Papa a los jóvenes: sed constructores de una sociedad más sana y solidaria
“Quien tiene el don de poder estudiar tiene también una responsabilidad de servicio para el bien de la humanidad. El saber es una vía privilegiada para el desarrollo integral de la sociedad”. “A la concepción moderna del intelectual, empeñado en la realización de sí mismo y en la búsqueda de reconocimientos personales, a menudo sin tener en cuenta al prójimo, es necesario contraponer un modelo más solidario, que se esmere por el bien común y por la paz”. Con “oportunidades ocupacionales válidas” en la sociedad, es posible evitar la llamada “fuga de cerebros”.
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – Construir una sociedad “más sana”, afrontar los “desafíos morales” que plantea la globalización, orientarse a la realización de un modo más solidario, a través del enriquecimiento cultural que asimismo permite una inserción más fácil en el mundo del trabajo y evita “la fuga de cerebros”. Son los objetivos que el Papa Francisco propuso a los 150 participantes del IV Congreso mundial de Pastoral para los estudiantes internacionales, organizado por el Consejo Pontificio de la pastoral para los emigrantes y los itinerantes, en torno al tema: “Evangelii Gaudium del Papa Francisco y desafíos morales en el mundo intelectual de los estudiantes internacionales rumbo a una sociedad más sana”.
“Construir una sociedad más sana” es, afirmó el Papa, “el objetivo que siempre ha de tenerse presente”. “Es importante que las nuevas generaciones vayan en esta dirección, que se sientan responsables de la realidad en que viven, y artífices del futuro”. “En nuestro tiempo, los desafíos morales que deben afrontarse son muchos, y no siempre es fácil luchar por la afirmación de la verdad y de valores, sobre todo cuando se es jóvenes”. Pero con la ayuda de Dios, y con la voluntad sincera de hacer el bien, cada obstáculo puede ser superado”.
“A la concepción moderna del intelectual, comprometido en la realización de sí mismo y en la búsqueda de reconocimientos personales, a menudo sin tener en cuenta al prójimo, es necesario contraponer un modelo más solidario, que se esmere por el bien común y por la paz. Sólo así el mundo intelectual se vuelve capaz de construir una sociedad más sana. El que tiene el don de poder estudiar tiene también una responsabilidad de servicio por el bien de la humanidad. El saber es una vía privilegiada para el desarrollo integral de la sociedad; el hecho de ser estudiantes en un país distinto al propio, con otro horizonte cultural, permite aprender nuevas lenguas, nuevos usos y costumbres. Nos permite mirar el mundo con otra perspectiva, y abrirse sin miedo al otro y a quien es distinto. Esto lleva a los estudiantes y a quien los recibe, a volverse más tolerantes y hospitalarios. Aumentando las capacidades para relacionarse, crece la confianza en sí mismos y en los demás, los horizontes se expanden, la visión del futuro se amplía y nace el deseo de construir juntos el bien común. Las escuelas y las universidades son un ámbito privilegiado para la consolidación de conciencias sensibles hacia un desarrollo más solidario, y para llevar adelante un “empeño evangelizador de un modo interdisciplinario e integrado » (cfr Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 134). Por eso, os exhorto a ustedes, docentes y agentes pastorales, a infundir en los jóvenes el amor por el Evangelio, el anhelo de vivirlo concretamente y de anunciarlo a los demás. Es importante que el período transcurrido en el exterior se torne una ocasión de crecimiento humano y cultural para los estudiantes, y que sea para ellos un punto de partida para volver al país de origen a dar una contribución calificada, y también con el impulso interior de transmitir la alegría de la Buena Noticia. Es necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente, y que ofrezca un camino de maduración en valores (cfr ibid., 64).De este modo, de forman jóvenes sedientos de verdad, y no de poder, dispuestos a defender los valores y a vivir la misericordia y la caridad, pilares fundamentales para una sociedad más sana”.
“El enriquecimiento personal y cultural permite a los jóvenes insertarse más fácilmente en el mundo del trabajo, asegurándose un lugar en la comunidad y volviéndose parte integrante de ella. Por su parte, la sociedad está llamada a ofrecer a las nuevas generaciones oportunidades válidas a nivel ocupacional, evitando así la llamada “fuga de cerebros”. Que cada uno elija libremente ir a especializarse y trabajar en el exterior es algo bueno y fecundo; pero en cambio, es doloroso que los jóvenes preparados sean inducidos a abandonar su país porque carecen de posibilidades de inserción adecuadas”.
“El de los estudiantes internacionales es un fenómeno que no es nuevo, y que sin embargo se ha ido intensificando a causa de la globalización, que ha abatido las fronteras espacio-temporales, favoreciendo el encuentro y el intercambio entre las culturas. Pero también aquí, asistimos a implicaciones negativas, como es el surgimiento de cierta cerrazón, mecanismo de defensa frente a la diversidad, muros interiores que no permiten mirar al hermano o a la hermana a los ojos y darse cuenta de sus necesidades reales. Incluso entre los jóvenes –y esto es muy triste- puede insinuarse la «globalización de la indiferencia», que nos vuelve incapaces de sentir una compasión ante el grito de dolor de los demás» (ibid., 54). Así, sucede que estos efectos negativos tienen repercusiones sobre las personas y sobre las comunidades. En cambio, queridos amigos, queremos apostar a que vuestro modo de vivir la globalización podrá producir éxitos positivos y activar grandes potencialidades. En efecto, vosotros, los estudiantes, al pasar un tiempo lejos de vuestro país, en familias y contextos diferentes, podéis desarrollar una notable capacidad de adaptación, aprendiendo a ser custodios de los demás como hermanos, y de lo creado en tanto casa común, y esto es decisivo para volver al mundo más humano. Los caminos de formación pueden acompañarlos y orientarlos en esta dirección, jóvenes estudiantes, y pueden hacerlo con la frescura de la actualidad y la audacia del Evangelio, para formar nuevos evangelizadores dispuestos a contagiar el mundo con la alegría de Cristo, hasta los confines de la tierra. Queridos jóvenes, San Juan Pablo II amaba llamarlos “centinelas de la mañana”. Os aliento a serlo cada día, con la mirada dirigida a Cristo y a la historia. Así lograréis anunciar la salvación de Jesús y llevar luz a un mundo que a menudo está demasiado oscurecido por las tinieblas de la indiferencia, del egoísmo y de la guerra”.
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