09/06/2022, 12.22
SIRIA
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Monseñor Nassar: los jóvenes, la Iglesia y las familias, víctimas de la guerra siria

La familia, que antes era una "tabla de salvación", hoy está "destrozada" y su identidad, "perdida". Los jóvenes se sienten “atormentados”, divididos entre el campo de batalla y la falta de perspectivas económicas o de trabajo. La Iglesia está llamada a "cuestionarse" sobre el futuro y cómo continuar la misión.

Damasco (AsiaNews) - Las familias, los jóvenes y la Iglesia están entre las "víctimas" que más han "sufrido" en estos 11 años de guerra. Hoy recogen "los amargos frutos" de las "violentas tormentas" que han alterado "la tranquilidad" de la sociedad siria. Es lo que escribe mons. Samir Nassar, el arzobispo maronita de Damasco, en una reflexión enviada a AsiaNews. En ella se dirige a los fieles, y los invita a "remar contra la corriente" para reanimar a una nación asolada por la guerra y las sanciones, que han exacerbado las "bombas" del hambre y la pobreza. El prelado habla de "cambios" que evocan el crepúsculo y de "mutaciones estructurales" que plantean crecientes interrogantes sobre las tradiciones pastorales. Por eso es necesario un nuevo método de "testimonio cristiano" para animar las perspectivas de una comunidad cada vez más debilitada.

Las palabras del arzobispo de Damasco recuerdan en toda su gravedad la situación que atraviesan el país y la Iglesia, que corren el riesgo de verse desbordados por un marco de crecientes tensiones y conflictos regionales e internacionales. Un estudio de Unicef habla de más de 6,5 millones de niños en Siria y otros 2,8 millones en el extranjero que dependen de la ayuda económica y el apoyo para sobrevivir. A esto se suman los repetidos ataques del ejército turco, que corren el riesgo de desencadenar una nueva espiral de violencia.

La primera víctima de la guerra y las sanciones es la familia, el elemento básico de la sociedad siria. Durante mucho tiempo fue la "tabla de salvación" del país, pero ahora está "destrozada" y “ha perdido su identidad". La familia, relata el prelado, se encuentra hoy "dispersa, privada de recursos, sin techo, abrumada por el dolor, devastada por la enfermedad". En el pasado, los ancianos eran los líderes y guías, mientras que hoy "están cada vez más aislados y no encuentran ningún tipo de ayuda". "Obligada a remar a contracorriente durante estos años de violencia, ¿podrá esta familia rota y frágil", "seguir en pie?”,  se pregunta el prelado.

Por otro lado tenemos la situación de los jóvenes, que luchan en medio de enormes "tormentos". "En el pasado, los jóvenes eran la fuerza de nuestra sociedad”, subraya monseñor Nassar. “Ahora se dividen entre los frentes de guerra en el campo de batalla y la evasión, masiva y prolongada, del servicio militar, en un marco de movilización general". El prelado habla de un "enorme número de jóvenes" que "abandonan el país, dejando un inmenso vacío". Su ausencia se hace sentir en las actividades económicas: falta mano de obra y se debilita la ya frágil economía local". Por eso, continúa, es necesario trabajar para "asegurar la supervivencia" de una nación "privada de su fuerza de trabajo".

Por último, tras más de una década de conflictos y violencia yihadista, de luchas internas y de ataques desde el exterior, tanto económicos como militares, otra víctima es la Iglesia.  Mons. Nassar dice que ella está llamada a "interrogarse" sobre su futuro y los pasos a dar para continuar su misión. "En los últimos ocho meses no hubo bautismos ni matrimonios", admite. “El colapso de los sacramentos es una tendencia que se mantiene desde hace al menos cinco años. Y la falta de jóvenes tiene graves repercusiones en la vida parroquial". Los servicios y actividades dominicales, la catequesis, las primeras comuniones y las iniciativas comunitarias "han disminuido considerablemente" y "también contribuyen al éxodo de los sacerdotes", que han visto su papel "reducido al mínimo" y se sienten "profundamente desanimados". Por eso, concluye el prelado, es necesario encontrar nuevos caminos para la misión y relanzar el valor y la presencia cristiana en una nación "amada y atormentada", como ha dicho tantas veces el Papa Francisco.

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