Mahmoud, Roula y Zozan, historias de refugiados: de la guerra, a una nueva vida
En el Día mundial del Refugiado, AsiaNews brinda algunos testimonios aportados por el Jesuit Refugee Service. Para miles de refugiados, los centros de los jesuitas representan la salvación contra el hambre y el analfabetismo. Las dos caras de los refugiados: esperanza y desesperación, felicidad mezclada con bronca, por los sufrimientos provocados por el conflicto sirio.
Beirut (AsiaNews) – Hay quien ha sufrido tanto, que ya ha dejado de esperar un futuro mejor para sí, y piensa solamente en el de sus hijos; y en cambio, hay quien ha dado a su vida un nuevo sentido, y está dispuesto a ir a Marte para saciar su deseo de felicidad. Son algunas de las historias de los refugiados sirios que son asistidos por el Jesuit Refugee Service en el Líbano y en Irak, con ocasión del Día Mundial del Refugiado, que se celebra hoy.
Para muchísimos que han escapado de las guerras, del hambre y la destrucción, los centros de los jesuitas en Oriente Medio y en África se han convertido en su segunda casa. El motivo lo explica Zozan Hassan Khalil (v. foto 2), una joven vivaz de 25 años: vivace 25enne: “Jamás fui tratada de una manera distinta, por ser siria o refugiada. Fue como si siempre hubiese pertenecido aquí. Ahora tengo muchos nuevos amigos, de distintas religiones, nacionalidades y etnias”.
La muchacha es una de las cientos de personas que son asistidas entre los refugiados de Anakawa, un barrio de Erbil (Irak). Ella proviene de Hassaké, una localidad ubicada en el noreste de Siria, y antes de la guerra estudiaba Ingeniería. En febrero de 2013 abandona todo y emprende un largo viaje junto a su familia, que la lleva primero a Dohuk, en el Kurdistán iraquí, y luego, a Erbil. Ella está orgullosa de sus orígenes y recuerda con nostalgia los años de su juventud en Siria, “cuando todavía no había tanta muerte”.
Para su familia, integrarse a un nuevo país, lidiar con una nueva cultura y con un nuevo ambiente, no ha sido una tarea fácil. Ahora su hermana mayor está casada y vive en la localidad de Ozal. Zozan, en cambio, apenas supo que el Jesuit Refugee Service ofrecía a los refugiados algunos cursos de idioma e informática, inmediatamente solicitó su inscripción. Ahora, ella asiste a clases de inglés y kurdo, y a cursos de computación. Su sueño es aprender idiomas y viajar por todo el mundo. Con la ayuda de los jesuitas, está preparando su currículum vitae para trabajar como asistente en una empresa. Pero su deseo más profundo, afirma sonriente, es “volver a Siria, y enseñar a otras personas menos afortunadas lo que yo he aprendido del JRS. ¡Estoy dispuesta a ir a nuevos lugares, y estoy segura de que mis esperanzas van a volverse realidad!”.
Por el contrario, Mahmoud di Al-Raqqa está lleno de desesperación. Los horrores de la guerra han hecho que aparente más edad de la que realmente tiene: 67 años. Respira con dificultad, perdió a vista en un ojo y no ve bien del otro. Cuando recuerda el episodio que lo condujo a la ceguera, su rostro se llena de furia. “Los disparos de mortero explotaban por todas partes –cuenta- y nosotros huíamos de un lugar a otro. En un momento me tropecé y tuve una caída desastrosa. Algo me perforó el ojo izquierdo. Fui trasladado de inmediato al centro médico más cercano, pero como los militantes del Estado islámico controlaban la ciudad y era viernes (día sagrado para el islam) no había ningún médico disponible para atenderme”. Ahora, él vive bajo una tienda en el Líbano, en el campamento de Bar Elias, junto a su familia. “Me siento perdido –cuenta- sin poder ver, sin trabajo. ¿Qué puedo hacer de mi vida? El único consuelo es la hospitalidad del Jesuit Refugee Service. Los voluntarios me visitan a menudo, y me dan mucho aliento”.
Roula Zahra es una adolescente de 14 años. Ella viene de Homs, y dejó Siria en el 2011, poco después de que estalló la guerra, junto a su madre –que había quedado viuda- y sus cinco hermanos y hermanas. Hoy vive en un pequeño apartamento en el área de Bourj Hammoud, en la capital libanesa. La muchacha adora estudiar y está inscripta en una escuela pública; por la tarde, asiste a clases en el centro del JRS “Frans Van Der Lugt”. Cuando crezca, quiere ser científica. Ella desea “hacer de todo en la vida”. “Todo”, esa parece ser su misión. Pero cuando se le pregunta si quisiera ser astronauta, y tal vez viajar a Marte o a la Luna, ella responde con un destello en su mirada: ¡Quizás sí!”
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