Papa: “los mafiosos no tienen esperanza”
Dios está siempre a nuestro lado y no nos abandona nunca, sobre todo en los momentos más delicados y difíciles de nuestra vida. Este es el origen de la esperanza cristiana que comprende “la consolación del perdón”, la conciencia de que al mal no se lo vence con el mal.
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – “Los mafiosos no tienen esperanza” porque “piensan que al mal se lo puede vencer con el mal, y así se vengan y hacen tantas cosas que todos nosotros sabemos. Pero no conocen lo que es la humildad, la misericordia, la mansedumbre”. Es lo que dijo hoy el Papa Francisco en el discurso para la audiencia general del día, en la cual, al continuar hablando acerca de la esperanza, resaltó que Dios está siempre a nuestro lado y que jamás nos abandona, sobre todo en los momentos más delicados y difíciles de nuestra vida. Este es el origen de la esperanza cristiana, que comprende “la consolación del perdón”, la conciencia de que al mal no se lo vence con el mal.
El Papa tomó como punto de partida la Primera Lectura de Pedro, donde se dice “No devolváis mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, responded bendiciendo, porque a esto habéis sido llamados, para tener como herencia la bendición” (1 Pd 3,8-17) afirmando que ésta “¡lleva en sí una carga extraordinaria! Es necesario leerla una, dos, tres veces para entender esta carga extraordinaria: logra infundir gran consolación y paz, haciendo percibir cómo el Señor está siempre junto a nosotros y no nos abandona jamás, sobre todo en los momentos más delicados y difíciles de nuestra vida”. Y el “secreto” de la Carta “está en el hecho de que este escrito hunde sus raíces directamente en la Pascua, en el corazón del misterio que estamos por celebrar, haciéndonos así percibir toda la luz y la alegría que surgen de la muerte y resurrección de Cristo. Cristo ha resucitado verdaderamente, y este es un bonito saludo para darnos en los días de Pascua: “¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo ha resucitado!”, como muchos pueblos hacen. Recordándonos que Cristo ha resucitado, que está vivo entre nosotros, que está vivo y habita en cada uno de nosotros. Es por esto que San Pedro nos invita con fuerza a adorarlo en nuestros corazones (Cfr. v. 16). Allí, el Señor ha establecido su morada en el momento de nuestro Bautismo, y desde allí continúa renovándonos y renovando nuestra vida, llenándonos de su amor y de la plenitud del Espíritu. Es por esto que el Apóstol nos exhorta a dar razones de la esperanza que habita en nosotros (Cfr. v. 15): nuestra esperanza no es un concepto, no es un sentimiento, no es un teléfono celular, no es un montón de riquezas: ¡no! Nuestra esperanza es una Persona, es el Señor Jesús a quien reconocemos vivo y presente en nosotros y en nuestros hermanos, porque Cristo ha resucitado. Los pueblos eslavos se saludan, en lugar de decir “buenos días”, “buenas tardes”, en los días de Pascua, se saludan con esto “¡Cristo ha resucitado!”, “¡Christos voskrese!”, lo dicen entre ellos; y son felices al decirlo. Y este es el “buenos días” y las “buenas tardes” que nos dan: “¡Cristo ha resucitado!”’.
“Entonces comprendemos - agregó - que de esta esperanza no se debe dar tantas razones a nivel teórico, con palabras, sino sobre todo con el testimonio de vida, y esto tanto dentro de la comunidad cristiana, como fuera de ella. Si Cristo está vivo y habita en nosotros, en nuestro corazón, entonces debemos también dejar que se haga visible, no esconderlo, y que actúe en nosotros. Esto significa que el Señor Jesús debe ser, cada vez más, nuestro modelo: modelo de vida y que nosotros debemos aprender a comportarnos como Él se ha comportado. Hacer lo mismo que hacia Jesús. La esperanza que habita en nosotros, por tanto, no puede permanecer escondida dentro de nosotros, en nuestro corazón: si no, sería una esperanza débil, que no tiene la valentía de salir fuera y hacerse ver; por el contrario, nuestra esperanza, como se ve en el Salmo 33 citado por Pedro, debe necesariamente difundirse fuera, tomando la forma exquisita e inconfundible de la dulzura, del respeto, de la benevolencia hacia el prójimo, llegando incluso a perdonar a quien nos hace el mal. Una persona que no tiene esperanza no logra perdonar, no logra dar la consolación del perdón y tener la consolación de perdonar. Sí, porque así ha hecho Jesús, y así continúa haciendo por medio de quienes le hacen lugar en sus corazones y en sus vidas, con la conciencia de que el mal no se vence con el mal, sino con la humildad, la misericordia y la mansedumbre. Los mafiosos piensan que el mal se puede vencer con el mal, y así realizan la venganza y hacen muchas cosas que todos nosotros sabemos. Pero no conocen qué es la humildad, la misericordia y la mansedumbre. ¿Y por qué? Porque los mafiosos no tienen esperanza. ¡Eh! Piensen en esto”.
“Es por esto que San Pedro afirma que «es preferible sufrir haciendo el bien, si esta es la voluntad de Dios, que haciendo el mal» (v. 17): no quiere decir que es bueno sufrir, sino que, cuando sufrimos por el bien, estamos en comunión con el Señor, quien ha aceptado sufrir y ser crucificado por nuestra salvación. Entonces cuando también nosotros, en las situaciones más pequeñas o más grandes de nuestra vida, aceptamos sufrir por el bien, es como si difundiéramos a nuestro alrededor las semillas de la resurrección, las semillas de vida, e hiciéramos resplandecer en la oscuridad la luz de la Pascua. Es por esto que el Apóstol nos exhorta a responder siempre «deseando el bien» (v. 9): la bendición no es una formalidad, no es sólo un signo de cortesía, sino que es un gran don que nosotros, en primer lugar, hemos recibido y que tenemos la posibilidad de compartir con los hermanos. Es el anuncio del amor de Dios, un amor infinito, que no se termina, que no disminuye jamás y que constituye el verdadero fundamento de nuestra esperanza”.
“Queridos amigos – concluyó – también hemos de comprender por qué el Apóstol Pedro nos llama «dichosos», cuando tengamos que sufrir por la justicia (Cfr. v. 13). No es sólo por una razón moral o ascética, sino que es porque cada vez que nosotros nos colocamos a favor de los últimos y de los marginados, o que no respondemos al mal con el mal, sino perdonando, sin venganza, perdonando y bendiciendo, cada vez que hacemos esto, nosotros resplandecemos como signos vivos y luminosos de esperanza, convirtiéndonos así en instrumentos de consolación y de paz, según el corazón de Dios. Por ende, vayamos adelante con la dulzura, la mansedumbre, siendo amables y haciendo el bien incluso a aquellos que no nos quieren, o que nos hacen mal. ¡Adelante!”.
Durante el encuentro, al saludar a los polacos, él recordó que en los primeros días de abril se recuerda a Juan Pablo II (muerto el 2 de abril de 2005, ndr). “Él fue un gran testigo de Cristo –dijo-, celoso defensor del legado de la fe. Dirigió al mundo los dos grandes mensajes de Jesús Misericordioso y de Fátima. El primero, fue recordado durante el Jubileo extraordinario de la Misericordia; el segundo, que se refiere al triunfo del Inmaculado Corazón de María sobre el mal, nos recuerda el centenario de las apariciones en Fátima. Recibamos estos mensajes para que invadan nuestro corazones y abramos las puertas a Cristo”.
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