10/12/2022, 14.07
MUNDO RUSO
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Las muchas almas de la diáspora rusa

de Stefano Caprio

Entre emigrados de vieja data y fugitivos recientes, la diáspora rusa presenta un panorama variado y muy poco unitario, aunque rico en figuras destacadas de la cultura, la política y la economía. Por otra parte la división es un clásico no solo de la política rusa en el exterior sino también de su religiosidad y sus estructuras eclesiales, tal como lo ha demostrado la guerra ruso-ucraniana.

 

La diáspora rusa en el exterior se caracteriza desde la época de los zares y del imperio soviético por no haber sido nunca capaz de expresar una postura unificada ni de compactarse, como ocurre con la mayoría de los pueblos emigrados incluso los ucranianos. Hay varias agrupaciones que los representan y, en estos tiempos de exclusión de la Rusia militante de Putin de todos los foros internacionales, estas intentan de diversas maneras representar los intereses de los "verdaderos rusos", los que rechazan la guerra y desean vivir en diálogo con todos. Y sin duda eso no es una novedad en la historia rusa.

Tras la tan elogiada presentación de "Boris Godunov" en La Scala de Milán, resulta oportuno recordar a los tres "falsos Dmitry" de principios del siglo XVII, los autoproclamados herederos del trono que afirmaban ser el hijo del zar que había escapado del asesinato atribuido a Boris y arrastraron a media Europa a la conquista de Moscú. Todos tuvieron un mal fin: el más famoso traidor, Grisha Otrepev, después de haberse instalado durante dos semanas en el Kremlin con una esposa polaca y una corte de jesuitas, fue disparado con un cañón en dirección al odiado Occidente.

En el siglo XVIII los rusos recorrían Europa con entusiasmo realizando la gran gira por las ciudades más importantes y atractivas, y contaban cada uno a su manera las impresiones que les habían producido París, Londres, Amsterdam, Viena, Roma y Nápoles. La capital del reino borbónico del sur formaba entonces parte del "top" continental y dividía a los viajeros más ilustres, como Denis Fonvizin, que la despreciaba por su excesiva suciedad, y Nikolaj Karamzin, que la consideraba el lugar de la verdadera síntesis cultural de Europa. Sin embargo, todos los "escritores viajeros" de Rusia adoraban las ruinas de Pompeya -que quedaron retratadas en obras famosas de pintores rusos- a las que consideraban el signo del Apocalipsis en la historia. Signo con el cual a Rusia le encantaba identificarse.

En el siglo siguiente Rusia estuvo dividida por el gran debate entre eslavófilos y occidentalistas, que a menudo se desarrollaba en el extranjero para escapar de la censura de la Okhrana, la policía política de los zares -madre de la KGB soviética y abuela de la FSB de Putin-. Gogol y Dostoievski escribieron sus novelas más intensas y "rusas", desde Almas muertas hasta Los Demonios y El Idiota, entre las aguas termales de Baden-Baden y el Palacio Pitti de Florencia o Trinità dei Monti en Roma. Los revolucionarios, desde Herzen hasta Lenin, inspiraron y dirigieron acciones subversivas desde Suiza y París, dividiéndose en congresos y encendidas asambleas entre mencheviques, las mayorías perdedoras, y bolcheviques, las minorías que se impusieron.

Tampoco en la época soviética fue posible reunir una comunidad cohesionada en el exterior entre disidentes "laicos" y "religiosos", nacionalistas y liberales, poetas independientes como el premio Nobel Iosif Brodsky y el héroe de la lírica en las calles Andrej Sinjavskij, el otro premio Nobel eslavófilo Aleksandr Solzhenitsyn y el político occidentalista Vladimir Bukovsky. Cuando se derrumbó el régimen comunista ningún partido, ni dentro ni fuera del país, fue capaz de expresar una idea común sobre la nueva Rusia que había que construir, y esta fue dejada en manos de los oligarcas y los siloviki, los "hombres de fuerza" liderados por Putin, que siempre afirmaron inspirarse precisamente en los disidentes "patrióticos" como el filósofo Ivan Il'in o el mismo Solzhenitsyn.

E incluso hoy, entre emigrados de vieja data y fugitivos recientes, la diáspora rusa presenta un panorama variado y muy poco unitario, aunque rico en figuras destacadas de la cultura, la política y la economía. Por un lado está el Secretariado de los Rusos Europeos que reúne a muchos partidarios de la lucha anticorrupción de Aleksej Navalny, desde el campeón de ajedrez Garri Kasparov hasta el actor y humorista Aleksandr Gudkov, y al mismo tiempo los miembros de la Fundación Rusia Libre. Luego están los separatistas anti-Putin de la Liga de Naciones Libres, que piden el reconocimiento de la autonomía de las diversas nacionalidades que componen la Federación Rusa. Estos se reúnen a menudo en distintas localidades, tratando siempre de no ofender a ninguna de las muchas etnias que supuestamente representan. Intervienen también diversos exdiputados de la Duma y de los consejos regionales rusos, que estuvieron recientemente reunidos en Polonia para el I Congreso de Diputados del Pueblo, la mayoría de ellos centrados en la posibilidad de un cambio de régimen en Moscú.

Uno de los diputados en el exterior más activos es Ilja Ponomarev, de 47 años, ex diputado de la Duma por el grupo "Rusia Justa" durante dos mandatos, entre 2007 y 2014, que emigró a los EE. UU. después de la anexión de Crimea y ahora es muy activo en Estados Unidos y Europa. En diversas entrevistas y conferencias repite que no quiere criticar a ninguna de las otras realidades organizadas de sus compatriotas en el exterior, "cada rayo de luz nos sirve para iluminar la oscuridad de la Rusia actual", pero sin embargo distingue entre aquellos que pretenden intervenir en la política de Rusia y los que defienden los intereses de los rusos en el exterior, y los considera dos objetivos radicalmente diferentes y separados. Ilja también subraya la considerable distancia que existe entre aquellos que pretenden derrocar a Putin y sustituirlo por políticos más dignos, y los "regionalistas" como la Liga de las Naciones, que trabajan por la desintegración del imperio y la formación de sociedades euroasiáticas separadas de Rusia.

El debate es sin duda interesante y continuará durante mucho tiempo, independientemente del resultado de la guerra y las incertidumbres sobre el futuro político del putinismo. Por otra parte, la división en fracciones paralelas o incluso enfrentadas es un clásico no solo de la política rusa en el exterior (internamente suelen ganar las dictaduras y los totalitarismos), sino también de su religiosidad y de las estructuras eclesiales, tal como ha puesto en evidencia la guerra ruso-ucraniana de manera sensacional ante los ojos del mundo entero. La Iglesia patriarcal e imperial de Moscú ha generado en el extranjero (y en realidad  incluso en su propio país) una serie muy variada de jurisdicciones en el pasado lejano y reciente, a tal punto que no solo ha mareado a comentaristas y expertos de todo el mundo sino incluso a sus propios fieles.

En Ucrania las variantes de la Iglesia Ortodoxa vinculadas a Moscú, Kiev, Constantinopla y Roma se desmembran y recomponen sin cesar, a menudo enfrentadas unas contra otras como ocurre en estos días en que el gobierno de Zelenskyj intenta por todos los medios limpiar la martirizada Ucrania de "colaboracionistas" religiosos vinculados al patriarcado de Moscú. Un sacerdote pro-moscovita fue incluso sentenciado a 12 años de cárcel por revelar la ubicación de las tropas ucranianas a los rusos. La dificultad también se debe a que la Iglesia "patriarcal UPZ" (Ukrainskaja Pravoslavnaja Zerkov) ha tomado formalmente distancia de Moscú desde hace ya varios meses y es imposible saber qué sacerdotes, obispos o representantes varios son fieles a una u otra de las dos caras de la rusicidad.

Pero por otra parte esta división deriva de la naturaleza misma del patriarcado de Moscú, creado en 1589 para "salvar al mundo entero" gracias a la fortaleza en la fe verdadera de la Tercera Roma moscovita frente a las desviaciones y debilidades de todas las demás Iglesias, tanto ortodoxas como heterodoxas. De hecho esto supuso una ruptura con las tradiciones apostólicas, que reservaban el título de patriarcado a la "pentarquía" de las Iglesias originarias de Oriente y Occidente (Roma y Constantinopla, la "primera y segunda Roma", junto con Jerusalén, Antioquía y Alejandría de Egipto). La reacción de los rusos de Polonia, los futuros ucranianos, fue la Unión con la primera Roma, que se decidió pocos años después, en 1596 en Brest-Litovsk, en la frontera de los dos reinos. Esta antigua división eclesiástica marca el comienzo del enfrentamiento abierto entre las dos almas de Rusia, que prosigue con la guerra de hoy incluso en el campo religioso, y el comienzo mismo de la historia de Ucrania.

La diáspora ortodoxa que siguió a la revolución bolchevique se fragmentó en ramas separadas. La Iglesia Ortodoxa Rusa en el Extranjero "Zarubezhnaja", la más abiertamente zarista, fue fundada en 1921 en Sremski Karlovcy, Serbia, (de ahí que también se la llamara "karlovčani") y luego se estableció en Estados Unidos con sede en Jordanville, una “metrópoli en el extranjero” para los rusos que desde los años 60 habían proclamado santo al último zar, Nicolás II. En cambio otra parte de los emigrados ortodoxos rusos había quedado suspendida entre Moscú y la escisión en el exterior, y depositó su confianza en el patriarca de Constantinopla, formando el Exarcado ruso-griego en Europa occidental. Este fue suprimido por Bartolomé I en 2018 para liberarse de todo vínculo con los rusos, posteriormente se reunificó con el patriarca Kirill y hoy se encuentra en una situación difícil porque está formado por rusos europeos occidentales, decididamente contrarios a la guerra bendecida por el patriarca. Muchas iglesias en el extranjero siguieron dependiendo directamente de Moscú incluso durante el período soviético, y estas también se posicionan hoy de forma impredecible, según las orientaciones de los sacerdotes o los fieles.

Durante años ha brillado en el panorama de la ortodoxia rusa la Iglesia en Inglaterra, encabezada por el metropolitano de Surozh, Antonij, conocido en inglés como Anthony Bloom, un gran maestro de espiritualidad capaz de fusionar la tradición ruso-bizantina con la cultura religiosa de Occidente. Después de su muerte en 2003 el patriarca Kirill envió a Londres a su fiel colaborador, el joven metropolitano Ilarion (Alfeev) que había sido alumno de Bloom, quien en pocos meses destruyó toda su obra e impuso la variante rusa "patriótica". El verano pasado Ilarion fue exiliado por Kirill en Budapest, por "falta de patriotismo".

En definitiva, con los rusos no hay peligro de aburrirse ni de dormir tranquilos en medio de las interminables discusiones y la incesante lluvia de bombas sobre los objetivos materiales de Ucrania y los virtuales de Occidente, alimentadas por la masiva propaganda ideológica en el exterior o empañada por las contradicciones de la diáspora en el exilio, o incluso simplemente de vacaciones en el trabajo o por placer. Rusia es un espejo de otros mundos y otras culturas, de Iglesias e ideologías políticas, refleja de forma retorcida y paradójica lo que corre por la sangre de europeos y estadounidenses, católicos y anglicanos, hombres y mujeres en busca de su futuro, en la diáspora permanente de la humanidad a lo largo de la historia, tras la expulsión de Adán y Eva del Jardín del Edén- al que todos sueñan con volver. 

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