Obispo de Vasai: los 500 años de la Reforma, para fortalecer los vínculos con los luteranos
“Debemos agradecer al Papa Francisco, que ha inaugurado una nueva etapa en las relaciones ecuménicas”. Entender el contexto en que se dio la Reforma. Aún no existe “una solución en común”, pero fue abierto un camino hacia la “unidad plena”. No celebramos la Reforma protestante, sino que redescubrimos que la Iglesia siempre ha de reformarse.
Bombay (AsiaNews) – “En cuanto hijos de la era ecuménica, en la Iglesia debemos aferrar la ocasión de los 500 años de la Reforma protestante emprendida por Martín Lutero como una oportunidad para nosotros, y servirnos de ella para generar vínculos ecuménicos más estrechos con los luteranos y los demás [protestantes]”. Es lo que dice a AsiaNews Mons. Félix Machado, arzobispo de Vasai y presidente de la Oficina para el ecumenismo y el diálogo inter-religioso de la Federación de las Conferencias episcopales asiáticas (FABC). Sobre la estela del viaje “eclesial” del Papa Francisco a Suecia, en ocasión de la conmemoración de los 500 años de la Reforma, el arzobispo subraya la importancia de un diálogo auténtico, que tiene interés por la verdad”.
Ante las polémicas que han acompañado el viaje de Francisco entre los luteranos, durante el cual fue firmada una importante declaración común, Mons. Machado considera que lo más importante no es fomentar la división, sino “escuchar y reconocer la verdad del otro, admitir la propia debilidad y de un modo valiente y paciente, afirmar la verdad en la caridad”. A continuación, transcribimos el mensaje del obispo.
El año que viene, se cumplirán los 500 años de la Reforma protestante (1517-2017). Martin Lutero, nacido el 10 de noviembre de 1483, dio inicio a la Reforma. ¿Qué tenemos que ver los católicos con este evento? ¿Podemos dejarlo pasar, como si no tuviéramos nada que decir o hacer al respecto? Lo que ocurrió en el siglo XVI, ¿fue sólo el resultado de un drama personal de una vida individual, la de Martín Lutero? ¿Qué fue lo que lo condujo a esta “explosión luterana”? ¿Por qué Lutero, finalmente en paz, declaró que “sólo la justificación de la fe en Jesucristo puede salvarnos, mientras que nuestras obras no son otra cosa que nuestros pecados? Desde ese momento Lutero construyó la “Verdad de la fe cristiana”, por entero, sobre el sólo principio de la Palabra de Dios. Volviéndose un reformador, Martín Lutero guió un inmenso movimiento religioso, y así, su ansia personal causó enormes sacudidas a todo el mundo cristiano.
Quiero presentar a los lectores lo que yo mismo he aprendido de los cardenales Yves Marie Congar – mi profesor, a quien recuerdo con alegría- y Walter Kasper –mi amigo y colaborador en el Vaticano.
Puede resultar interesante preguntarnos en qué periodo histórico nació Martín Lutero. Lamentablemente era un tiempo en el cual la Iglesia estaba siendo atravesada por grandes males, y el peor de todos era que la religiosidad se estaba volviendo mediocre y superficial. Se necesitaba de una reforma que partiera de la cúpula y llegara hasta el último miembro de la Iglesia. El cisma de Occidente (1378-1417) había dañado al papado profundamente, y en simultáneo había tres papas, y uno excomulgaba al otro. Había una gran confusión en el mundo teológico, sobre todo en lo referido a la doctrina de la gracia. En el siglo XV se dio el inicio de una “nueva era”, con el descubrimiento del nuevo mundo por parte de Vasco de Gama y Colón. Lutero nació a caballo de las dos eras: la medieval y la moderna. Por cierto que fue un hombre de su época, no de la nuestra. Era un tiempo de crecimiento y decadencia. Antes de la reforma de Lutero también hubo un intento de reformar la Iglesia católica. Siendo estudiante, Martín Lutero conoció una “nueva religiosidad” (devotio moderna), que, en Alemania, tuvo como protagonista a Giovanni Taulero (1361). Ya había habido un interés en relación a la Biblia, incluso antes de que Lutero emprendiese su trabajo con la Reforma protestante. Debe destacarse que Lutero no ingresó en una orden religiosa caída en desgracia, sino que había entrado en la orden reformada de los eremitas agustinianos de Erfurt. Él creció bajo la influencia de Bernardo de Claraval. Por lo tanto, el joven Lutero fue un católico ardiente, colmado por el deseo de reforma. También se vio influenciado por Erasmo de Rotterdam (1536), que había difundido las ideas del Humanismo cristiano y que no se ahorraba las críticas contra los cristianos santurrones, los monjes hipócritas y los papas corruptos.
Hoy, siendo hijos de la era ecuménica de la Iglesia, debemos considerar y aferrar la ocasión de los 500 años de la Reforma protestante emprendida por Martín Lutero como una oportunidad para nosotros, y servirnos de ella para crear vínculos ecuménicos más estrechos con los luteranos y los demás [protestantes]. Lutero mismo no era una persona ecuménica, en el sentido que hoy le damos al ecumenismo, y tampoco lo eran los adversarios de su época. Ambos estaban inclinados a las polémicas y a las controversias. Desde el momento en que Martín Lutero notó que los papas y obispos se negaban a efectuar la reforma – y él estaba convencido de la necesidad absoluta de llevarla a cabo- él decide llevarla adelante, teniendo plena confianza en que la verdad evangélica se habría de imponer por sí sola, y dejó las puertas abiertas para una posible reforma. A todo esto debe agregarse el hecho de que, en aquel tiempo, por la parte católica, no existía ni una sola estructura eclesiástica armónica (existían sólo aproximaciones o una suerte de doctrina sobre la jerarquía) para afrontar el desafío de aquél que fue llamado a reformar.
El movimiento ecuménico de hoy ha abierto un poco más las puertas. Ahora las controversias y las polémicas han sido sustituidas por el diálogo cordial y amigable. Obviamente, diálogo no significa arrojar al niño en el agua sucia. Un diálogo auténtico tiene interés por la verdad, es un intercambio de dones. Por lo tanto, lo más importante es escuchar y reconocer la verdad del otro, admitir la propia debilidad, y de una manera valiente y paciente, afirmar la verdad en la caridad.
Habiendo pasado 50 años, el Concilio Vaticano II aún no ha sido “recibido” (su aceptación todavía no es completa). Debemos agradecer al Papa Francisco, que ha inaugurado una nueva etapa en las relaciones ecuménicas. Él subraya “la eclesiología del pueblo de Dios en viaje (peregrinación)”; explica el significado de la fe de la Iglesia para el pueblo de Dios; explora las estructuras sinodales de la Iglesia para proseguir el viaje; corre riesgos y busca nuevos abordajes para colaborar con los demás, no obstante sabe bien que el objetivo de la unidad real aún parece estar lejos. El Papa Francisco no se imagina la unidad de la Iglesia como cercos concéntricos en torno al “Centro de Roma”, sino como una realidad sin facetas; no como una enigma para ser resuelto desde el exterior, sino como un todo que refleja la luz de Cristo. Una vez más, el Papa Francisco retomó el concepto de “diversidad reconciliada” (cfr. O. Cullman). En Evangelii Gaudium (2013) el Santo Padre nos invita a la conversión, no como cristianos en singular y a título individual, sino a una conversión del episcopado junto al primado. Es aquí que encontramos la contribución de Martín Lutero, que empuja a retomar nuestro diálogo, vale decir, su llamado al Evangelio de gracia y misericordia y la invitación a la conversión y a la renovación. No solamente no hemos terminado aún de “acoger” el Concilio Vaticano II, sino que tampoco hemos logrado el fin de la “historia de la acogida” de la Reforma protestante (de los luteranos y de las otras Iglesias protestantes).
A diferencia de Zwingly, Martín Lutero permaneció absolutamente fiel a la comprensión real de la Eucaristía, comprensión que no puede ser bloqueada de manera rígida en una religión de pura interioridad. Lutero abrió también la cuestión de la sucesión histórica del episcopado. Por lo tanto, si queremos comprender a Martín Lutero, no debemos hacer referencia sólo a las polémicas y a las disputas, sino que debemos mirar también la otra cara. Debemos y podemos retomar la cuestión-fundamental por el bien del ecumenismo-de la comprensión de la relación entre la Iglesia, el clero y la Eucaristía (Cfr. Catholic Conference of Bishops of Usa and Lhuteran Church in Usa: Declaration on the Way. The Church, Ministry and Eucharist, 2015).
Los varios escritos de Martín Lutero indican una tendencia mística suya. Debemos tomar en serio esos escritos. Martín Lutero se destaca por sus escritos místicos, no sólo de joven, sino siendo ya un reformador decidido. Esto puede abrirnos al diálogo que enriquece a ambos. De hecho, la unidad y la reconciliación no provienen de la mente, sino del corazón, de la devoción personal practicada en la vida cotidiana y en el encuentro con las personas más allá de los propios confines. Necesitamos de un ecumenismo cordial y acogedor, en lugar de frío y rígido; debemos estar dispuestos a aprender del otro. Sólo de este modo la Iglesia católica podrá realizar de modo concreto y pleno su “catolicidad”. No tenemos todavía una solución común, pero fue abierto un camino hacia la unidad plena.
La contribución más importante de Martín Lutero al diálogo ecuménico está en su original orientación para el Evangelio de gracia, la misericordia de Dios y el llamado a la conversión. El mensaje de misericordia de Dios fue la respuesta a su búsqueda personal, a sus problemas y exigencias. La verdad es que sólo la misericordia de Dios puede curar las profundas heridas que las divisiones han causado al cuerpo de Cristo y a la Iglesia. La misericordia puede transformar y renovar nuestros corazones y así podremos estar bien dispuestos a la conversión. A través de la gracia de Dios podemos crecer y perdonar recíprocamente las injusticias del pasado. Así seremos útiles al camino rumbo a la unidad en “la diversidad reconciliada” (Cfr. Papa Francisco, conclusión de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, 25 de enero de 2016).
No debemos perder de vista la visión escatológica. A Martín Lutero le es atribuida la frase: “Aún si supiera que el mundo mañana terminará, yo plantaré un brote de manzana en mi jardín”. Aquel que planta un ´pequeño árbol, cultiva mucha esperanza; nosotros también tenemos necesidad de mucha paciencia. Debemos ir a los orígenes y a las raíces (“Ad fontes et ad radices”). Hoy necesitamos de un ecumenismo espiritual en la lectura común de las Escrituras y en la oración común. No podemos “producir” el ecumenismo de nosotros mismos. No podemos organizar el ecumenismo o pretender imponerlo nosotros mismos. El ecumenismo es don de Dios en el Espíritu Santo. El espíritu de Dios inició el trabajo de unidad. Él lo llevará a su cumplimiento, no la unidad que nosotros queremos, sino la que Dios quiere. El pequeño brote debe crecer mucho. Esto significa que debemos consentir la unidad de una gran reconciliación múltiple y dar al mundo de hoy un testimonio común de Dios y de su misericordia.
Hoy la unidad de los cristianos está más cerca de lo que estaba 500 años atrás. ¡No debemos pensar en nosotros como si estuviésemos en 1517! Ese fue el momento desafortunado de la separación. Afortunadamente, hoy estamos en el camino de la unidad. Continuemos el viaje con coraje y paciencia. El año 2017 es una oportunidad tanto para los protestantes como para los católicos. Debemos aprovechar este momento de gracia de Dios. Debemos dar al mundo un testimonio común. Hagámoslo con la gracia y la misericordia de Dios.
Entre los católicos de Asia, al igual que en otras partes del mundo, existe la tendencia a pensar que Lutero fue un problema y que la Reforma protestante fue algo malvado. El hecho de que la Iglesia se dividió es una historia triste. Pero necesitamos comprender las circunstancias y la historia. No hay ningún intento de legitimar la reforma, pero al mismo tiempo no se pueden negar las cosas positivas que surgieron de ella.
Esta es la razón por la cual, no obstante la tristeza de la división, debemos reconocer lo bueno que surgió. Ahora debemos trabajar por la reconciliación y la unidad de la Iglesia. Los esfuerzos del diálogo entre luteranos y católicos están trayendo frutos. El documento sobre la Justificación es una prueba de ello.
En Asia no hemos sentido el impacto de semejante reforma, porque muchas Iglesias llegaron a los países asiáticos muy recientemente (después de la Reforma protestante) y, por lo tanto, aquí el problema no fue tan advertido como en Europa. No hay un gran entusiasmo por la celebración de los 500 años de la Reforma protestante. Al mismo tiempo, no se debe pensar, equivocadamente, que queremos “celebrar” la Reforma protestante. Por el contrario, en cuanto católicos, queremos aprovechar la oportunidad de promover la unidad de las Iglesias. Mucho de lo que se pedía en la Reforma sucedió y está sucediendo. Por eso, ahora las Iglesias no deben complacerse en lo que sucedió hace 500 años. Esforcémonos en vivir el misterio de la Iglesia como “Ecclesia Semper riformanda est”. (La única Iglesia de Cristo vive siempre en la reforma).
*arzobispo de Vasai
(Colaboró en esta nota Nirmala Carvalho)
23/12/2015