Sor Eudoxie, del Congo a Tailandia para anunciar que Dios es misericordia (Parte I)
Nacida en una familia de origen musulmán, la religiosa recibió el bautismo en edad adulta. Ahora forma parte de la comunidad de las Misioneras de María en Tailandia. La infancia en la misión de los padres saverianos (Congregación de S. Francisco Javier) en Kasongo, el descubrimiento de la fe y la misión: “Jesús está ya presente en la historia de cada pueblo”.
Pak Kret (AsiaNews) – Sor Eudoxie Colette Ngongo Banunu cuenta a AsiaNews, el recorrido de fe que hace 5 años la llevó a trabajar entre los pobres y marginados en Tailandia, a casi 9 mil Km de distancia de su país de origen- la República Democrática del Congo. Junto a los niños discapacitados que asiste en la Casa de los Ángeles en Pak Kret, en los días pasados la religiosa participó en los principales eventos de la histórica visita apostólica del Papa Francisco en el país del Sudeste asiático. Proponemos la primera parte de su testimonio.
Anunciar el Evangelio haciéndose testigo de la misericordia de Dios en las periferias urbanas y sociales de Bangkok, donde la discapacidad se la ve como una condena. Es la historia de sor Eudoxie Colette Ngongo Banunu (Foto),religiosa de las Misioneras de María (Saverianas) en Tailandia, donde llegó hace 5 años. La hemanaa de 42 años es originaria de la República Democrática del Congo y nació en Kasongo, ciudadela de casi 65 mil personas situada en la provincia oriental de Maniema. En esta localidad- entre las zonas del país con mayor presencia de musulmanes- se encontraba la misión de Ngene, que los padres saverianos han consignado a la diócesis de Kasongo en octubre pasado.
“Crecí con ellos, no obstante de pequeña no había sido bautizada”, cuenta sor Eudoxie. “Mis padres- continúa la religiosa-no se habían casado por el rito religioso, ya que provenían de familias de origen musulmana. En mi diócesis, el 85% de la población profesa la fe islámica. Pero católicos y musulmanes están acostumbrados a la convivencia, también dentro del núcleo familiar. Mi papá se convirtió al cristianismo en edad adulta, después de haber iniciado a trabajar con los misioneros; mi mamá nació después que sus padres ya se habían hecho cristianos. Mis hermanos y yo recibimos una educación católica y musulmana al mismo tiempo, porque esta reflejaba la naturaleza de nuestra familia. Ya desde niña frecuenté la iglesia local, donde trabajaban también las religiosas. Miraba con curiosidad a estas mujeres y le preguntaba a mi madre: “¿Por qué estas mujeres no tienen un hombre a su lado?. ‘Porque están casadas con el Señor’, me respondía. Y yo: ‘También un día quiero hacerlo’. Creciendo maduré la intención de recibir el bautismo. Me hice cristiana a los 18 años. Durante el recorrido de catequesis, escuchaba la historia de cómo mi pueblo había recibido la fe gracias a la obra evangelizadora de los misioneros. ‘¡Qué bello es ser cristianos y anunciar el Evangelio a cuantos todavía no lo conocen, pensaba. En aquellos momentos, se reforzaba en mí el deseo de hacer los mismo”.
Terminados mis estudios en la escuela superior, la joven Eudoxie dedica su propia vida a Dios. Pero en mi familia, el proyecto no fue recibido con gusto por todos. “Perdí a mi padre cuando tenía 6 años. En mi cultura, que es muy patriarcal, en estos casos los niños no pertenecen sólo a la madre; es más, la mujer no tiene voz en capítulo. La responsabilidad y la herencia familiar le correspondía a mi hermano mayor, contrario a mi voluntad y mientras tanto se convirtió en cristiano protestante. De su parte, estaba gran parte de mis parientes. Pero yo era testaruda: continuaba siguiendo y participando a las actividades pastorales de la Acción católica, organización que acompañó mi crecimiento”. En 1998, en la República Democrática del Congo (ex Zaire) estalló la más grande guerra de la historia naciente de África. El conflicto, que concluyó en 2003, involucró a 8 naciones africanas y cerca de 25 grupos armados, según las estimaciones y causó 5,4 millones de muertos (en gran parte por enfermedades y hambre) y diversos millones de prófugos. “Era el año 1999-narra la misionera- cuando nos vimos obligados a escapar. Mi hermano estaba de viaje, por lo cual permaneció donde estaba. En aquel momento la congregación me llamó y yo respondí, aún sin su aprobación. No nos hablamos por un año. Después nos reconciliamos y él respetó, si bien jamás aceptó, mi decisión de hacerme religiosa”.
El camino que la lleva a entrar definitivamente en la congregación comienza con los 4 años y medio de formación en la comunidad de Bakavu, provincia de Kivu del Sur; sigue con la emisión de los votos temporáneos, a la edad de 28 años; casi 3 años de trabajo en el Congo y otros tantos de estudio en Roma para prepararse para la misión; dos en la Casa madre de las saverianas en Parma y luego uno en Milán para prestar servicio en la parroquia de S. Lucas. En diciembre de 2013, sor Eudoxie es destinada a Tailandia. “En un primer momento, fui llamada a desarrollar mi obra en Brasil, en los inmensidad de Amazonía. La congregación luego eligió privilegiar el primer anuncio, por lo tanto los planes cambiaron.
No me esperaba ser enviada a Tailandia: la lengua es difícil para aprender y yo ya tenía casi 36 años. Pero, por otro lado, cuando decidí ser misionera estaba consciente que habría compartido mi fe adonde fuese enviada”, afirma la religiosa. La misionera pronuncia los votos perpetuos (castidad, pobreza y obediencia) el 24 de mayo de 2014 en Parma, en la catedral de S. María de la Asunción.
En noviembre de 2014, sor Eudoxie llega a Tailandia, donde las Misioneras de María están presentes desde el año 2.000 y ahora tienen 2 comunidades: una en Ban Mai, zona residencial en el distrito Pak Kret, provincia de Nonthaburi – en la periferia de Bangkok, ; la otra en Sanian, entre los tribales del sub distrito de Mueang Nan, en la provincia septentrional de Nan – en la frontera con Laos. La misionera es enviada a la primera. “Como previsto por nuestro estatuto, los 2 primeros años los dediqué al estudio de la lengua tailandesa; empresa difícil pero no imposible. Fue un período de gran fatiga pero también de una alegría profunda, porque en aquellos momentos descubría otras realidades. Yo era la primera religiosa africana llegada a formar parte del clero de Tailandia. Antes aún de anunciar el Evangelio, la misión era ante todo revelación entre yo y el pueblo tailandés: la maravilla de conocerse mutuamente, cada uno con la propia cultura. Este encuentro fue el mi primer regalo que la misión m donó. De aquí se abre una relación y abre el camino para hablar con Jesús. Un tiempo decía ‘llevar a Jesús’, pero la experiencia me demostró que Él ya está presente en la historia de cada pueblo. Como dice S. Pablo: ‘Aquello que ustedes adoran sin conocer, yo se los anuncio’ (Hech 17, 23).
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