Papa: el sacerdote “pertenece” a Dios, es pobre con los pobres, no ambicioso, no ligado a bienes materiales
Francisco inaugura el trabajo de la asamblea de obispos italianos hablando de la renovación del clero. “Pertenencia al Señor, a la Iglesia, al Reino” es aquello que caracteriza la vida del sacerdote, es un “tesoro” que “ha de ser custodiado y promovido”, del cual los obispos deben hacerse cargo “con paciencia y disponibilidad de tiempo, de manos y de corazón”.
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – “Pertenencia al Señor, a la Iglesia, al Reino” es lo que caracteriza la vida del sacerdote, del cual los obispos deben hacerse cargo “con paciencia y disponibilidad de tiempo, de manos y de corazón”. Es el corazón de la imagen de sacerdote que fuera delineada esta tarde por el Papa Francisco, en el discurso con el cual inauguró el trabajo de la 69na Asamblea de la Conferencia Episcopal Italiana, que se desarrolla en el Vaticano y que tiene como hilo conductor del trabajo “La renovación del clero”. Que el sacerdote, entonces, no sea ambicioso, que tenga un estilo de vida que sea creíble, no rigorista, ni “buenista”, pobre con los pobres, dispuesto a renunciar a bienes “no esenciales” a su misión.
Francisco ha querido afrontar el tema mirando la realidad de “alguno de los tantos párrocos a que gastan en nuestras comunidades”, para preguntarse “¿qué es lo que da sabor a la vida? ¿Para quién y para qué dedica su servicio? ¿Cuál es la razón última de este donarse suyo?”
Este párroco, en tanto, vive un contexto cultural que es muy diverso de aquél en el cual dio sus primeros pasos en el ministerio. “Nosotros, que a menudo nos reencontramos deplorando este tiempo con tono amargo y acusatorio, también debemos advertir la dureza: de nuestro ministerio, ¡cuántas personas encontramos que están en el afán por la falta de referentes a quienes mirar! ¡Cuántas relaciones heridas! En un mundo en el cual cada uno se piensa a sí mismo como medida de todo, ya no hay más lugar para el hermano. Con este trasfondo, la da de nuestro presbítero se vuelve elocuente, porque es diversa, alternativa”.
Él ha dejado las ambiciones de una carrera y de poder, e incluso la “tentación de interpretarse como un ‘devoto’, que se refugia en un intimismo religioso que de espiritual tiene poco y nada”. “No se escandaliza por las fragilidades que sacuden al alma humana: consciente de ser él mismo un paralítico que ha sido curado, se mantiene distante tanto de la frialdad rigorista como de la superficialidad de quien quiere mostrarse condescendiente por un buen mercado. Del otro acepta, en cambio, hacerse cargo, sintiéndose partícipe y responsable de su destino”.
“Nuestro sacerdote no es un burócrata o un anónimo funcionario de la institución; no es un consagrado a un rol laboral, y tampoco se mueve a partir de los criterios de eficiencia. Sabe que el Amor es todo. No busca reaseguros terrenales o títulos honoríficos, que llevan a confiar en el hombre; en el ministerio, para sí no pide nada que vaya más allá de la necesidad real, y tampoco está preocupado por vincular a sí mismo a las personas que le son confiadas. Su estilo de visa es simple y esencial, siempre disponible, lo presenta creíble a los ojos de la gente y lo acerca a los humildes, en una caridad pastoral que hace libres y solidarios. Siervo de la vida, camina con el corazón y el paso de pobres, y es vuelto rico por el hábito de frecuentarlos. Es un hombre de paz y de reconciliación, un signo y un instrumento de la ternura de Dios, atento a difundir el bien con la misma pasión con la cual otros cuidan sus intereses”. Su secreto está en la relación con Jesús, “verdad definitiva de su vida. Es la relación con Él lo que lo custodia, volviéndolo extraño a la mundanidad espiritual que corrompe, así como a necesidad de complacencia y a toda mezquindad”.
En cuanto a la segunda cuestión: “¿Para quién emplea su servicio nuestro presbiterio?”, Francisco habló de sentirse “partícipe de la Iglesia”. Esta pertenencia común, que brota de Bautismo, es el respiro que libera de una auto-referencialidad que aísla y aprisiona: «Cuando tu barco comience a echar raíces en la inmovilidad del muelle –reclamaba don Hélder Câmara –¡ lárgate! ». ¡Parte! Y, ante todo, no porque tengas una misión que cumplir, sino porque estructuralmente eres un misionero: ene l encuentro con Jesús has experimentado la plenitud de vida y, por lo tanto, deseas con toda tu persona que otros lo reconozcan a É y que puedan custodiar su amistad, alimentarse con su palabra y celebrarLo en la comunidad”.
“Quien vive para el Evangelio, entra así en un compartir virtuoso; el pastor es convertido y confirmado por la fe simple del pueblo santo de Dios, con el cual obra y en cuyo corazón vive. Esta pertenencia es la sal de la vida del presbiterio; hace que su rasgo distintivo sea la comunión, vivida con laicos en relación, que saben dar valor a la participación de cada uno”.
“En vuestra reflexión sobre la renovación del clero también está incluido el capítulo respecto a la gestión de las estructuras y de los bienes económicos; en una visión evangélica, evitad cargaros de peso en una pastoral de conservación, que obstaculiza la apertura a la perenne novedad del Espíritu. Mantened solamente aquello que puede servir para la experiencia de fe y de caridad del pueblo de Dios”.
“Por último, nos hemos preguntado cuál es la razón última del donarse de nuestro presbiterio. ¡Cuánta tristeza producen quienes en la vida se hallan siempre un poco a medias, con el pie levantado! Calculan, sopesan, no arriesgan nada por el miedo a perder… ¡son los más infelices! Nuestro presbítero, en cambio, con sus límites, es uno que se juega hasta el fondo: en las condiciones concretas en las cuales la vida y el ministerio lo han colocado, se ofrece con gratuidad, con humildad y alegría. Incluso cuando nadie parece darse cuenta de ello. Incluso cuando intuye que, humanamente, quizás nadie le dará gracias lo suficiente por el hecho de donarse sin medida. Pero –y él lo sabe- no podría hacer otra cosa: ama la tierra, que reconoce visitada cada mañana por la presencia de Dios. Es un hombre de la Pascua, con una mirada dirigida al Reino, hacia el cual siente que a historia humana camina, a pesar de las demoras, oscuridades y contradicciones. El Reino –la visión que Jesús tiene del hombre– es su alegría, el horizonte que permite relativizar el resto, templar las preocupaciones y la ansiedad, mantenerse libre de las ilusiones y del pesimismo; custodiar en e corazón la paz y difundirla con sus gestos, con sus palabras y sus actitudes”.
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