Orissa: cristianos e hindúes recuerdan al P. Mariano Zelazek, ‘misionero de la compasión’ (Fotos)
Más de 2.500 fieles en la ceremonia por el centenario de su nacimiento. Estuvo cinco años prisionero en el campo de exterminio de Dachau, donde “se preparó para la futura misión en la India”. El P. Mariano dio la vida por pobres y leprosos, reconociendo en ellos el rostro de Dios.
Puri (AsiaNews) – Miles de cristianos e hindúes se reunieron ayer para recordar el centenario del nacimiento del P. Mariano Zelazek, un misionero verbita polaco, que eligió vivir en Orissa y dar su vida para servir a los pobres, marginados, leprosos, niños y tribales. Mons. John Barwa, arzobispo de Cuttack-Bhubaneswar, resaltó que en 56 años de misión llena de compasión, el P. Zelazek “dejó al mundo un gran mensaje: una sociedad sólo puede progresar cuando se ocupa de cada individuo, sea éste enfermo o sano, rico o pobre, instruido o analfabeto”. Al término de las celebraciones, el arzobispo anunció que se ha puesto en marcha el proceso de canonización.
La conmemoración tuvo lugar en la iglesia de la Inmaculada Concepción de Puri, donde el sacerdote pasó sus últimos años y donde murió, el 20 de abril de 2006, rodeado del afecto de sus amigos pobres y leprosos. La liturgia estuvo oficiada por Mons. Barwa, y contó con la presencia de más de 2500 fieles cristianos e hindúes, además de 45 sacerdotes y 20 religiosas. Varias personalidades políticas y eclesiásticas estuvieron allí presentes, entre las cuales se destacaron el embajador polaco en la India, y el P. Roberto Kisala, vice superior de la Sociedad del Verbo divino.
Al P. Mariano lo apodaban con el simple nombre de “Bapa” [padre, ndr] y era respetado por fieles de todas las religiones y por personas de toda clase. El P. Baptist D’Souza, director ejecutivo del Karunalaya Leprosy Care Centre de Puri, fundado por el misionero, afirma: “Con sus esfuerzos y su trabajo, el amado Bapa sigue inspirándonos a todos. Él vive en el corazón de todos los que amó. Su legado continúa”.
El misionero nació el 30 de enero de 1918 en Paledzie, cerca de la ciudad de Poznan. Mariano era el séptimo hijo –de 16, tres de ellos muertos precozmente y dos adoptados- de Stanislaw y Stanislawa. En medio de la crisis económica que afectaba a toda Europa, en 1926, los padres se vieron obligados a vender las propiedades situadas en el pueblo y a mudarse a otra ciudad. A pesar de las dificultades, criaron a los hijos inculcándoles la vivencia de la fe en Dios y del amor a la Iglesia. En 1932, ingresa al Liceo de la Sociedad del Verbo Divino en Gorna Grupa. El 8 de septiembre de 1937 entra al seminario de los verbitas en Chludowo, cerca de Poznan, cuyo maestro, el P. Ludwik Mzyk fue beatificado por Juan Pablo II, en Varsovia, en junio de 1999.
Al estallar la Segunda Guerra mundial, Polonia es invadida por los alemanes, que no ven con buenos ojos la existencia de casas religiosas. A Mariano y a los demás estudiantes se los obliga a optar: dejar el noviciado o enrolarse. Frente a su negativa, el 20 de mayo de 1940 algunos camiones de la Gestapo (la policía secreta nazi) se llevan a 26 seminaristas “obstinados” y los trasladan al campo de concentración de Dachau [uno de los que se destinaba a llevar a término la “solución final” de Hitler contra judíos, opositores, liberales, enfermos, discapacitados, gitanos, hombres de fe –ndr]. El P. Mariano permanece allí cinco años, antes de ser liberado por soldados americanos, en 1945. De sus compañeros, sólo 12 se salvan; los otros 14, todos ellos de entre 20 y 22 años de edad, mueren en el primer año y medio, a causa de las inhumanas condiciones de vida.
Para el sacerdote, esos años de tremendos sufrimientos fueron como un tiempo de aprendizaje para su futura vida misionera en la India. A partir del abismo de la privación humana de Dachau, el padre Mariano se formó como hombre de Dios, y como padre para los pacientes leprosos y pobres. La experiencia en los campos de trabajo forzado, las humillaciones a las que era sometido junto a sus compañeros, todo ello no logró destruir su indómito espíritu de esperanza. Mientras más observaba la cruel destrucción de la vida que imperaba en Dachau, más crecía en él la determinación de vivir y ayudar a los demás. De la experiencia del campo de exterminio, el P. Zelazek salió con la convicción de que iba a seguir viviendo, y con el espíritu del apóstol, de ayudar a vivir con dignidad a aquellos que luchan y sufren.
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