P. Cagnasso: hace 30 años, el PIME recibía misioneros locales, para una Iglesia universal
En 1989, el Instituto misionero, fundado en Italia, decidió recibir a miembros de países “donde la población mayoritaria no es cristiana”. La regla fue simple: “Quien entra al PIME es enviado a países distintos del suyo, signo de una Iglesia que se abre a la entrega, y estímulo nuevo para la Iglesia que lo recibe”.
Dinajpur (AsiaNews) – Un aniversario para recordar: hace 30 años, en 1989, el PIME (Instituto Pontificio de Misiones Extranjeras) eligió abrirse y acoger también a misioneros provenientes de países donde la población mayoritaria no es cristiana. Hasta ese momento, la idea que predominaba era permanecer ligados a los “orígenes del instituto, que expresa la misionalidad de la Iglesia italiana”. Quien habla es el Pbro. Franco Cagnasso, un misionero del PIME que vive en Bangladés. Hoy, el rostro de la congregación ha cambiado, para dar espacio a sacerdotes africanos, asiáticos y latinoamericanos. O para decirlo mejor, tal como afirma el sacerdote, para dar lugar a “una riqueza de presencias”. El espíritu que motivó esta apertura, explica, “no fue ‘buscar vocaciones’ para la supervivencia del instituto; sino que quisimos proponer nuestro instituto como instrumento de misión, con una dimensión universal, a las Iglesias que habíamos fundado o en las cuales operábamos desde hace un tiempo”. A continuación, hacemos llegar a nuestros lectores la reflexión del Padre Cagnasso, titulada, justamente, “Aniversario”.
Poco a poco, el pequeño grupo de misioneros del PIME en Bangladés deja de ser identificado como “los misioneros italianos”. Mientras que los italianos han disminuido en número y crecido en edad, han llegado misioneros de otros países: Camerún, Brasil, Colombia, la India –por ahora- mientras esperan obtener la visa de entrada y unirse a nosotros –además de un italiano- un misionero de Guinea Bissau y otro de la India. Luego, cada tanto, aparecen misioneros del PIME bangladesíes que regresan al país por sus vacaciones, provenientes de las misiones donde se encuentran: Camerún, Guinea Bissau, Papúa Nueva Guinea, Filipinas, la dirección general de Instituto en Roma (…por qué, al fin y al cabo ¿no es también esa una misión?).
Durante la asamblea que tuvimos en Dinajpur (la “capital” del PIME en Bangladés) los días 26 y 27 de febrero pasados, miraba a mi alrededor y no ocultaba mi satisfacción. Me vino la idea de celebrar un aniversario, porque esta riqueza de presencias se inició hace casi 30 años, entre septiembre y octubre de 1989, cuando el PIME decidió abrirse y acoger a personas provenientes de países “donde la mayoría de la población no es cristiana”. Hasta ese momento, esto no sucedía por dos motivos: de alguna manera, el PIME se sentía ligado a sus orígenes, siendo un instituto que expresa la misionalidad de la Iglesia italiana, permaneciendo ligado a ella de varias formas. Además, el PIME quería dedicar todas sus energías a la fundación de iglesias locales, preocupándose por formar al clero, con lo cual apuntaba sobre todo a los seminarios diocesanos (fundados por el mismo PIME) y a aquellos que pedían unirse a él.
La asamblea general especial de 1971 reafirmó estos principios, poniendo freno a un pequeño principio de acogida que se había puesto en marcha en los años anteriores. Fue la respuesta a un problema, ya que para los extranjeros se había vuelto prácticamente imposible obtener visas para trabajar en la India, y por ello se preveía la necesidad de dejar parroquias y obras fundadas por nosotros hasta desaparecer gradualmente -como de hecho ya había sucedido en Bengala Occidental y como habría de ocurrir también en Andhra Pradesh, donde creamos muchas comunidades cristianas, parroquias, diócesis, escuelas, hospitales, centros sociales y mucho más. Pero la mayoría consideró que este motivo no era compatible con nuestras características. Entrar al PIME para trabajar luego en el país propio era algo inédito, y habría puesto en crisis varios aspectos de nuestra tradición, incluso espiritual. Fue una decisión difícil y dolorosa, especialmente para aquellos que creían en nosotros, y mucho más para los cohermanos indios (entre ellos, varios de mis amigos personales); pero compartí las motivaciones de ello y las sostuve.
En la asamblea general que se desarrolló 18 años después en Tagaytay (Filipinas), se decide finalmente la apertura –y yo me expresé a favor de ella. ¿Fui un traidor? Yo no lo veo así. Los motivos eran otros, y las modalidades de apertura se elaboraron de modo de garantizar que el PIME siguiera siendo él mismo, abriéndose a realidades distintas maduradas a lo largo del tiempo y de las que nos estábamos volviendo más conscientes.
¿Cuáles? Era claro que la misión no podía identificarse con partir de “regiones cristianas”, en la práctica, Europa y las Américas, para dirigirse a “regiones no cristianas”. Los primeros eran cada vez menos identificables como tales, y los segundos se estaban enriqueciendo con Iglesias que –aún siendo fuertemente minoritarias- eran sin embargo vivaces y fecundas; nos habíamos convencido de que la misión ya no era más un “plus” obligado para aquellos que tienen abundantes “vocaciones” o para los curas que permanecen desocupados; es una dimensión de la Iglesia misma, por más grande o pequeña que sea. Por tanto, el PIME, al acoger a miembros de países “donde la población mayoritaria no es cristiana”, no debía tener miedo de defraudar a aquellas Iglesias, porque esto iba a contribuir a su maduración y crecimiento, además de mostrar una apertura, métodos, mentalidades nuevas, en las tradicionales “misiones”.
Por lo tanto, se estableció que no se trataba de “buscar vocaciones” para la supervivencia del instituto; sino que más bien podíamos proponer nuestro instituto como instrumento de misión, con una dimensión universal, a aquellas Iglesias que habíamos fundado y en las que operábamos desde hace tiempo. La regla, que es muy sencilla, fue establecida en estos términos: quien entra en el PIME es enviado a operar en lugares distintos al suyo, signo de una Iglesia –que aún siendo pequeña y joven- que se abre a la entrega, un estímulo nuevo para la Iglesia que lo recibe.
Por otro lado, la acogida de misioneros de estas Iglesias debía decidirse caso por caso, y manteniendo la armonía con los episcopados locales.
Se dio inicio a esto de inmediato, y por supuesto que esto conllevó mucho esfuerzo y errores; sin embargo, ahora, al mirar a mi alrededor en el aula de nuestra pequeña asamblea, al escuchar lo que se dice, y pensar en donde trabajan mis cohermanos –sean ellos italianos o de “países cuya población mayoritaria no es cristiana”, al comer y rezar juntos… sentí una enorme alegría y satisfacción. Fue la decisión correcta, diría más, fue providencial. Yo, que siendo italiano, entré al PIME mucho antes de que ellos nacieran, estoy muy contento de escuchar, mirar, intercambiar experiencias, ideas y programas con estos misioneros africanos, asiáticos y latinoamericanos. Juntos, expresamos mejor la realidad de una Iglesia universal donde sea que estemos, en nuestro suelo o en el extranjero.
07/01/2020 15:00