Papa: La “peregrinación cotidiana de la familia”, la “misión importante de la cual el mundo y la Iglesia tienen más que necesidad”
Ciudad del Vaticano (AsiaNews)- “El mundo y la Iglesia” tienen “más que necesidad” de “una misión tan importante” como es la de “no perder la confianza en la familia”. Es la conclusión y el mandato que el Papa Francisco ha confiado hoy a todos los presentes en la basílica de S. Pedro, donde ha celebrado la eucaristía en ocasión del Jubileo de las familias. En la basílica llena de padres, niños, abuelos de diversas nacionalidades, el Papa confió a las familias para que sean el lugar de la educación a la peregrinación, a la oración al compartir, al perdón: “Todos son pequeños gestos- dijo- que aún expresan el gran rol formativo que la familia posee”. Varias veces comparó la vida de la familia con “una peregrinación cotidiana” hacia una meta común.
Partiendo del Evangelio de hoy (Lc 2,41-52), festividad de la Sagrada Familia, en el cual se habla de la peregrinación de Jesús, María y José a Jerusalén, Francisco explicó que “Podemos ver a menudo a los peregrinos que acuden a los santuarios y lugares entrañables para la piedad popular. En estos días, muchos han puesto en camino para llegar a la Puerta Santa abierta en todas las catedrales del mundo y también en tantos santuarios. Pero lo más hermoso que hoy pone de relieve la Palabra de Dios es que la peregrinación la hace toda la familia. Papá, mamá y los hijos, van juntos a la casa del Señor para santificar la fiesta con la oración. Es una lección importante que se ofrece también a nuestras familias.
Cuánto bien nos hace pensar que María y José enseñaron a Jesús a decir sus oraciones. Y saber que durante la jornada rezaban juntos; y que el sábado iban juntos a la sinagoga para escuchar las Escrituras de la Ley y los Profetas, y alabar al Señor con todo el pueblo. Y, durante la peregrinación a Jerusalén, ciertamente cantaban con las palabras del Salmo: «¡Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén» (122,1-2).
Qué importante es para nuestras familias a caminar juntos para alcanzar una misma meta. Sabemos que tenemos un itinerario común que recorrer; un camino donde nos encontramos con dificultades, pero también con momentos de alegría y de consuelo. En esta peregrinación de la vida compartimos también el tiempo de oración. ¿Qué puede ser más bello para un padre y una madre que bendecir a sus hijos al comienzo de la jornada y cuando concluye? Hacer en su frente la señal de la cruz como el día del Bautismo. ¿No es esta la oración más sencilla de los padres para con sus hijos? Bendecirlos, es decir, encomendarles al Señor, para que sea él su protección y su apoyo en los distintos momentos del día. Qué importante es para la familia encontrarse también en un breve momento de oración antes de comer juntos, para dar las gracias al Señor por estos dones, y para aprender a compartir lo que hemos recibido con quien más lo necesita. Son pequeños gestos que, sin embargo, expresan el gran papel formativo que la familia desempeña.
Al final de aquella peregrinación, Jesús volvió a Nazaret y vivía sujeto a sus padres (cf. Lc 2,51). Esta imagen tiene también una buena enseñanza para nuestras familias. En efecto, la peregrinación no termina cuando se ha llegado a la meta del santuario, sino cuando se regresa a casa y se reanuda la vida de cada día, poniendo en práctica los frutos espirituales de la experiencia vivida. Sabemos lo que hizo Jesús aquella vez. En lugar de volver a casa con los suyos, se había quedado en el Templo de Jerusalén, causando una gran pena a María y José, que no lo encontraban. Por su «aventura», probablemente también Jesús tuvo que pedir disculpas a sus padres. El Evangelio no lo dice, pero creo que lo podemos suponer. La pregunta de María, además, manifiesta un cierto reproche, mostrando claramente la preocupación y angustia, suya y de José. Al regresar a casa, Jesús se unió estrechamente a ellos, para demostrar todo su afecto y obediencia.
“La peregrinación- agregó- no termina cuando se llegó a la meta del santuario, sino cuando se vuelve a casa y se retoma la vida de cada día, poniendo en acto los frutos espirituales de la experiencia vivida”.
“Que en este Año de la Misericordia, toda familia cristiana sea un lugar privilegiado en el que se experimenta la alegría del perdón. El perdón es la esencia del amor, que sabe comprender el error y poner remedio. En el seno de la familia es donde se nos educa al perdón, porque se tiene la certeza de ser comprendidos y apoyados no obstante los errores que se puedan cometer”.
“No perdamos la confianza en la familia. Es hermoso abrir siempre el corazón unos a otros, sin ocultar nada. Donde hay amor, allí hay también comprensión y perdón. Me encomiendo a vosotras, queridas familias, esta misión tan importante, de la que el mundo y la Iglesia tienen más necesidad que nunca”.
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