Papa: el ‘pan’ que pedimos a Dios no es ‘mío’, sino ‘nuestro’
Jesús enseña a pedirlo, no solo para sí mismos, sino para todos los hermanos del mundo. “Pensemos en los niños que están en países en guerra: en los niños hambrientos de Yemen, de Siria, en los niños hambrientos que están donde falta el pan, en Sudán del Sur”. Un reconocimiento honorífico para sor María Concetta, una misionera que lleva 60 años viviendo en África. “Con este gesto, mi intención es también expresar mi reconocimiento a todos los misioneros y misioneras, sacerdotes, religiosos y laicos, que esparcen las semillas del Reino de Dios en todas partes del mundo”.
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – El “pan” que se pide a Dios en el Padrenuestro, es decir, lo necesario para vivir, “no es ‘mío’, sino ‘nuestro”. “Jesús lo quiere así. Nos enseña a pedirlo no solo para sí mismos, sino para todos los hermanos del mundo. Si no se reza de este modo, el ‘Padrenuestro’ deja de ser una oración cristiana”. Es la advertencia que el Papa Francisco expresó en la audiencia general de hoy, al hablar de la segunda parte del Padre Nuestro, “aquella en la que presentamos a Dios nuestras necesidades. Esta segunda parte comienza con una palabra que tiene el aroma de lo cotidiano: el pan”.
En la audiencia general de hoy también se presenció la entrega de un reconocimiento a una religiosa, y con ella, a todos los misioneros. En efecto, Francisco “presentó” a las 20.000 personas congregadas en la Plaza San Pedro, en una jornada lluviosa, a sor María Concetta Esu, de la Congregación de la Hijas de San José de Genoni.
“Sor María Concetta –contó el Papa – tiene 85 años, y es misionera, desde hace casi 60 años, en el África, donde desarrolla su servicio como obstétrica. Yo la conocí en Bangui, cuando fui a inaugurar el Jubileo de la Misericordia. Ella me contó que en su vida ha ayudado a que nazcan casi tres mil niños. ¡Qué maravilla!. En estos días vino a Roma para participar de un encuentro con sus hermanas, y hoy vino a la audiencia con su Superiora. Entonces pensé en aprovechar esta ocasión para darle un signo de reconocimiento y decirle ¡muchas gracias por su testimonio!”.
“Querida hermana, en mi nombre y en el de la Iglesia, te entrego este reconocimiento. Es un signo de nuestro afecto y de nuestras ‘gracias’ por todo el trabajo que has hecho en medio de las hermanas y hermanos africanos, al servicio de la vida, de los niños, de las mamás y de las familias. Con este gesto dedicado a ti, mi intención es expresar ni reconocimiento, también, a todos los misioneros y misioneras, sacerdotes, religiosos y laicos, que esparcen las semillas del Reino de Dios en todas partes del mundo. El trabajo de ustedes es grande. Ustedes ‘queman’ la vida sembrando la palabra de Dios con su testimonio… Y en este mundo, ustedes no son noticia. Queridos hermanos y hermanas, Sor María Concetta, después de este compromiso, volverá al África. Acompañémosla con la oración. Y que su ejemplo nos ayude a todos a vivir el Evangelio allí donde estemos”.
“Previo a ello, Francisco había resaltado que el “pan” que pedimos al Señor en la oración es “nuestro” y es “eso mismo lo que un día habrá de acusarnos. Nos reprochará cuán poco habituados estamos a partirlo con quien está cerca, a compartirlo. Fue un pan regalado para la humanidad, pero sin embargo, fue comido solamente por unos pocos: el amor no puede soportar esto”. “Esta oración contiene una actitud de empatía y solidaridad. En mi hambre, siento el hambre de las multitudes, y entonces ruego a Dios hasta que su reclamo sea atendido. Así, Jesús educa a su comunidad, a su Iglesia, a llevar ante Dios las necesidades de todos: ‘Somos todos tus hijos, oh Padre, ¡ten piedad de nosotros!’”
Francisco agregó: “Pensemos en los niños que están en países en guerra: en los niños hambrientos de Yemen, de Siria, en los niños hambrientos de aquellos lugares donde falta el pan, en Sudán del Sur”.
“Una vez –prosiguió- una gran multitud estaba delante de Jesús; era gente que tenía hambre. Jesús preguntó si alguien tenía algo para darles, y se encontró con un niño, un muchachito dispuesto a compartir lo que tenía: cinco panes y dos peces. Jesús multiplicó ese gesto generoso (cfr. Jn 6,9). Ese niño había entendido la lección del ‘Padre Nuestro’: que la comida no es una propiedad privada –metámonos esto en la cabeza-, sino providencia que se ha de compartir, con la gracia de Dios. El verdadero milagro realizado por Jesús aquél día fue la puesta en común, compartir. Él mismo, al multiplicar el pan ofrecido, anticipó la ofrenda de Sí en el pan eucarístico. En efecto, solo la Eucaristía es capaz de saciar el hambre de infinito y el deseo de Dios que anima a cada hombre y que lo mueve incluso a procurarse el pan de cada día”.
“Todos somos hijos del Padre eterno –siguió subrayando, saludando a los fieles de lengua alemana- que nos ve y nos provee [de lo necesario]. Este hecho crea una comunión entre nosotros y una puesta en común de los dones del Padre; por tanto, se nos invita a darlos a aquellos que tienen necesidades y están en dificultades”.