Papa: la armonía de Asia, sabiduría para el mundo de hoy
En el encuentro interreligioso de Ulan Bator se hizo un llamado al encuentro de las diferencias por el bien de todos. No confundir entonces creencia y violencia, sacralidad e imposición, camino religioso y sectarismo". En el discurso también palabras de Buda y Gandhi. En la misa, un saludo también al pueblo chino: "Pido a todos los católicos que sean buenos cristianos y buenos ciudadanos". Y a través de una cita de Teilhard de Chardin, la evocación del desierto de Ordos, donde viven las poblaciones mongolas de la República Popular China.
Ulan Bator (AsiaNews) - La armonía enseñada por todas las grandes religiones de Asia es un "gran patrimonio de sabiduría" para el mundo de hoy. Y su enseñanza contiene mensajes capaces de atravesar incluso fronteras que aún permanecen políticamente imposibles, como la de la República Popular China.
Este es el mensaje de este domingo vivido por el Papa Francisco en Ulan Bator, en la jornada central de su viaje apostólico a Mongolia. Una jornada que comenzó con el esperado encuentro ecuménico e interreligioso en el Teatro Hun, en un país donde la gran mayoría de la población es budista. En el escenario, junto a otros 11 líderes religiosos, el Papa Francisco recordó "la virtuosa experiencia de la antigua capital imperial Kharakhorum, dentro de la cual había lugares de culto pertenecientes a diferentes credos". Lo describió como un testimonio de esa armonía que es una "palabra con sabor típicamente asiático. Es esa relación particular que se crea entre realidades diferentes, sin superponerlas ni homologarlas, sino respetando las diferencias y en beneficio de la vida en común. Me pregunto: ¿quién, más que los creyentes, está llamado a trabajar por la armonía de todos?".
" Por cuánto conseguimos armonizarnos con los demás peregrinos de la tierra y por cuánto conseguimos difundir la armonía, allí donde vivimos, se mide la valía social de nuestra religiosidad" Cita el Dhammapada budista cuando dice que "el sabio se regocija en dar, y sólo así llega a ser feliz". Entabla un diálogo entre estas palabras y la oración de San Francisco ("Donde haya odio, que yo lleve el amor; donde haya ofensa, que yo lleve el perdón; donde haya discordia, que yo lleve la unión"). Contrapone el altruismo de la concordia a la cerrazón, porque "la imposición unilateral, el fundamentalismo y el forzamiento ideológico arruinan la fraternidad, alimentan las tensiones y comprometen la paz". La belleza de la vida es fruto de la armonía: es comunitaria, crece con la amabilidad, con la escucha y con la humildad". Y para captarla se necesita un corazón puro, porque - explica Ganghi, ocupando este tiempo - "la verdadera belleza reside en la pureza del corazón".
Esta armonía es el don que las religiones deben ofrecer hoy a un mundo que "apuntando sólo a la dimensión terrena y horizontal del hombre, corre el riesgo de olvidar el cielo para el que fuimos hechos". "Desorientado por la búsqueda miope del beneficio y del bienestar, a menudo es incapaz de encontrar el hilo conductor: volcado sólo en los intereses terrenales, acaba arruinando la tierra misma, confundiendo progreso con retroceso, como demuestran tantas injusticias, tantos conflictos, tanta devastación ambiental, tanta persecución, tanto descarte de la vida humana".
Nos invita a aprovechar el "gran patrimonio de sabiduría" que Asia atesora a través de sus religiones. Lo resume en diez aspectos: "una buena relación con la tradición, a pesar de las tentaciones del consumismo; el respeto a los mayores y a los antepasados; el cuidado del medio ambiente, nuestra casa común; el valor del silencio y de la vida interior, antídoto espiritual contra tantos males del mundo actual. Luego, un sano sentido de la frugalidad; el valor de la hospitalidad; la capacidad de resistirse al apego a las cosas; la solidaridad, que nace de la cultura de los vínculos entre las personas; el aprecio por la sencillez. Y, por último, un cierto pragmatismo existencial, que tiende a buscar tenazmente el bien del individuo y de la comunidad".
Recordando una vez más la imagen del ger -una tienda mongola, el gran hilo rojo de este viaje- Francisco recuerda esta vez su capacidad de ser lugar de acogida y de refresco para todos, iluminado por la luz que entra desde lo alto. "La humanidad reconciliada y próspera, que como exponentes de distintas religiones contribuimos a promover -comenta-, está simbólicamente representada por esta armoniosa convivencia abierta a lo trascendente, en la que el compromiso por la justicia y la paz encuentran inspiración y fundamento en la relación con lo divino".
Pero es un símbolo que también confía una responsabilidad: "nuestro comportamiento", dice el Papa a otros líderes religiosos, "está llamado a confirmar de hecho las enseñanzas que profesamos; no puede contradecirlas, convirtiéndose en motivo de escándalo. No confundamos, pues, creencia y violencia, sacralidad e imposición, camino religioso y sectarismo".
Recuerda el sufrimiento padecido en el pasado en Mongolia, especialmente por las comunidades budistas, con decenas de miles de muertos en la persecución religiosa del régimen comunista. Este recuerdo -dice- da fuerza para transformar las heridas oscuras en fuentes de luz, la insipiencia de la violencia en sabiduría de vida, el mal que arruina en bien que construye. Porque en las sociedades pluralistas, cada institución religiosa "tiene el deber y ante todo el derecho de ofrecer lo que es y lo que cree, respetando la conciencia de los demás y teniendo como meta el bien mayor de todos".
Precisamente esto -continúa Francisco- es el estilo que la Iglesia católica quiere ser: "ofrece el tesoro que ha recibido a cada persona y a cada cultura, permaneciendo en actitud de apertura y de escucha de lo que las otras tradiciones religiosas tienen que ofrecer". Porque "el diálogo no es antitético al anuncio: no aplana las diferencias, sino que ayuda a comprenderlas, las preserva en su originalidad y permite confrontarlas para un enriquecimiento franco y recíproco". Conscientes de que "tenemos un origen común, que nos da a todos la misma dignidad, y tenemos un camino compartido, que sólo podemos recorrer juntos, morando bajo el mismo cielo que nos envuelve e ilumina".
El mismo camino que -en la tarde mongola, en el momento más esperado por la comunidad católica local y por los cientos de fieles llegados de otros países asiáticos- indicó también en la Misa celebrada en el Steppe Arena, el estadio de hockey sobre hielo de Ulan Bator. Un viaje que - en el espacio físico de Mongolia como en el corazón de cada uno - se enfrenta a la sed del desierto, evocada por el salmista en la liturgia de hoy. "Llevamos dentro una sed insaciable de felicidad", comentó el pontífice, "buscamos sentido y dirección a nuestra vida, motivación para las actividades que realizamos cada día". Pero Dios "cuida de nosotros y nos ofrece el agua clara y que sacia la sed, el agua viva del Espíritu". Su palabra "nos devuelve a lo esencial de la fe: dejarnos amar por Dios para hacer de nuestra vida una ofrenda de amor".
Sólo así podrá comprender también Pedro el camino de la cruz y su mensaje, que hoy repite su sucesor al pequeño rebaño de Mongolia: "no es necesario ser grande, rico o poderoso para ser feliz. Sólo el amor sacia nuestros corazones, sólo el amor cura nuestras heridas, sólo el amor nos da la verdadera alegría".
Al final de la Misa - finalmente - desde Mongolia Francisco amplió su mirada a toda Asia, saludando a los grupos venidos "de diversas regiones del inmenso continente en el que me honro de encontrarme y que abrazo con gran afecto. Expreso mi particular gratitud a quienes ayudan a la Iglesia local, sosteniéndola espiritual y materialmente".
Cogiendo las manos del Card. John Tong y del actual obispo de Hong Kong, monseñor Stephen Chow (que será creado cardenal el 30 de septiembre), el pontífice dirigió un saludo a todo el pueblo chino. Quisiera aprovechar su presencia para enviar un caluroso saludo al noble pueblo chino -dijo-. A todo el pueblo le deseo lo mejor, y que vaya adelante, que progrese siempre. Y a los católicos chinos les pido que sean buenos cristianos y buenos ciudadanos. A todos'.
Pero también añadió -de forma velada pero significativa- un pensamiento para la otra mitad del pueblo mongol, los que viven dentro de las fronteras de China en la región autónoma de Mongolia Interior y cuyos obispos no han obtenido permiso de Beijing para estar presentes en Ulan Bator. Lo hizo citando una oración del jesuita Pierre Teillhard de Chardin, compuesta hace cien años en el desierto de Ordos, que está "no muy lejos de aquí", precisamente al otro lado de la frontera de la República Popular China. Allí, el Padre Teillhard - "este sacerdote, a menudo incomprendido"-, impedido por las circunstancias de celebrar la Eucaristía, compuso su "Misa sobre el mundo" con las palabras: "Recibe, Señor, esta Hostia total que la Creación, movida por tu atracción, te presenta en la nueva aurora". Una esperanza de la que hoy se hace eco Mongolia, mirando incluso más allá de la frontera aún imposible.
17/12/2016 13:14