26/11/2015, 00.00
VATICANO - KENIA
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Papa en Kenia: será “catastrófico” si la conferencia sobre clima no llega a un acuerdo que sea global y "transformador"

Francisco habló en la Oficina de la ONU en Nairobi. Se precisa un acuerdo “basado sobre los principios de solidaridad, justicia, equidad y participación” para la reducción del impacto de los cambios climáticos, la lucha contra la pobreza y el respeto por la dignidad humana. A los sacerdotes y religiosos les pidió seguir a Jesús para servir, y no por ambición o interés.

Nairobi (AsiaNews) – “Sería triste y, osaría decir, hasta catastrófico”, si los “intereses privados” no consentieran a la conferencia sobre clima (COP21) llegar a “concluir un acuerdo global y ‘transformador’, basado sobre los principios de solidaridad, justicia, equidad y participación” para la reducción del impacto de los cambios climáticos, la lucha contra la pobreza y el respeto por la dignidad humana. Objetivos, estos últimos, que la Iglesia católica lleva adelante, y coninuará haciéndolo, también en Africa, gracias a la obra de sacerdotes, religiosos y laicos. 

La conferencia sobre clima que se inaugura el próximo domingo en París y el ser sacerdote en Kenia estuvieron en el centro de las dos citas que el Papa Francisco tuvo esta tarde en Nairobi, donde primero participó de un encuentro con sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas, y luego se dirigió a la Oficina de las Naciones Unidas de Nairobi (UNON), oficina central de la ONU en Africa. Allí, Francisco plantó un árbol como “gesto simbólico y simple, lleno de significado en muchas culturas”.

“Plantar un árbol es, en primera instancia, una invitación a seguir luchando contra fenómenos como la deforestación y la desertificación. Nos recuerda la importancia de tutelar y administrar responsablemente aquellos «pulmones del planeta repletos de biodiversidad [como bien lo podemos apreciar en este continente con] la cuenca fluvial del Congo», lugar esencial «para la totalidad del planeta y para el futuro de la humanidad».  “Plantar un árbol – dijo una vez más-, nos provoca a seguir confiando, esperando y especialmente comprometiendo nuestras manos para revertir todas las situaciones de injusticia y deterioro que hoy padecemos”.

“Dentro de pocos días -prosiguió- comenzará en París un importante encuentro sobre el cambio climático, donde la comunidad internacional como tal, se enfrentará de nuevo a esta problemática. Sería triste y me atrevo a decir, hasta catastrófico, que los intereses particulares prevalezcan sobre el bien común y lleven a manipular la información para proteger sus proyectos”.

“La COP21 es un paso importante en el proceso de desarrollo de un nuevo sistema energético, que dependa al mínimo de los combustibles fósiles, busque la eficiencia energética y se estructure con el uso de energía con bajo o nulo contenido de carbono. Estamos ante el gran compromiso político y económico de replantear y corregir las disfunciones y distorsiones del actual modelo de desarrollo.

El Acuerdo de París puede dar una señal clara en esta dirección, siempre que, como ya tuve ocasión de decir ante la Asamblea General de la ONU, evitemos «toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas» (ibíd.). Por eso, espero que la COP21 lleve a concluir un acuerdo global y «transformador» basado en los principios de solidaridad, justicia, equidad y participación, y orientando a la consecución de tres objetivos, a la vez complejos e interdependientes: el alivio del impacto del cambio climático, la lucha contra la pobreza y el respeto de la dignidad humana”.

A pesar de muchas dificultades, se está afirmando la «tendencia a concebir el planeta como patria y la humanidad como pueblo que habita una casa de todos» (Carta enc. Laudato si’, 164). Ningún país «puede actuar al margen de una responsabilidad común. Si realmente queremos un cambio positivo, tenemos que asumir humildemente nuestra interdependencia» (Discurso a los movimientos populares, 9 julio 2015). El problema surge cuando creemos que interdependencia es sinónimo de imposición o sumisión de unos en función de los intereses de los otros. Del más débil en función del más fuerte. Es necesario un diálogo sincero y abierto, con la cooperación responsable de todos: autoridades políticas, comunidad científica, empresas y sociedad civil. No faltan ejemplos positivos que nos demuestran cómo una verdadera colaboración entre la política, la ciencia y la economía es capaz de lograr importantes resultados.Somos conscientes, sin embargo, de que los «seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse» (Carta enc. Laudato si’, 205). Esta toma de conciencia profunda nos lleva a esperar que, si la humanidad del período post-industrial podría ser recordada como una de las más irresponsables de la historia, «la humanidad de comienzos del siglo XXI [sea] recordada por haber asumido con generosidad sus graves responsabilidades» (ibíd., 165). Para eso es necesario poner la economía y la política al servicio de los pueblos donde «el ser humano, en armonía con la naturaleza, estructura todo el sistema de producción y distribución para que las capacidades y las necesidades de cada uno encuentren un cauce adecuado en el ser social» (Discurso a los movimientos populares, 9 julio 2015). No se trata de una utopía fantástica, por el contrario, una perspectiva realista que pone la persona y su dignidad como punto de partida y hacia donde todo tiene que fluir”.

Se precisan nuevos estilos de vida y un trabajo a nivel cultural 

“El cambio de rumbo que necesitamos no es posible realizarlo sin un compromiso sustancial por la educación y la formación. Nada será posible si las soluciones políticas y técnicas no van acompañadas de un proceso de educación que promueva nuevos estilos de vida. Un nuevo estilo cultural. Esto exige una formación destinada a fomentar en niños y niñas, mujeres y hombres, jóvenes y adultos, la asunción de una cultura del cuidado; cuidado de sí, cuidado del otro, cuidado del ambiente; en lugar de la cultura de la degradación y del descarte. Descarte de sí, del otro, del ambiente. La promoción de la «conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos [nos] permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. [Es] un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración» (Carta enc. Laudato si’, 202), que estamos a tiempo de impulsar”.

“Son muchos los rostros, las historias, las consecuencias evidentes en miles de personas que la cultura del degrado y del descarte ha llevado a sacrificar bajo los ídolos de las ganancias y del consumo. Debemos cuidarnos de un triste signo de la «globalización de la indiferencia, que nos va “acostumbrando” lentamente al sufrimiento de los otros, como si fuera algo normal» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Alimentación 2013, 16 octubre 2013, 2), o peor aún, a resignarnos ante las formas extremas y escandalosas de “descarte” y de exclusión social, como son las nuevas formas de esclavitud, el tráfico de personas, el trabajo forzado, la prostitución, el tráfico de órganos. «Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna» (Carta enc. Laudato si’, 25). Son muchas vidas, son muchas historias, son muchos sueños que naufragan en nuestro presente. No podemos permanecer indiferentes ante esto. No tenemos derecho”.

“En paralelo al descuido del ambiente, desde hace tiempo somos testigos de un rápido proceso de urbanización, que por desgracia conduce con frecuencia a un «crecimiento desmedido y desordenado de muchas ciudades que se han hecho insalubres [e …] ineficientes» (ibíd., 44). Y son también lugares donde se difunden síntomas preocupantes de una trágica rotura de los vínculos de integración y de comunión social, que lleva al «crecimiento de la violencia y [al] surgimiento de nuevas formas de agresividad social, [al] narcotráfico y [al] consumo creciente de drogas entre los más jóvenes, [a] la pérdida de identidad» (ibíd., 46), al desarraigo y al anonimato social (cf. ibíd, 149).

 Quiero expresar mi aliento a cuantos, a nivel local e internacional, trabajan para asegurar que el proceso de urbanización se convierta en un instrumento eficaz para el desarrollo y la integración, a fin de garantizar a todos, y en especial a las personas que viven en barrios marginales, condiciones de vida dignas, garantizando los derechos básicos a la tierra, al techo y al trabajo. Es necesario fomentar iniciativas de planificación urbana y del cuidado de los espacios públicos que vayan en esta dirección y contemplen la participación de la gente del lugar, tratando de contrarrestar las muchas desigualdades y los bolsones de pobreza urbana, no sólo económicos, sino también y sobre todo sociales y ambientales”.

 Dentro de pocos días, esta ciudad de Nairobi, será sede de la 10ª Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio. En 1967, frente a un mundo cada vez más interdependiente, y anticipándose en años a la presente realidad de la globalización, mi predecesor Pablo VI reflexionaba sobre cómo las relaciones comerciales entre los Estados podrían ser un elemento fundamental para el desarrollo de los pueblos o, por el contrario, causa de miseria y de exclusión (cf. Carta enc. Populorum progressio, 56-62). Aun reconociendo lo mucho que se ha trabajado en esta materia, parece que no se ha llegado todavía a un sistema comercial internacional equitativo y totalmente al servicio de la lucha contra la pobreza y la exclusión. Las relaciones comerciales entre los Estados, parte indispensable de las relaciones entre los pueblos, pueden servir tanto para dañar el ambiente como para recuperarlo y asegurarlo para las generaciones futuras. Expreso mi deseo de que las deliberaciones de la próxima Conferencia de Nairobi no sean un simple equilibrio de intereses contrapuestos, sino un verdadero servicio al cuidado de la casa común y al desarrollo integral de las personas, especialmente de los más postergados. En particular, quiero unirme a las preocupaciones tantas realidades comprometidas en la cooperación al desarrollo y en la asistencia sanitaria –entre ellos las congregaciones religiosas que asisten a los más pobres y excluidos–, acerca de los acuerdos sobre la propiedad intelectual y el acceso a las medicinas y cuidados esenciales de la salud. Los Tratados de libre comercio regionales sobre la protección de la propiedad intelectual, en particular en materia farmacéutica y de biotecnología, no sólo no deben limitar las facultades ya otorgadas a los Estados por los acuerdos multilaterales, sino que, al contrario, deberían ser un instrumento para asegurar un mínimo de atención sanitaria y de acceso a los remedios básicos para todos. Las discusiones multilaterales, a su vez, deben dar a los países más pobres el tiempo, la elasticidad y las excepciones necesarias para una adecuación ordenada y no traumática a las normas comerciales. La interdependencia y la integración de las economías no debe suponer el más mínimo detrimento de los sistemas de salud y de protección social existentes; al contrario, deben favorecer su creación y funcionamiento. Algunos temas sanitarios, como la eliminación de la malaria y la tuberculosis, la cura de las llamadas enfermedades «huérfanas» y los sectores de la medicina tropical desatendidos, reclaman una atención política primaria, por encima de cualquier otro interés comercial o político”.

“África ofrece al mundo una belleza y una riqueza natural que nos lleva a alabar al Creador. Este patrimonio africano y de toda la humanidad sufre un constante riesgo de destrucción, causado por egoísmos humanos de todo tipo y por el abuso de situaciones de pobreza y exclusión. En el contexto de las relaciones económicas entre los Estados y los pueblos no se puede dejar de hablar de los tráficos ilegales que crecen en un ambiente de pobreza y que, a su vez alimentan la pobreza y la exclusión. El comercio ilegal de diamantes y piedras preciosas, de metales raros o de alto valor estratégico, de maderas y material biológico, y de productos animales, como el caso del tráfico de marfil y la consecuente matanza de elefantes, alimenta la inestabilidad política, el crimen organizado y el terrorismo. También esta situación es un grito de los hombres y de la tierra que tiene que ser escuchado por la Comunidad Internacional”.

“En el seguimiento de Jesucristo, se entra por la puerta"

Al clero y a los religiosos de Kenia reunidos en la Saint Mary School, Francisco en cambio subrayó la elección de seguir a Jesús, un seguimiento en el cual se entra “por la puerta”, “no por la ventana”. Es una elección que es hecha no por ambición o interés personal, porque “la Iglesia no es una empresa”.

En un discurso en español, sin leer y hablando totalmente improvisando, Francisco dijo, entre otras cosas, que “en el seguimiento de Cristo, ya sea en el sacerdocio o en la vida consagrada, se ¡entra por la puerta! ¡Y la puerta es Cristo! Es Él quien llama, es Él quien comienza, es Él quien hace el trabajo. Hay algunos que quieren entrar por la ventana… Pero esto no sirve. Por favor, si alguno de vuestros compañeros o compañeras entró por la ventana, abrácenlos y explíquenle que es mejor que se vayan y que sirva a Dios en otra parte, porque no llegará jamás a terminar una obra que Jesús no ha iniciado Él mismo a través de la puerta”. Esto, “nos debe llevar a una conciencia de personas elegidas”. Hay algunos “que no saben porque Dios los llama. Pero sienten que Dios los ha llamado”. “Vayan tranquilos, Dios que Dios os hará entender porque los ha llamado”. También, hay “algunos que quieren seguir al Señor por algún interés, por interés”. Y esta “es la tentación de seguir a Jesús por ambición: la ambición del dinero, la ambición del poder”. Una tentación que fue sembrada en el corazón y creció “como una hierba mala”.

“En la vida del seguimiento de Jesús no hay lugar ni para la propia ambición, ni para las riquezas, ni para ser una persona importante en el mundo. A Jesús se lo sigue hasta el último paso de su vida terrena, o sea la Cruz. Luego, Él piensa en resucitarnos, pero hasta ese punto debes llegar tú…Y esto os lo digo seriamente, porque la Iglesia no es una empresa, no es una Ong. La Iglesia es un misterio: es el misterio de la mirada de Jesús sobre cada uno de nosotros que dice: “¡Ven, sígueme!”. Por lo tanto, está claro: quien llama es Jesús, aquellos a quienes Jesús llama ¡deben entrar por la puerta y no por la ventana! Y luego es necesario seguir el camino de Jesús”.

 El Papa luego recomendó pensar en los más pobres, en los “descartados”, “en los más lejanos de la sociedad”. Y una vez más pidió a los sacerdotes ser ministros de una Iglesia que sirve, que no se sirve de los otros justamente como han hecho y continúan haciendo muchos misioneros. Al final, el Papa agradeció a todos los miembros del clero “por cada caricia de ternura” dada a cuántos lo necesitan y porque se dejan “ayudar y corregir y perdonar cada día”.

 

 

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