Siria, 9 millones de niños en riesgo de hambre
El informe de Unicef revela que hay más de 6,5 millones de niños en Siria y otros 2,8 millones en el extranjero que dependen de la ayuda humanitaria. En los tres primeros meses del año, 213 niños murieron o resultaron heridos y desde que comenzó la guerra ya superaron los 13.000. AsiaNews recogió historias de pobreza cotidiana y de familias en dificultad donde la comida es un bien de lujo.
Milán (AsiaNews) - Los días más violentos del conflicto sirio quedaron atrás, aunque todavía hay focos de violencia en el país y las fuerzas gubernamentales se enfrentan a grupos locales o movimientos yihadistas o rebeldes que controlan parte del territorio. Sin embargo, la opinión generalizada en la población civil -en todos los niveles, no sólo en los sectores más débiles y pobres- es que la etapa más dura de la última década, la fase más difícil y dramática se está viviendo "ahora". La realidad cotidiana se caracteriza por el desempleo, la falta de recursos, las mesas vacías y la extrema dificultad para conseguir aunque sea una sola comida para servir en la mesa. Más de nueve millones de niños, en su país y en los países de la diáspora, viven en el umbral de la supervivencia.
Con la colaboración de un católico de Damasco que trabaja en la cooperación internacional, AsiaNews visitó algunas familias que contaron cómo es su vida cotidiana. La primera de ellas es Kamar, una madre de cuatro hijos que vive en Ghouta Oriental, un enclave rebelde en las afueras de la capital que está bajo el asedio del gobierno desde hace siete años. “Antes compartía un pan de cebada con mi marido y mis hijos, y esa era nuestra única comida. Si teníamos suerte, podíamos añadir algunas hierbas hervidas que recogíamos en el campo. En aquel momento no había alimentos. Hoy los mercados están llenos de alimentos, pero no podemos comprar nada". Su marido trabaja como empleado de limpieza en una tienda de Damasco y el salario es mísero; la mujer tiene que confiar en la solidaridad de las agrupaciones locales, que le proporcionan una cesta mensual de alimentos secos de larga duración. Pero nada de verduras o frutas frescas, porque “mis hijos no conocen el sabor y no quiero que se acostumbren". "A mi hijo mayor, Hussam -continúa diciendo- le regalaron una naranja en el refugio donde nos quedamos durante dos meses, cuando el ejército recuperó el control del pueblo. Pensó que era una pelota y empezó a jugar con ella con sus amigos. Ahora la situación es peor, Hussam conoce el sabor de la naranja pero yo no puedo permitirme comprar ni siquiera un trozo".
Haifaa, otra mujer de Ghouta, cuenta que sus tres hijos pasan por un mercado de camino a la escuela, que queda a cinco minutos. “Los obligo a cambiar de ruta y tomar una más larga”, explica, “para que no vean la comida que no puedo comprar". Su marido es pintor y, debido a la crisis económica, el trabajo escasea. Ghazieh, madre de cinco hijos, vive en una tienda de campaña en Kherbet Alward, un suburbio agrícola de Damasco, que alquila por menos de cinco euros al mes porque no pueden pagar una casa de verdad. "Me sentía paralizada", dice, "cuando mis hijos me preguntaban qué iban a comer por la noche durante el Ramadán [mes sagrado de ayuno y oración islámico]. Pan y té era lo único que podía conseguir". Su marido hace trabajos agrícolas cuando lo llaman y sus escasos ingresos "apenas alcanzan para un pedazo de pan".
Historias de pobreza y desesperación en un país que hoy, más que en el pasado reciente -durante la fase más sangrienta del conflicto-, está sufriendo una grave crisis económica y social cuyas consecuencias también afectan dramáticamente a las nuevas generaciones. Un estudio publicado hace pocos días por Unicef registra más de 6,5 millones de niños en Siria y otros 2,8 millones de menores sirios en el extranjero que dependen de la ayuda económica y el apoyo humanitario para sobrevivir. Nunca antes los niños habían dependido de esa manera de las ayudas.
La guerra en Siria comenzó en la primavera de 2011 como un levantamiento popular contra Bashar Assad y su gobierno y después se convirtió en un conflicto subsidiario regional y mundial. Después de más de diez años de guerra mucha gente corre el riesgo de morir de hambre y al mismo tiempo los financiamientos se han reducido drásticamente. El número de personas necesitadas "es el más alto" que se haya registrado, y el precio de los productos básicos -incluyendo los alimentos- aumenta continuamente, entre otras cosas debido a la guerra de Rusia en Ucrania. A eso hay que añadir los daños causados por los continuos focos de conflicto aún activos, que en los tres primeros meses del año dejaron al menos 213 niños muertos o heridos. Desde que comenzó la crisis, el número total víctimas mortales y heridos ha superado los 13.000 niños.
Abir es madre de dos hijos, su marido murió hace unos años y ella trabaja en una fábrica de alimentos enlatados para ganarse la vida. "Cuando mis hijos lloran de hambre por la noche -dice desesperada- les prometo que en cuanto tenga algo de dinero les compraré galletas, chocolatinas. Así dejan de llorar y se duermen, para soñar con un futuro mejor". Josephine y su marido, padres de dos hijas, tenían un taller para trabajar el mármol que quedó destruido durante la guerra. En 2016 la mujer recibió un disparo de un francotirador cuando regresaba a Damasco del bautizo de su sobrina y quedó paralizada. Su hija Marie sufre de diabetes a causa del shock de ver a su madre herida y sangrando, y hoy la familia depende de la ayuda humanitaria -alimentos y medicinas- para sobrevivir. "Es una pesadilla -llora desesperada- que empeora cada día que pasa y parece no tener fin. Ni siquiera en la época de la guerra pensé que tendría que afrontar días tan difíciles... agravados por esta parálisis".
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