18/03/2025, 15.49
PAPÚA NUEVA GUINEA
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Port Moresby, más allá de la retórica del 'país cristiano'

de Giorgio Licini *

El parlamento de Papúa Nueva Guinea aprobó una enmienda que identifica al país como un "Estado independiente y cristiano". El P. Giorgio Licini (Cáritas Papúa Nueva Guinea) explica que "corre el riesgo de ser una declaración vacía si no se afrontan los verdaderos desafíos del país".

 

Port Moresby (AsiaNews) – La semana pasada el parlamento de Papúa Nueva Guinea aprobó una enmienda constitucional que transforma el país insular en un Estado confesional. La decisión, a la que la Iglesia Católica se opone desde hace meses, obtuvo 80 votos a favor y sólo cuatro en contra. El primer ministro James Marape, cercano a la galaxia pentecostal y evangélica que impulsó la iniciativa, expresó su satisfacción. Pero, como explica en este comentario el P. Giorgio Licini, misionero del PIME, ex secretario general de la Conferencia Episcopal de Papúa Nueva Guinea y actual responsable de actividades de incidencia política de Cáritas, la modificación de la Carta Fundamental en realidad no responde a los requerimientos y necesidades de la sociedad papú, y además corre el riesgo de distraer la atención de los verdaderos problemas del país.

El jueves 13 de marzo de 2025, por primera vez después de cincuenta años de independencia, una mujer miembro del Parlamento, la Honorable Francisca Semoso, de North Bougainville, presidió la sesión como Presidenta de la Cámara. Las reacciones en las redes sociales no fueron todas positivas. Debido a actitudes y prácticas culturales arraigadas, para algunos sigue siendo inaceptable que una mujer sea superior a los “jefes” y líderes. Más aún en una Cámara de Representantes que adopta la forma de la antigua Haus Tambaran del pueblo sepik, un lugar donde sólo los hombres que han superado el proceso de iniciación pueden entrar con fines espirituales y ceremoniales.

Tómenlo, si quieren, como un caso extremo, o como la reacción emocional de unos pocos. Pero representa bien la crisis actual que está atravesando Papúa Nueva Guinea y la búsqueda ansiosa de una identidad cultural y nacional. Hay tensiones internas y miedos externos.

Es evidente que el tejido social actual y el sistema de creencias nacionales están determinados por tres componentes principales que tienen su origen en tres experiencias históricas diferentes y a veces contrapuestas entre sí. La primera es la herencia ancestral que ha permeado las aldeas y valles durante 40 mil años o más. A esto le siguió la colonización política, acompañada por la educación y la pertenencia a las religiones occidentales desde fines del siglo XIX y durante todo el siglo XX. Ahora vivimos en la era de la comunicación instantánea, del pluralismo y de la movilidad. La sociedad de Papúa Nueva Guinea está lejos de armonizar estas tres experiencias históricas en un nuevo modelo social aceptable y satisfactorio que ayude a la población a sentirse unida y segura. Lo cierto, por el contrario, es que hay fragmentación e incertidumbre en todos los niveles. Ningún líder político, civil o religioso parece capaz en este momento de proporcionar unidad e integridad al país.

A eso se suma el aislamiento cultural y regional. No sólo Papúa Nueva Guinea no tiene mucha importancia para el resto del mundo, sino que sus vecinos viven según principios ajenos a la extensa comunidad melanesia. Indonesia es fundamentalmente musulmana. Australia y Nueva Zelanda son liberales y laicas, con diferencias cada vez menores en los roles, perfil de género y relevancia social entre hombres y mujeres. Si no somos como nuestros vecinos - y no queremos ser como ellos - ¿qué somos? Ésta es la pregunta de fondo.

Lo que se denomina proyecto de ley cristiano pretende ser la respuesta a la crisis de identidad nacional. Los pastores protestantes, evangélicos y pentecostales, tanto de las Iglesias tradicionales como de las nuevas agrupaciones, creen que la armonía y el progreso nacionales se concretarán cuando el cristianismo sea formal y enfáticamente reconocido por la Constitución nacional. Entonces todos se reunirán en unidad en torno al nuevo pilar de la identidad nacional para derrotar la violencia, la corrupción, la ignorancia y los intereses individuales. Con el fuerte respaldo del actual primer ministro, el Honorable James Marape, una persona profundamente religiosa y centrada en Dios, perteneciente a la Iglesia cristiana adventista del séptimo día, las enmiendas constitucionales del proyecto de ley cristiano ayudarían a hacer realidad su visión de que Papúa Nueva Guinea sea "el país negro cristiano más rico del planeta” ("en diez años”, prometió en 2019 cuando asumió el poder).

La cultura y el pueblo europeo tienen poco que criticar. Durante siglos los habitantes del viejo continente han vivido en Estados confesionales, pensando que la alianza entre el trono y el altar era la mejor forma de organización política y de cohesión social. El Rey de Inglaterra sigue siendo hasta hoy la cabeza de la Iglesia Anglicana. Ahora nos damos cuenta de que para el trono pudo haber funcionado. Pero al altar lo ha dejado bastante desnudo y calvo. Las Iglesias cristianas en Occidente han comprendido desde hace tiempo que una coexistencia crítica e independiente con el Estado es más eficaz y correcta que un matrimonio espurio.

Con la segunda aprobación parlamentaria de la ley cristiana, el 11 de marzo de 2025, las Iglesias cristianas en Papúa Nueva Guinea se han sometido al Estado y al gobierno de turno, creyendo ingenuamente que los políticos (y la sociedad en general) harán ahora lo que digan los pastores cuando predican las enseñanzas sociales y morales del Evangelio. Y que de ello derivarán la paz y la prosperidad.

Sin embargo, para hacer de Papúa Nueva Guinea el país negro cristiano más rico del mundo, esto puede no ser suficiente. Para empezar, el cristianismo es en sí mismo superficial y fragmentado. Los líderes locales que han tomado el lugar de los misioneros son numéricamente limitados, poco educados, distantes e inadecuados para enfrentar los desafíos del mundo moderno en rápida evolución. Muchos de los parlamentarios que votaron a favor de cambiar el nombre del país a “Estado Independiente y Cristiano de Papúa Nueva Guinea” no muestran ninguna señal de un compromiso serio con la Iglesia y la práctica de la fe, ni en las palabras ni en las obras. Las enmiendas constitucionales, añadidas aquí y allá sólo para arruinar un hermoso texto concebido para una forma de Estado diferente - laico y no confesional - pronto serán olvidadas y el país se encontrará aún más desilusionado, enojado y hambriento debido al aumento del costo de vida y la disminución de las oportunidades de trabajo.

Para llegar a ser “rica”, Papúa Nueva Guinea sólo puede tomar del cristianismo la honestidad personal, el altruismo y un difuso sentido del bien común, de los que carecen los políticos y la burocracia. Por otra parte necesita educación, inversión e infraestructuras. Tres elementos extremadamente difíciles y que requieren mucho tiempo para completarlos en un país constituido por una gran masa de tierra, desconectado, escasamente poblado y dominado por terratenientes locales a menudo oportunistas, prácticamente imposible de electrificar y modernizar.

El término “negro” parece estar fuera de discusión en Papúa Nueva Guinea. Sus habitantes tienen un fascinante e intrigante tipo de piel oscura que generalmente permite adivinar correctamente su provincia de origen. Pero ¿cuánto control de la economía, y en consecuencia del destino nacional, tienen hoy o tendrán en el futuro los negros locales? ¿La “piel” siempre es negra o, con mayor frecuencia blanca occidental, amarilla china o marrón india? ¿Echar la culpa a los expatriados? No es una prioridad. Sin ellos no habría negocios, ni comercio, ni bancos. El día de la independencia total del exterior todavía parece lejano, dado el bajísimo acceso a la educación en el país, sobre todo al nivel terciario, y la falta de inversiones e infraestructuras para producir riqueza y oportunidades de trabajo.

Pensar en Papúa Nueva Guinea como “cristiana” puede ser útil desde muchos puntos de vista: para la identidad nacional en relación con nuestros vecinos, por la inspiración moral, para la cohesión social, etc. Pero no se puede dejar de pensar en las palabras de san Ignacio de Antioquía: “Es mejor callar y ser que hablar y no ser”. (Carta a los Efesios 15,1); “No sólo debemos llamarnos cristianos, sino serlo”. (Carta a los cristianos de Magnesia 4,1). Éste es el enfoque espiritual genuino y sano del cristianismo. Las enmiendas constitucionales, en cambio, reflejan la percepción de una necesidad, más que la realidad sobre el terreno.

Que Papúa Nueva Guinea se convierta en el país negro cristiano más rico del planeta partiendo de un PIB per cápita de menos de 4.000 dólares al año en 2019, y que supere a las Bermudas (el  verdadero país negro cristiano más rico del mundo), con un PIB per cápita estable de alrededor de 50.000 dólares al año (Laveil, 2019), y que lo haga antes de 2029, es pura retórica. Ninguno de los países del Pacífico de piel oscura, ni siquiera las Fiji, figuran entre los diez países negros cristianos más ricos del mundo. Uno se pregunta qué tipo de economistas y planificadores han asesorado al primer ministro James Marape cuando asumió el cargo hace casi seis años. Y esto sucede cuando incluso la noción de “país” se está cuestionando. Los pedidos de autonomía fiscal por parte de las provincias desatendidas se multiplican. La Región Autónoma de Bougainville ha fijado informalmente el 1 de septiembre de 2027 como fecha de la independencia. El primer ministro Marape se muestra muy titubeante con respecto a la independencia de Bougainville - apoyada por el 97,7% de la población en el referéndum de 2019 - aunque fue muy rápido para acoger con satisfacción el pedido de la mayoría de introducir enmiendas constitucionales cristianas.

No es agradable pensar que esto haya sido en realidad un acto de desesperación e ilusión. Sin duda no fue porque haya muchos cristianos verdaderamente convencidos y verdaderamente practicantes, incluidos los católicos. Y qué se puede decir de las iglesias protestantes tradicionales, cada vez más debilitadas, quizás en búsqueda desesperada de un apoyo moral y financiero del gobierno; o de los grupos pentecostales, impregnados de ideología religiosa y residuos del “culto del cargo” [un sistema de creencias basado en la esperada llegada de espíritus ancestrales en barcos que transportan cargamentos de alimentos y otros bienes], que falsamente prometen a la gente una autenticidad espiritual, una prosperidad material y un progreso que nunca van a llegar?

Para desarrollarse adecuadamente, el país debe encontrar un equilibrio entre las costumbres y valores tradicionales, la tecnología y la infraestructura modernas y los valores cristianos fundamentales. Los principales objetivos son promover la honestidad, la integridad y la cooperación; hacer crecer una economía que genere empleo sostenible a largo plazo mediante la fabricación de productos que Papua Nueva Guinea actualmente importa; abordar los actuales problemas de transporte, electricidad, agua y telecomunicaciones, incluyendo la creación de un sector marítimo público casi inexistente en ese momento. Por lo demás, todo indica que, en 2029, Papúa Nueva Guinea probablemente será más pobre, no más rica, que diez años antes.

* Misionero del PIME, responsable advocacy de Cáritas Papúa Nueva Guinea

 

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