24/01/2018, 16.01
VATICANO
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Papa: Las Fake news son fruto del mal e hijas de la codicia de poder

En el mensaje por la 52da Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, Francisco afirma que las noticias falsas son contrarias a la “lógica de Dios”, para la cual “la comunicación humana es una modalidad esencial para vivir la comunión”. “Para discernir la verdad es preciso distinguir lo que favorece la comunión y promueve el bien, y lo que, por el contrario, tiende a aislar, dividir y contraponer”.  

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – La primera Fake news la difundió “la serpiente”, que convenció a Eva de comer del fruto diciéndole: “serás como Dios”. Y “la sed de poder, de tener y gozar” que constituye el origen de las difusión de noticias falsas, en contraposición con  la verdad que “en la Biblia tiene el significado de apoyo, solidez, confianza”, fue el tema afrontado por el Papa Francisco en el mensaje por la 52da Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, publicado hoy.

Titulado “«La verdad os hará libres» (Jn 8,32). Fake news y periodismo de paz”, el documento parte de la afirmación de que “en el proyecto de Dios, la comunicación humana es una modalidad esencial para vivir la comunión”, para “expresar y compartir la verdad, el bien, la belleza”. “Pero el hombre, si sigue su propio egoísmo orgulloso, puede también hacer un mal uso de la facultad de comunicar, como muestran, desde el principio, los episodios bíblicos de Caín y Abel, y de la Torre de Babel (cf. Jn 4,1-16; 11,1-9). La alteración de la verdad es el síntoma típico de tal distorsión, tanto en el plano individual como en el colectivo. Por el contrario, en la fidelidad a la lógica de Dios, la comunicación se convierte en lugar para expresar la propia responsabilidad en la búsqueda de la verdad y en la construcción del bien. Hoy, en un contexto de comunicación cada vez más veloz, e inmersos dentro de un sistema digital, asistimos al fenómeno de las noticias falsas, las llamadas «fake news»”.

La difusión de semejantes noticias, sostiene el Papa “tiene como finalidad alcanzar determinados objetivos, influenciar las decisiones políticas u obtener ganancias económicas” y su eficacia se debe, ante todo, “a su naturaleza mimética, es decir, a su capacidad de aparecer como plausibles. En segundo lugar, estas noticias, falsas pero verosímiles, son capciosas, en el sentido de que son hábiles para capturar la atención de los destinatarios poniendo el acento en estereotipos y prejuicios extendidos dentro de un tejido social, y se apoyan en emociones fáciles de suscitar, como el ansia, el desprecio, la rabia y la frustración. Su difusión puede contar con el uso manipulador de las redes sociales y de las lógicas que garantizan su funcionamiento. De este modo, los contenidos, a pesar de carecer de fundamento, obtienen una visibilidad tal que incluso los desmentidos oficiales difícilmente consiguen contener los daños que producen”.

 

Ninguna desinformación es inocua

Frente a semejante realidad, nadie “puede eximirse de la responsabilidad de hacer frente a estas falsedades. No es tarea fácil, porque la desinformación se basa frecuentemente en discursos heterogéneos, intencionadamente evasivos y sutilmente engañosos, y se sirve a veces de mecanismos refinados. Por eso son loables las iniciativas educativas que permiten aprender a leer y valorar el contexto comunicativo”, y también aquellas  “dirigidas a definir nuevos criterios para la verificación de las identidades personales que se esconden detrás de millones de perfiles digitales”.

 “Pero la prevención y la identificación de los mecanismos de la desinformación requieren también un discernimiento atento y profundo. En efecto, se ha de desenmascarar la que se podría definir como la «lógica de la serpiente», capaz de camuflarse en todas partes y morder. Se trata de la estrategia utilizada por la «serpiente astuta» de la que habla el Libro del Génesis”. “La estrategia de este hábil «padre de la mentira» (Jn 8,44) es la mímesis, una insidiosa y peligrosa seducción que se abre camino en el corazón del hombre con argumentaciones falsas y atrayentes”. El relato del pecado original, evidencia el Papa, “revela por tanto un hecho esencial para nuestro razonamiento: ninguna desinformación es inocua; por el contrario, fiarse de lo que es falso produce consecuencias nefastas. Incluso una distorsión de la verdad aparentemente leve puede tener efectos peligrosos. De lo que se trata, de hecho, es de nuestra codicia”.

“Las mismas motivaciones económicas y oportunistas de la desinformación tienen su raíz en la sed de poder, de tener y de gozar que en último término nos hace víctimas de un engaño mucho más trágico que el de sus manifestaciones individuales: el del mal que se mueve de falsedad en falsedad para robarnos la libertad del corazón. He aquí porqué educar en la verdad significa educar para saber discernir, valorar y ponderar los deseos y las inclinaciones que se mueven dentro de nosotros, para no encontrarnos privados del bien «cayendo» en cada tentación”.

Defenderse de la falsedad, como Francisco ha señalado, es “dejarse purificar por la verdad. En la visión cristiana, la verdad no es sólo una realidad conceptual que se refiere al juicio sobre las cosas, definiéndolas como verdaderas o falsas. La verdad no es solamente el sacar a la luz cosas oscuras, «desvelar la realidad», como lleva a pensar el antiguo término griego que la designa, aletheia (de a-lethès, «no escondido»). La verdad tiene que ver con la vida entera. En la Biblia tiene el significado de apoyo, solidez, confianza, como da a entender la raíz ‘aman, de la cual procede también el Amén litúrgico. La verdad es aquello sobre lo que uno se puede apoyar para no caer. En este sentido relacional, el único verdaderamente fiable y digno de confianza, sobre el que se puede contar siempre, es decir, «verdadero», es el Dios vivo. He aquí la afirmación de Jesús: «Yo soy la verdad» (Jn 14,6). El hombre, por lo tanto, descubre y redescubre la verdad cuando la experimenta en sí mismo como fidelidad y fiabilidad de quien lo ama. Sólo esto libera al hombre: «La verdad os hará libres» (Jn 8,32)”.

 

Informar a las personas y formarlas

 

“Liberación de la falsedad y búsqueda de la relación: he aquí los dos ingredientes que no pueden faltar para que nuestras palabras y nuestros gestos sean verdaderos, auténticos, dignos de confianza. Para discernir la verdad es preciso distinguir lo que favorece la comunión y promueve el bien, y lo que, por el contrario, tiende a aislar, dividir y contraponer. La verdad, por tanto, no se alcanza realmente cuando se impone como algo extrínseco e impersonal; en cambio, brota de relaciones libres entre las personas, en la escucha recíproca. Además, nunca se deja de buscar la verdad, porque siempre está al acecho la falsedad, también cuando se dicen cosas verdaderas”.

Partiendo de la afirmación de que “el mejor antídoto contra las falsedades no son las estrategias, sino las personas, personas que, libres de la codicia, están dispuestas a escuchar, y permiten que la verdad emerja a través de la fatiga de un diálogo sincero; personas que, atraídas por el bien, se responsabilizan en el uso del lenguaje. Si el camino para evitar la expansión de la desinformación es la responsabilidad, quien tiene un compromiso especial es el que por su oficio tiene la responsabilidad de informar, es decir: el periodista, custodio de las noticias. Este, en el mundo contemporáneo, no realiza sólo un trabajo, sino una verdadera y propia misión. Tiene la tarea, en el frenesí de las noticias y en el torbellino de  las primicias, de recordar que en el centro de la noticia no está la velocidad en darla y el impacto sobre las cifras de audiencia, sino las personas. Informar es formar, es involucrarse en la vida de las personas. Por eso la verificación de las fuentes y la custodia de la comunicación son verdaderos y propios procesos de desarrollo del bien que generan confianza y abren caminos de comunión y de paz.  Por lo tanto, deseo dirigir un llamamiento a promover un periodismo de paz, sin entender con esta expresión un periodismo «buenista» que niegue la existencia de problemas graves y asuma tonos empalagosos. Me refiero, por el contrario, a un periodismo sin fingimientos, hostil a las falsedades, a eslóganes efectistas y a declaraciones altisonantes; un periodismo hecho por personas para personas, y que se comprende como servicio a todos, especialmente a aquellos – y son la mayoría en el mundo– que no tienen voz; un periodismo que no queme las noticias, sino que se esfuerce en buscar las causas reales de los conflictos, para favorecer la comprensión de sus raíces y su superación a través de la puesta en marcha de procesos virtuosos; un periodismo empeñado en indicar soluciones alternativas a la escalada del clamor y de la violencia verbal”.

 

El mensaje se concluye con una oración dirigida “a la Verdad en persona:

Señor, haznos instrumentos de tu paz./ Haznos reconocer el mal que se insinúa en una comunicación que no crea comunión./  Haznos capaces de quitar el veneno de nuestros juicios./  Ayúdanos a hablar de los otros como de hermanos y hermanas. / Tú eres fiel y digno de confianza; haz que nuestras palabras sean semillas de bien para el mundo:/ donde hay ruido, haz que practiquemos la escucha;/  donde hay confusión, haz que inspiremos armonía; / donde hay ambigüedad, haz que llevemos claridad; / donde hay exclusión, haz que llevemos el compartir;/  donde hay sensacionalismo, haz que usemos la sobriedad; / donde hay superficialidad, haz que planteemos interrogantes verdaderos; / donde hay prejuicio, haz que suscitemos confianza;/ donde hay agresividad, haz que llevemos respeto;/  donde hay falsedad, haz que llevemos verdad”. (FP)

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