Los católicos de Rusia y Ucrania
En la mezcla de desconfianza y hostilidad que mantuvo congeladas durante mucho tiempo las relaciones entre católicos y ortodoxos en Rusia, la acusación de proselitismo se fue "neutralizando" progresivamente. Sin embargo, se mantuvo otra acusación, mucho más incisiva e históricamente fundamentada en sus diversas interpretaciones: la del uniatismo en Ucrania. La historia de una Iglesia que desde 1596 es reacia a rendir pleitesía a la "tercera Roma" moscovita.
Una de las primeras señales de que la política rusa estaba virando hacia una forma bastante agresiva de nacionalismo fue la expulsión de varios misioneros católicos de Rusia en 2002. Ciertamente este hecho no llamó demasiado la atención, ya que es algo bastante común en la historia de las obras misioneras que se establecen en países de cualquier parte del mundo, donde no siempre están bien dispuestos hacia la Iglesia católica. En la práctica, dos años después de la toma de posesión del presidente Vladimir Putin, eso marcaba una clara postura en defensa de la ortodoxia como "religión de Estado" que, por otra parte, ya había sido elevada por encima de todas las demás confesiones por la ley de libertad religiosa que se reformó en 1997, a propuesta de los comunistas e inspirada por el patriarcado de Moscú.
El prólogo de esa ley proclamaba que la religión histórica de Rusia era precisamente la ortodoxia y reconocía como "secundarias tradicionales" otras cuatro religiones: el islam, el judaísmo, el budismo y... el cristianismo, refiriéndose obviamente a los católicos y los protestantes, que están presentes en Rusia desde hace siglos pero tan distintos de la ortodoxa como cualquier otra religión. No era un lapsus y de hecho esa expresión nunca fue corregida. La ortodoxia rusa es, en efecto, una dimensión espiritual distinta, en la que los dogmas cristianos se mezclan con residuos paganos mucho más que en otras ramas del cristianismo y, sobre todo, se reformulan en ideales nacionales universalistas que describen a Rusia como un "pueblo salvífico" para toda la humanidad.
En definitiva, era una muestra no tanto y no sólo de los desencuentros entre las Iglesias de Oriente y Occidente, sino de una aplicación directa a la política y a la construcción de la nueva Rusia (post-soviética, pero también post-yeltsiniana). Era la construcción de un marco de valores y principios de referencia basado en la distinción y el rechazo de lo que se denomina “Occidente”, entendido en su conjunto como un espacio dominado por el espíritu degradado de los enemigos de la verdadera fe, del Anticristo que profetizan en diversas formas las escrituras bíblicas y las sagas medievales.
La reacción anticatólica fue provocada, entonces, por el resurgimiento de esta ideología posreligiosa, lo que implica una interpretación enteramente política del "renacimiento religioso" del poscomunismo, que había pasado de ser una búsqueda espontánea de Dios a convertirse en un renacimiento de la Iglesia de Estado. Las acusaciones contra los misioneros y las estructuras católicas en Rusia correspondían a la versión "eclesiástica" de la respuesta a la invasión del enemigo, el "proselitismo" católico en territorio canónico ortodoxo. Es evidente que esta acusación era solo un pretexto, ya que los católicos son una ínfima minoría dentro de la población rusa, unos pocos cientos de miles de personas entre 145 millones, de los cuales un porcentaje mínúsculo asistía a la Iglesia. Tampoco se podía afirmar que los católicos hubieran robado fieles a los ortodoxos, dado que los pocos centenares de católicos rusos que no eran de origen polaco, lituano o alemán, eran previamente, en su mayoría, personas no bautizadas o que en todo caso no acudían a las iglesias del patriarcado de Moscú.
Desde 1990, año de la apertura de la nunciatura apostólica en Moscú, y los nombramientos episcopales de 1991, no se había producido en Rusia ni un solo caso de verdadero conflicto entre católicos y ortodoxos por disputas sobre los fieles o los lugares de culto - que fueron recuperados con gran dificultad y hasta el día de hoy muchos de ellos todavía no han sido devueltos. Las relaciones personales entre sacerdotes y fieles de ambas partes eran más que cordiales y en muchos casos decididamente fraternas. La expulsión de los misioneros se produjo con un pretexto burocrático: las cuatro administraciones apostólicas católicas (Moscú, Saratov, Novosibirsk e Irkutsk) fueron elevadas por la Santa Sede al rango de diócesis, una decisión casi automática cuando ha transcurrido cierto tiempo, y esta (imprudente) decisión fue considerada como una "declaración de guerra" por los ortodoxos y los nacionalistas.
Durante más de diez años, hasta el encuentro entre el Papa Francisco y el Patriarca Kirill en 2016, las relaciones entre católicos y ortodoxos rusos permanecieron congeladas en una mezcla de desconfianza y hostilidad, y los católicos en el territorio de Rusia se vieron obligados a limitar al máximo sus actividades. La acusación de proselitismo fue gradualmente "neutralizada", gracias también a una comisión presidida por el patriarcado que impuso a los católicos la obligación de pedir permiso para cualquier nueva iniciativa. Pero quedaba otra acusación, mucho más incisiva e históricamente fundamentada en sus diversas interpretaciones: la del uniatismo en Ucrania.
La Iglesia greco-católica en Ucrania no tiene ramificaciones directas en Rusia, salvo pequeñas comunidades dispersas aquí y allá en el territorio europeo y siberiano, pero "uniatismo" y "proselitismo" estaban asociados en una única estrategia de "invasión católica" en el espacio del Patriarcado de Moscú. La Unión de Brest se firmó en 1596, como respuesta de los ortodoxos rusos del reino de Polonia a la proclamación del patriarcado de Moscú que había tenido lugar siete años antes, optando por reincorporarse a la "primera Roma" papal en vez de rendir pleitesía a la "tercera Roma" moscovita. Desde entonces, la disputa en estas tierras ha tenido momentos de estancamiento y periodos dramáticos, como en 1946, cuando Stalin decidió suprimir arbitrariamente la Iglesia greco-católica imponiendo su fusión con el patriarcado de Moscú en el pseudo-Sínodo de Lviv, que organizó el entonces secretario del partido en Ucrania, Nikita Khruščev, con el aval del "patriarca de Stalin" Alexei I de Moscú.
Los uniatos fueron duramente perseguidos durante todo el período soviético y no esperaron que cayera el imperio para volver a ser protagonistas: ya en 1990 salieron a la luz, recuperando las iglesias robadas casi cincuenta años antes y expulsando incluso por la fuerza a los sacerdotes "moscovitas", muchos de los cuales, por otra parte, se declararon del lado de los greco-católicos. La Santa Sede no pudo evitar reconocer a sus fieles de rito oriental en Ucrania, a los que el Santo Papa Juan Pablo II defendió contra las acusaciones y hostilidades dentro de la misma Iglesia Católica. En 1991 el nuncio en la Unión Soviética publicó los nombramientos de obispos uniatos en tres diócesis, que se convirtieron en muchas más en los años siguientes hasta cubrir el territorio de toda la Ucrania independiente. Hay aproximadamente 3 millones de uniatos, la mayoría de los cuales viven en las zonas occidentales del país pero tienen iglesias y monasterios en todas las regiones.
Si bien con el tiempo el patriarcado de Moscú ha superado casi totalmente la cuestión del "proselitismo", nunca ha bajado la guardia contra el uniatismo: cuando se produjo el levantamiento antirruso de Maidan, en 2014, los círculos patriarcales señalaron a los uniatos como los verdaderos inspiradores de los disturbios, atribuyéndoles incluso la paternidad espiritual de los grupos más beligerantes de la extrema derecha ucraniana, los "neonazis" que Putin ha señalado como los enemigos del "mundo ruso" y contra los cuales era necesario lanzar una "operación militar especial" defensiva, para liberar a rusos y ucranianos de la influencia occidental. Es importante señalar que en realidad muchos sacerdotes y obispos greco-católicos provienen de la diáspora ucraniana en todo el mundo o han pasado largos períodos en otros países, como el mismo arzobispo mayor Svyatoslav (Ševčuk), que conoció al Papa Bergoglio en Argentina y que los uniatos llaman explícitamente "nuestro patriarca". Su antecesor, el cardenal Ljubomyr Husar, había regresado a Ucrania después de pasar largos años de exilio en Roma, donde vivió junto con muchos compatriotas en el monasterio de Grottaferrata y en la iglesia ucraniana de Santa Sofía en via Boccea, la catedral ucraniana en el exterior que construyó el cardenal Iosif Slipyj, quien llegó a Roma tras 18 años en los campos de concentración de Siberia.
Hoy el cuerpo de Husar descansa en la nueva Catedral de la Resurrección de Cristo, en la margen izquierda del Dnipro, el río del Bautismo de Rus' en el 988. En esta moderna iglesia bizantina, consagrada en 2011, reside el arzobispo-patriarca Svyatoslav, quien acoge a cientos de personas en la cripta para protegerlas de los bombardeos de Moscú. En una dramática conexión de video con sus hermanos del Pontificio Instituto Oriental de Roma, el pasado 29 de marzo él declaró que es "un milagro" que la capital siga en pie y no haya sido ocupada por los tanques rusos. Svyatoslav contó que "la invasión había sido bien planificada, encontramos a nuestros feligreses, miembros del coro y dirigentes de grupos juveniles en las listas de objetivos a eliminar, donde también estaban todos los líderes de nuestra Iglesia y de las ortodoxas". Los combates más violentos tuvieron lugar precisamente en los alrededores de la catedral greco-católica, donde los rusos creyeron que podían cruzar el río y conquistar la histórica catedral ortodoxa de Santa Sofía, en lo alto de la margen derecha.
“Fueron momentos apocalípticos, en los que pensábamos que el mundo se estaba derrumbando, y teníamos que organizarnos lo mejor posible”, dice el arzobispo. “Lo más importante era mantenernos en contacto con los obispos y los sacerdotes para poder cuidar a nuestra gente". Los mensajes diarios de cinco minutos de Svyatoslav se han convertido para todos en la única fuente de información, junto con las directivas para las acciones que se deben llevar a cabo, y comienzan con la frase "¡Soy yo, Kiev está vivo!", como él mismo contó entre lágrimas: “Con ustedes puedo llorar, a la gente tengo que darle palabras de esperanza”. Es así como "la fuerza moral del pueblo ucraniano se ha convertido en un milagro que sorprende al mundo, y la vida de la capital está renaciendo, aunque solo quede un millón de personas, un tercio de la población".
Las cifras del martirio de Ucrania son impresionantes, como lo atestiguan a diario todos los medios de información, y Svyatoslav señala que "todos los sacerdotes han permanecido en sus parroquias", incluso en las ciudades fantasmas de Mariupol, Černihiv y Kharkiv, arrasadas por las bombas y misiles chechenos. "1300 misiles en un mes, iglesias y edificios históricos destruidos". Derriban dos iglesias por día, sabiendo que la gente se refugia en las criptas, y la mayoría son iglesias del Patriarcado de Moscú en Ucrania.
El arzobispo también cuenta que hay una gran solidaridad entre las Iglesias greco-católica, autocéfala y moscovita. Los representantes de todas las comunidades se mantienen costantemente en contacto entre sí, sobre todo para proteger a Santa Sofía, la catedral-símbolo del cristianismo en Kiev. Allí se conserva un mosaico de la Virgen orante que ampara al pueblo, que se mantuvo milagrosamente intacto incluso durante la invasión de los tártaros-mongoles en 1240. En Kiev también ha permanecido heroicamente el nuncio apostólico, Mons. Visvaldas Kulbokas, lituano, el único embajador que no se trasladó a la más segura ciudad de Lviv, porque “soy pastor, antes que diplomático”. Y Svyatoslav confirma: “somos pastores, no monaguillos del poder”.
El arzobispo agradece al papa Francisco, que se comunicó inmediatamente con él cuando comenzaron las hostilidades y le hace sentir su cercanía con las frecuentes llamadas del cardenal Parolin. Dio gracias por "el acontecimiento extraordinario de la consagración al Inmaculado Corazón de María, porque estamos viviendo un choque apocalíptico entre el bien y el mal y necesitamos un milagro de la Virgen, de Aquella que aplastó la cabeza del viejo dragón. Necesitamos la fuerza sobrenatural de la Inmaculada, a la que católicos, ortodoxos y mucha gente común sentimos entre nosotros".
La historia de los católicos en Rusia y Ucrania vuelve a empezar a partir de la fe y la comunión en el sufrimiento, y es la verdadera esperanza para estas tierras. Es el nuevo Bautismo de Kiev, que regenera a la humanidad necesitada de redescubrir la paz y el amor entre los cristianos, entre los pueblos, entre los hombres.
17/12/2016 13:14
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