Misionero en Japón: 'Las migraciones son un desafío y una gran oportunidad’
El país trata de ser “homogéneo”, pero esto ya no es posible. Falta una política clara para absorber a migrantes y refugiados. La tarea de la Iglesia, en favor de los migrantes.
Tokio (AsiaNews) – Hoy en día, una sociedad “homogénea” ya no es posible, en ningún país del mundo lo es: es “el desafío” y la “gran oportunidad” de la sociedad japonesa. Es lo que cuenta el Pbro. Ignacio Martínez, responsable del Departamento de asuntos sociales de la Conferencia Episcopal Japonesa. En el país del Sol Naciente, no existe una política clara en lo que concierne a la absorción de los migrantes o refugiados. Para contrarrestar la reducción de la fuerza de trabajo debido a la crisis demográfica, el gobierno otorga visas de capacitación o aprendizaje, o, en realidad, consigue mano de obra a bajo costo, proveniente de países asiáticos más pobres, como Vietnam y Filipinas.
Se trata de trabajadores que van a permanecer pocos años en el país, que no “cambian el modo de vivir de la sociedad”. Igualmente rígido es el sistema de evaluación que se aplica sobre las solicitudes de asilo: se puede solicitar la misma sólo una vez que se ha llegado al país. Para algunas nacionalidades –como la afgana, que no tienen acceso a visa de turista japonesa- esto es casi imposible. Quien completa la solicitud, tiene ante sí una espera de varios años y una probable respuesta negativa: Japón sólo considera exclusivamente los riesgos “individuales”, y no aquellos referidos a situaciones de conflicto o a persecuciones de minorías.
Actualmente, las autoridades han reconocido el estatus de refugiado a menos de 100 personas. En 2017, se presentaron más de 19.000 solicitudes de asilo. Debe remarcarse que el sistema de asilo resulta gravoso a causa de las estrictas reglas que rigen para los migrantes económicos. Al concluirse la visa temporaria de trabajo, son miles los que presentan la solicitud de asilo para prolongar su permanencia en el país.
En este contexto, la “pequeña” Iglesia católica trata de ayudar a los migrantes “en la vida de todos los días”. “Sin embargo, el problema no es su vida cotidiana, sino recibir una visa adecuada para vivir en Japón, ya sea como migrante o como refugiado”.
El Comité para migrantes de la Iglesia Católica japonesa lleva adelante cuatro grupos de trabajo: para sostener a las víctimas de la trata; para los trabajadores del rubro naval; para “construir puentes” entre las diversas liturgias que existen en Japón; para quien llega a fin de trabajar con la visa temporaria de “aprendiz”. Es importante sostener a las víctimas de la trata de seres humanos: “Hay muchas mujeres –cuenta el misionero- japonesas, pero sobre todo, filipinas, vietnamitas y tailandesas, que son forzadas a ejercer la prostitución en Japón. Llegan aquí como ‘aprendices’, y trabajan en negocios y fábricas durante el día”.
Tal como sucede con muchos compatriotas hombres, las muchachas son atraídas con el espejismo de un trabajo que supuestamente les permitirá ganar mucho dinero. “Pero esa no es la verdad. El empleador tiene lazos con los clubes de prostitución, y a veces les quitan el pasaporte, para que no puedan huir”. La Iglesia japonesa, junto a las congregaciones religiosas ligadas al grupo internacional contra la trata Talitha Kum, brinda un refugio a estas muchachas.
“Y hay un problema más en lo que respecta a los ‘extranjeros’ que vienen a Japón”, continúa el padre Martínez. “Durante la Segunda Guerra mundial, muchas personas provenientes de Corea, China y Taiwán fueron obligadas a venir a Japón para trabajar en la industria bélica. Cuando la guerra se terminó, ellos se quedaron en el país, pero como extranjeros”. Incluso sus descendientes, nacidos y criados en Japón, siguen siendo considerados tales, y poseen un permiso de residencia especial. “Si bien hablan en perfecto japonés, son extranjeros. Si tus padres son extranjeros, siempre serás extranjero”.
“La cultura japonesa –concluye- es muy homogénea. Tratan de ser homogéneos, pero ya es imposible, y esto vale para cualquier país del mundo. Aquí, en Japón, la situación debe cambiar, es necesario aceptar que la sociedad japonesa necesita de los extranjeros para sobrevivir. Este es el gran desafío para la sociedad de Japón, y [al mismo tiempo] es una oportunidad. Y también en una gran ocasión, para la Iglesia, de difundir el modo ‘católico’ de pensar la internacionalización de la sociedad”.
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