23/05/2024, 17.26
LINTERNAS ROJAS
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Releer, sí, el pasado, pero el problema actual de la Iglesia en China es la libertad

de Gianni Criveller

Reflexión del director editorial de AsiaNews sobre los congresos a 100 años del Concilio de Shanghai. Hubo errores, pero la mayoría de los misioneros se comprometieron generosamente por el bien del pueblo chino. El nacionalismo de las potencias europeas de la época no se puede utilizar para ocultar lo que hoy se inculca en Beijing. ¿Cuándo habrá un Segundo Concilio Chino emancipado de interferencias políticas, que realmente pueda hablar de los desafíos de la evangelización en esta tierra?

 

Milán (AsiaNews) - La jornada de oración por China el 24 de mayo que propuso Benedicto XVI en la carta a los católicos chinos de 2007, resulta aún más significativa este año después de los dos congresos, uno en Milán (20 de mayo, Universidad Católica del Sagrado Corazón ) y otro en Roma (21 de mayo, Universidad Urbaniana), en los cuales la Iglesia en China fue el centro de un debate en el que participaron numerosos interlocutores. El punto de partida fue el centenario del Concilio de Shanghai (15 de mayo - 12 de junio de 1924) que abrió el camino a la indigenización (es decir, confiar la conducción de la Iglesia al clero local) y la inculturación (expresar la fe a través de las formas culturales de sus pueblos).

Las dos conferencias tuvieron un aspecto académico (sobre todo el de Milán) y otro de diplomacia eclesial (en particular el de Roma) y contaron con la participación e intervención de obispos, sacerdotes y estudiosos chinos e italianos. Es importante señalar que los representantes de la Santa Sede, desde el Papa Francisco hasta el Card. Pietro Parolin, Secretario de Estado y el Card. Luis A. Tagle pro-prefecto del Dicasterio para la Evangelización, ofrecieron intervenciones sustanciales y no circunstanciales. Palabras mesuradas destinadas a continuar el difícil diálogo con las autoridades políticas de China, verdaderos interlocutores de numerosas expectativas que se plantearon en las dos conferencias. A finales de junio tendrá lugar una tercera conferencia en Macao, en territorio chino, en la Universidad Católica de San José.

En este comentario quisiera retomar algunos de los temas que surgieron en estas intensas jornadas y ofrecer una reflexión que ponemos al servicio del pueblo de Dios en China y de todos aquellos que están comprometidos con el bien de la Iglesia en ese país.

¿Los misioneros extranjeros fueron colonialistas?

Algunas intervenciones señalaron que el Concilio de Shanghai, gracias sobre todo a la labor profética y decidida del delegado apostólico Celso Costantini, corrigió la grave situación de las misiones que, para muchos, parecían enclaves extranjeros. Desgraciadamente es cierto: el retraso en el camino de la localización fue constatado por muchos, empezando por el Papa Benedicto XV (1919) y diez años más tarde por nuestro Beato Paolo Manna, entonces superior general del PIME.

No pocos misioneros, hijos de su tiempo, se relacionaban con los fieles de manera paradójica. Una vez le pregunté al Card. John Tong de Hong Kong un ejemplo concreto en el que los misioneros mostraron un sentido de superioridad en relación con los fieles y sacerdotes chinos. Él respondió: “Los misioneros en China comían en un refectorio diferente al del clero chino”. Me hizo pensar en el marqués, el sucesor de don Rodrigo que se describe en el capítulo 38 de Los novios, la gran novela de Alessandro Manzoni. El marqués es una buena persona, lo suficientemente generoso como para invitar a los recién casados ​​a su palacio e incluso servirles a la mesa. Pero relega a los esposos a una pequeña sala, mientras él, el marqués, se retiraba al comedor con don Abbondio. Manzoni señala que, en materia de humildad, tuvo "la suficiente para ponerse por debajo de aquella buena gente, pero no para estar a la misma altura que ellos". Aquí está la paradoja: los misioneros padecían un síndrome bastante singular. Estaban dispuestos a dar la vida por los chinos, pero no los valoraban lo suficiente como para permitirles gobernar su hogar y sentarse a su lado, como hermanos de igual dignidad.

Dicho esto, es injusto reducir la historia misionera que se desarrolló desde mediados del siglo XIX hasta mediados del XX a un ejercicio de colonialismo e imperialismo. El propio Costantini no habría podido aceptar que se denigrara el movimiento misionero, como si estuviera en contra del pueblo chino o quisiera explotarlo con fines colonialistas.

Lamentablemente estos juicios negativos se utilizan para justificar la política religiosa de las autoridades chinas, y en ocasiones se escucharon, aunque en forma matizada, en algunas intervenciones que se pronunciaron en los mencionados congresos. Si hubo misioneros nacionalistas, también hubo numerosos misioneros que, desde el siglo XIX, deseaban el fin del protectorado francés y una relación directa con las autoridades chinas para garantizar la seguridad, es decir, la libertad de los fieles y de los misioneros.

He leído miles de cartas de misioneros del PIME procedentes de China: no iban a la misión - decisión que entonces no tenía vuelta atrás - para favorecer el colonialismo de su país, sino para evangelizar y para "la salvación de las almas". Los misioneros no sólo no apoyaban la política de sus gobiernos, sino que la detestaban. El santo mártir del PIME, Alberico Crescitelli, en una carta desde China, maldijo solemnemente al gobierno anticlerical italiano. Los dos primeros obispos del PIME en China, Timoleone Raimondi (Hong Kong y Guangdong) y Simeone Volonteri (Henan), se comprometieron enérgicamente y enviaron numerosos llamamientos a la Santa Sede para que liberara a las misiones de las cadenas imperialistas, al menos 50 años antes del Concilio de Shanghai.

El misionero del PIME (entonces Seminario Romano) Francesco Giulianelli encabezó una embajada del Vaticano a Beijing en 1885 para gestionar un acuerdo con las autoridades. Acuerdo que se alcanzó y, como recordó en su discurso en la conferencia de Roma el Card. Parolin, la Santa Sede nombró delegado para China a Antonio Agliardi. Las amenazas del gobierno de Francia, anticlerical y con fines colonialistas en China, son las que obligaron al Papa León XIII a anular una decisión que ya había sido publicada en L'Osservatore Romano el 12 de agosto de 1886. También se pronunciaron en contra del protectorado colonial y a favor de la localización misioneros famosos como Joseph Gabet (francés), Antoine Cotta (estadounidense), Vincent Lebbe (belga), el mencionado Paolo Manna (italiano) y muchos otros.

Misioneros agentes de modernidad

La mayoría de los misioneros estaban sincera y generosamente comprometidos con el bien del pueblo chino y fueron agentes de progreso social. No sólo construyeron iglesias sino también servicios educativos y de salud abiertos a todos, fundaron clínicas, hospitales y orfanatos que salvaron la vida de muchísimas personas. Se hicieron grandes esfuerzos por la seguridad de las niñas y la emancipación de las jóvenes, oponiéndose a la práctica de vendar los pies. Gracias a las congregaciones femeninas, a muchas niñas y jóvenes se les ofreció educación y la posibilidad de tomar decisiones de vida fuera de los vínculos familiares, en los cuales a menudo las jóvenes eran obligadas a hacerlo en contra de su voluntad.

Los misioneros fueron vehículo de modernidad: nuevas ideas y conocimientos, como las ciencias y la democracia que invocó el movimiento estudiantil del 4 de mayo de 1919, habían sido introducidos en China gracias a las escuelas y universidades fundadas por los misioneros cristianos.

Los misioneros fueron, consciente o inconscientemente, agentes de interculturalidad, que ha beneficiado enormemente al pueblo chino más allá de los confines de la Iglesia católica y favoreció el progreso científico y democrático. Repetimos: reducir un siglo de actividad misionera a un episodio de colonialismo nos parece una relectura ideológica conveniente para autojustificar posiciones políticas contrarias a la libertad. No creemos que sea un buen argumento justificar las imposiciones de la política religiosa actual haciendo unilateralmente hincapié en los errores cometidos en el pasado. Y sin mencionar siquiera las campañas de persecución religiosa, que sin duda existieron y causaron tanto sufrimiento en las comunidades de católicos chinos, cuyo único delito era adherirse a una religión universal.

Una cuestión irrenunciable: la libertad

Hemos dicho que los misioneros eran hijos de su tiempo: ¿acaso no lo somos nosotros también? ¿Y qué dirán de nosotros dentro de cien años? ¿Dirán tal vez que hemos sido demasiado complacientes con las graves violaciones de la libertad del pueblo chino y de los derechos humanos y religiosos de tantos creyentes de distintas religiones? Es cierto, como escribió el P. Manna, que el nacionalismo colonialista occidental era una cadena insoportable para la libertad de la Iglesia. Lejos de protegerla, ahogaba la misión. Ahora ya no es el nacionalismo de las potencias europeas el que amenaza la libertad de la Iglesia en China, sino el nacionalismo inculcado por las autoridades políticas mediante la praxis de la sinización. La política religiosa que se inspira en ella gobierna de manera invasiva y omnipresente todos los aspectos de la vida de las comunidades y de los organismos eclesiales.

Los dos congresos no eran el lugar para denunciar esta violación, sino más bien una oportunidad de encuentro, de diálogo, de pasos en común para tratar de encontrar una manera de mejorar los temas que estaban sobre la mesa. Se han dicho cosas realmente buenas y es de esperar que se concreten. Pero nosotros, los comentaristas, que no desempeñamos funciones diplomáticas pero tampoco faltamos a nuestra responsabilidad eclesial, no podemos renunciar a recordar este simple hecho: el problema fundamental de la Iglesia en China hoy es su libertad. Libertad, o emancipación, no de los nacionalismos pasados ​​sino del actual.

Algunos oradores, italianos y chinos, inteligentemente sugirieron que hoy no podemos poner sólo de relieve el localismo; es necesario subrayar al mismo tiempo la naturaleza universal de la Iglesia católica. Ésta no existe si no mantiene unidas ambas dimensiones. La fe en el Evangelio no es ajena a ningún pueblo o cultura, pero ninguna Iglesia local puede prescindir de la Iglesia universal y del sucesor de Pedro. El punto de inflexión del Concilio de Shanghai fue posible gracias a las intervenciones de dos pontífices, Benedicto XV y Pío XI, y al pleno mandato pontificio confiado a Celso Costantini. Sin la decisión de los romanos pontífices la Iglesia en China sería menos china y menos católica. Y esto es aún más cierto hoy.

¿Cuándo se celebrará el segundo Concilio chino? Propuesta para una agenda

Me impresiona mucho que el Concilio de Shanghai haya sido llamado "Primer Concilio Chino". Entonces, ¿cuándo habrá un Segundo Concilio Chino? Resulta sumamente necesario: un concilio según el espíritu sinodal que el Papa Francisco quiere para la Iglesia de hoy, en el que participe todo el pueblo de Dios en la variedad de sus carismas y ministerios, junto con los obispos y el Papa.

Hay muchos desafíos urgentes y abiertos que un concilio podría tratar si se emancipara de las injerencias políticas. Sólo así tendría la libertad, la unidad y la serenidad necesarias para iniciar una reflexión teológica y pastoral adecuada a los desafíos de la evangelización en los tiempos de la posmodernidad y capaz de valorar las riquezas de las tradiciones culturales chinas.

Me permito sugerir sólo algunos temas para una posible agenda de un Segundo Concilio Chino. Todavía no existe una ósmosis creativa entre la cultura china y la liturgia: faltan formas significativas de adaptación que permitan a los fieles expresar su fe a través de formas culturales y de culto connaturales. No existe la posibilidad de formación de los fieles en asociaciones, escuelas y movimientos eclesiales libres. También es urgente adaptar la formación de religiosas y sacerdotes a la sensibilidad contemporánea, incluyendo la atención que la Iglesia presta en este momento a las dimensiones afectivas y psicológicas de los candidatos.

La enorme migración interna del campo hacia las periferias de las ciudades y los centros industriales ha generado un cierto conflicto entre el catolicismo rural y el urbano. Los primeros, tradicionales y devotos, a menudo no pueden resistir la desorientación que genera trasladarse lejos de su aldea católica. Los cristianos urbanos están más abiertos a las exigencias de la modernidad y atentos a la dimensión espiritual de la existencia incluso en las metrópolis superpobladas, pero no siempre se integran con sus hermanos católicos que vienen de aldeas de provincias lejanas.

Es necesario una mayor implicación de los laicos en el compromiso de la evangelización, de las obras sociales, caritativas y educativas. Una de las urgencias actuales es la fragilidad de los jóvenes, común a muchos de sus coetáneos en todo el mundo, y el arduo compromiso colectivo de sostener al gran número de ancianos. También hace falta un programa de evangelización para los numerosos chinos que viven en el exterior, donde las oportunidades de encuentro con la fe cristiana son mucho mayores.

Quisiera terminar este comentario encomendándome a María Auxilio de los Cristianos, a quien los católicos de China veneran en el santuario de Sheshan (Shanghai). A ella le confiamos la paz en China y en el mundo, citando las inquietantes palabras que pronunció el Papa Francisco el 21 de mayo, en el videomensaje que se transmitió durante la Conferencia. “Los que siguen a Jesús aman la paz y están junto a todos los que trabajan por la paz, en un tiempo en el que vemos actuar fuerzas inhumanas que parecen querer acelerar el fin del mundo”.

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