Papa: Pequeño y amado rebaño de Georgia, recibe el consuelo del Buen Pastor
En la misa en el estadio Meskhi, el Papa Francisco señala a las madres y abuelas, que han transmitido la fe y el consuelo a sus hijos. “Hacerse pequeños como niños es la condición para recibir el consuelo de Dios”. “La Iglesia es la casa del consuelo”. La invitación a todos los cristianos: “Recibir y llevar el consuelo de Dios: esta misión de la Iglesia es urgente”.
Tiflis (AsiaNews) – “Pequeño y amado rebaño de Georgia, que tanto te dedicas a la caridad y a la formación, ¡acoge el aliento que te infunde el Buen Pastor, confíate a Aquel que te lleva sobre sus hombros y te consuela!”. Así se dirigió el Papa Francisco a los fieles reunidos en el estadio Mikheil Meskhi en la celebración de la misa en Tiflis. Y, en efecto, no hay enormes multitudes en la misa, sino quizás una decena de miles de personas. El rito se desarrolla en un estadio vacío a medias. Por otra parte, los católicos de todo el país –que ya no está muy poblado- son solamente 120.000, y la mayoría de la población es ortodoxa. En la celebración participan delegaciones de las diversas confesiones cristianas presentes en Georgia: armenios apostólicos, ortodoxos, caldeos, siro-malankara, …
Para el Papa, esta “pequeñez”, o “simplicidad”, es el signo de una verdad evangélica. El evangelio nos muestra que “se realizan grandes maravillas con pequeñas cosas: con unos pocos panes y dos peces (cf. Mt 14, 15-20), con un grano de mostaza (cf. Mc 4, 30-32), con el grano de trigo que cae en tierra y muere (cf. Jn 12, 24), con un solo vaso de agua ofrecido (cf. Mt 10, 42), con dos pequeñas monedas de una viuda pobre (cf. Lc 21, 1-4), con la humildad de María, la esclava del Señor (cf. Lc 1, 46-55)”.
Dicha “pequeñez” es la expresión del hecho de ser “niño”. “La verdadera grandeza del hombre consiste en hacerse pequeño ante Dios. Porque a Dios no se le conoce con elevados pensamientos y muchos estudios, sino con la pequeñez de un corazón humilde y confiado. Para ser grande ante el Altísimo no es necesario acumular honores y prestigios, bienes y éxitos terrenales, sino vaciarse de sí mismo. El niño es precisamente aquel que no tiene nada que dar y todo que recibir. Es frágil, depende del papá y de la mamá. Quien se hace pequeño como un niño se hace pobre de sí mismo, pero rico de Dios”.
Y siguió diciendo: “He aquí la sorprendente grandeza de Dios, un Dios lleno de sorpresas y que ama las sorpresas: nunca perdamos el deseo y la confianza en las sorpresas de Dios. Nos hará bien recordar que somos, siempre, y ante todo, hijos suyos: no dueños de la vida, sino hijos del Padre; no adultos autónomos y autosuficientes, sino niños que necesitan ser siempre llevados en brazos, recibir amor y perdón. Dichosa las comunidades cristianas que viven esta genuina sencillez evangélica. Pobres de recursos, pero ricas de Dios. Dichosos los pastores que no se apuntan a la lógica del éxito mundano, sino que siguen la ley del amor: la acogida, la escucha y el servicio. Dichosa la Iglesia que no cede a los criterios del funcionalismo y de la eficiencia organizativa y no presta atención a su imagen”.
“Hacerse pequeños como niños”, subrayó Francisco, es la “condición fundamental para recibir el consuelo de Dios”.
“El consuelo que necesitamos, en medio de las vicisitudes turbulentas de la vida, es la presencia de Dios en el corazón. Porque su presencia en nosotros es la fuente del verdadero consuelo, que permanece, que libera del mal, que trae la paz y acrecienta la alegría. Por lo tanto, si queremos ser consolados, tenemos que dejar que el Señor entre en nuestra vida. Y para que el Señor habite establemente en nosotros, es necesario abrirle la puerta y no dejarlo fuera. Hay que tener siempre abiertas las puertas del consuelo porque Jesús quiere entrar por ahí: por el Evangelio leído cada día y llevado siempre con nosotros, la oración silenciosa y de adoración, la Confesión y la Eucaristía. A través de estas puertas el Señor entra y hace que las cosas tengan un sabor nuevo. Pero cuando la puerta del corazón se cierra, su luz no llega y se queda a oscuras. Entonces nos acostumbramos al pesimismo, a lo que no funciona bien, a las realidades que nunca cambiarán. Y terminamos por encerrarnos dentro de nosotros mismos en la tristeza, en los sótanos de la angustia, solos. ¡Si, por el contrario, abrimos de par en par las puertas del consuelo, entrará la luz del Señor!”.
“La Iglesia es la casa del consuelo: aquí Dios desea consolar. Podemos preguntarnos: Yo, que estoy en la Iglesia, ¿soy portador del consuelo de Dios? ¿Sé acoger al otro como huésped y consolar a quien veo cansado y desilusionado? El cristiano, incluso cuando padece aflicción y acoso, está siempre llamado a infundir esperanza a quien está resignado, a alentar a quien está desanimado, a llevar la luz de Jesús, el calor de su presencia y el alivio de su perdón. Muchos sufren, experimentan pruebas e injusticias, viven preocupados. Es necesaria la unción del corazón, el consuelo del Señor que no elimina los problemas, pero da la fuerza del amor, que ayuda a llevar con paz el dolor”.
De aquí surge el llamado a una mayor unidad fraterna entre todos los cristianos: “Recibir y llevar el consuelo de Dios: esta misión de la Iglesia es urgente. Queridos hermanos y hermanas, sintámonos llamados a esto; no a fosilizarnos en lo que no funciona a nuestro alrededor o a entristecernos cuando vemos algún desacuerdo entre nosotros. No está bien que nos acostumbremos a un «microclima» eclesial cerrado, es bueno que compartamos horizontes de esperanza amplios y abiertos, viviendo el entusiasmo humilde de abrir las puertas y salir de nosotros mismos”.
El Papa cita como testigos del consuelo de Dios a las madres y abuelas de Georgia, “que siguen conservando y transmitiendo la fe, sembrada en esta tierra por Santa Nino, y llevan el agua fresca del consuelo de Dios a muchas situaciones de desierto y conflicto”.
Y señala a todos a la santa que la Iglesia recuerda hoy, Santa Teresa del Niño Jesús, la carmelita que es patrona de las misiones. “La joven santa y Doctora de la Iglesia… era experta en la «ciencia del Amor» (ibíd.), y nos enseña que «la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no extrañarse de sus debilidades, en edificarse de los más pequeños actos de virtud que les veamos practicar»; nos recuerda también que «la caridad no debe quedarse encerrada en el fondo del corazón» (Manuscrito C). Pidamos hoy, todos juntos, la gracia de un corazón sencillo, que cree y vive en la fuerza bondadosa del amor, pidamos vivir con la serena y total confianza en la misericordia de Dios”.
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