. La religiosa, que tiene cuarenta años, realizó sus votos perpetuos en diciembre de 2010 y tras haber transcurrido varios años viviendo entre Florencia y Lucca y animando la pastoral juvenil, llegó la llamada a la misión.
La hermana pertenece a la congregación de San José de la Aparición, presente en Tierra Santa desde 1948 y trabaja estando en contacto con judíos, musulmanes y cristianos. A las religiosas les fue confiada la dirección del hospital san José, conocido a nivel local como French Hospital, que funciona desde 1956. El mismo se encuentra en el sector oriental de Jerusalén y es frecuentado sobre todo por la población árabe (cristiana y musulmana) de Cisjordania y de la Franja de Gaza.
El nosocomio está subdividido en diversos sectores, entre los cuales figuran la guardia, emergencias, terapia intensiva, medicina y cirugía. En abril del año pasado se inauguró el sector de maternidad y obstetricia, especialidad en la cual sor Valentina se doctoró, con una sala de parto y 25 camas. Allí trabajan algunas co-hermanas de la religiosa italiana, entre ella, una religiosa libanesa, una birmana y una iraquí.
La estructura atiende entre 180 y190 partos por mes y “algunas mamás -explica la religiosa- ya volvieron para dar a luz a su segundo hijo”. El máximo de partos de registró en octubre de 2015, con 236 nacimientos, en simultáneo con la Tercera Intifada (de los cuchillos). “En ese período -agrega- muchas mujeres árabes preferían evitar el ingreso a Israel, y por eso han elegido nuestro centro, situado en Jerusalén Oriental”.
Hermana y obstetra, esta “es mi doble vocación” cuenta la religiosa, que transcurre gran parte de su tiempo “dentro del hospital”. Y en esta misión, sor Valentina “busca el misterio de Cristo” ayudando a las mujeres a transmitir el don de la vida “en una realidad que es también de muerte”. “Recientemente recibí una carta de una mujer a quien yo había ayudado a dar a luz -cuenta- y fue una fuente de alegría inmensa”. No sólo el personal hospitalario, sino también los pacientes y gestantes mismas “saben que soy una hermana”, pero “mi fe no necesita ser ostentada. Yo la testimonio con mi persona, con mis obras. Y el hecho de ser cristiana me acerca a las personas, a sus historias, a sus alegrías y a sus sufrimientos”.
El hospital recibe también a pacientes de origen judío, si bien en medida menor, “debido a las consultas con especialistas y también porque los tiempos de espera son más breves”. En el caso del sector de maternidad, hasta ahora sólo ha habido una pareja judía -ella australiana, y él americano- que decidió dirigirse al nosocomio cristiano para dar a luz a su hijo: “Hemos optado por el parto en casa -narra la hermana- pero surgieron complicaciones y su obstetra los derivó a nosotros”. El equipo del hospital -compuesto en gran parte por árabes y musulmanes, “los recibió con atención y profesionalidad… La apertura existe, pero a menudo faltan las ocasiones de encuentro”.
Para sor Valentina el ambiente hospitalario ayuda a eliminar las barreras, a hacer prevalecer el lado humano de las personas y de los eventos, haciendo surgir “ante todo, lo que une”. En este sentido la enfermedad y la maternidad, si bien de un modo diverso, son fuente de nexos que se vienen a crear con los pacientes y con sus familias, sean ellos cristianos, musulmanes o extranjeros, que se dirigen a nosotros porque saben que somos un hospital cristiano y conocen el ambiente”.
Ser extranjera y hermana en esta tierra, prosigue, nos hace “quizás más ingenuas” porque “no se creció en contacto directo con la población musulmana”, pero al mismo tiempo, permite ser “más neutrales, favoreciendo así la tarea de construir puentes”. Y también, el hecho de ser hermana y obstetra “a veces llama la atención” y cuando la relación con un paciente, incluso musulmán, se profundiza “puede suceder también que se hable de religión”. “Reconocen y respetan esta elección -agrega- si bien no logran entenderla hasta el fondo. Y luego ven que nuestra obra no sólo es profesional, no está ligada a un papel que hay que sellar, sino que es fruto de una vocación y que va más allá del horario o de los turnos prestablecidos”.
Desarrollar la propia actividad en el sector de obstetricia permite también desarrollar el sentido de maternidad, si bien “la nuestra es una forma diversa de maternidad”. También para nosotros es importante -cuenta la misionera- custodiar la vida y preservarla en la mujer encinta, en el recién nacido y en todas las personas que confían en nuestra atención médica”.
De aquí el compromiso de sor Valentina por mejorar las condiciones en las cuales las mujeres se encuentran al parir: “Lo que he notado desde el inicio -explica- es una cierta violencia obstétrica sobre la mujeres, quizás no intencional, pero que provoca estrés y tensión durante el parto, porque se es demasiado agresivo e invasor”. Un aspecto, reflexiona, quizás ligado también a las condiciones de vida y a la tensión que distinguen a Jerusalén. Con la oración y el trabajo he tratado de transformar el momento del nacimiento, que es un momento sagrado, en un evento de alegría, de paz, incluso dentro del dolor y del sufrimiento que éste comporta para la mujer”. “He pensado -subraya con un tono lleno de esperanza- que si una persona nace de un modo pacífico, sereno, quizás en el futuro pueda convertirse en una persona de paz”.
Mujer, obstetra, misionera son elementos diversos que tienen que ver con un vínculo más profundo, de “enamoramiento”, que es el que se tiene con Cristo. “Es una relación de pertenencia, que a veces comporta la experiencia de límites y traiciones -afirma sor Valentina- pero que también es fuente de amor, de capacidad de generar, de mantener la mirada dirigida hacia la eternidad”. “Si no perteneciese a Cristo -concluye- la mía sería una obra de voluntariado, que se mide en base a los sucesos personales obtenidos en una dimensión cotidiana. En cambio, la unión con Cristo cambia la perspectiva, enseña a construir relaciones y a realizar gestos que tienen un sentido de eternidad dentro de sí” (DS).
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