12/10/2024, 17.04
MUNDO RUSO
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La producción rusa como respuesta a Occidente

de Stefano Caprio

Los economistas rusos insisten en la prioridad del "localismo": una estrategia de marketing común a todos los soberanismos, pero que en Rusia funciona de forma muy limitada, considerando que es un país no precisamente aventajado en términos de capacidad de producción agrícola e industrial. Y que - desde la gastronomía hasta muchos aspectos de la realidad social - a lo largo de su historia siempre ha adquirido elementos extranjeros.

 

El punto de inflexión epocal que comenzó con la invasión de Ucrania ha obligado a Rusia a revisar diversos aspectos de su propia organización social, comenzando por las dificultades de la economía de guerra y la ruptura de las relaciones comerciales con Occidente, así como las graves carencias demográficas y de mano de obra debido a que ha tenido que sacrificar a las generaciones más jóvenes en el frente y sufrir la huída de muchísimas personas al exterior para escapar de la tragedia de la guerra. Más allá de las cuestiones presupuestarias y financieras de las principales áreas económicas, existe una problemática aún más amplia y difícil de definir relacionada con la producción rusa de los artículos más propios de la vida de la población.

Desde hace años, mucho antes de la "operación militar especial", se habla de Runet, la variante rusa de Internet que nunca consigue consolidarse del todo, y que,  dados los aspectos informáticos del conflicto, resulta una necesidad cada vez más específica y apremiante. Se intenta imponer servicios patrióticos en el lugar de YouTube, una Ruwiki que reemplaza a Wikipedia y en función de la cual se ha cerrado incluso la Gran Enciclopedia Rusa, que carece de fondos para ser publicada, y hay cientos de otros proyectos que deberían convertirse en la "respuesta rusa a Occidente”. La identidad nacional ciertamente depende de muchos factores, comenzando por las necesidades básicas como los alimentos y los servicios de vivienda (son cada vez más frecuentes las colas frente a los ascensores de los edificios de veinte pisos o más, para los que faltan repuestos), pero en la sociedad actual parecen ser aún más importantes las plataformas y aplicaciones del mundo virtual, como los videojuegos que llenan la mayor parte del tiempo de los jóvenes, y también de los adultos.

No es casualidad que uno de los compromisos más fuertes de los organismos estatales rusos en las últimas semanas haya sido el apoyo y la difusión a través de todos los medios del juego patriótico de ordenador Smuta, "La Rebelión", que todos los propagandistas elogian como "nuestra respuesta a "The Witcher", la serie de televisión polaco-estadounidense cuyos protagonistas son personas civilizadas que deben convivir con monstruos que los amenazan, y por eso crean guerreros mutantes, los Witcher (los brujos), en una especie de transposición fantástica de la realidad de la guerra, en la que los rusos representan a los monstruos que hay que derrotar. Para describir la guerra actual también se usan mucho las comparaciones con los relatos de Tolkien, con Putin-Sauron que lanza a los orcos de Mordor contra la Tierra Media y la Comarca-Ucrania de los hombres, elfos y enanos, mientras que la Smuta rusa evoca los levantamientos populares rusos que expulsaron a los invasores polacos a principios del siglo XVII.

Mucho más que industria y tecnología, los rusos buscan simbolismos eficaces con los cuales identificarse, como ahora ocurre en todas las sociedades contemporáneas, que dependen más de las proyecciones virtuales que de los elementos de la vida real. Comprar un automóvil en Rusia se ha convertido cada vez más en un lujo para unos pocos, los autos de fabricación rusa son caros y de mala calidad, como mucho se pueden conseguir coches chinos, pero hacen falta los mundos que aparecen en las pantallas de los hogares y de los teléfonos para sentirse realmente en la propia tierra. Hubo un tiempo en que Rusia se enorgullecía de la superioridad de su literatura, de su lengua dominante en un universo de pueblos diversos, de la arquitectura de San Petersburgo que une Oriente y Occidente y tantas otras cosas que hoy han pasado a segundo plano y corren el riesgo de perder sentido frente a un "mundo ruso" cada vez menos real.

Incluso en la vida cotidiana los rusos afirman su devoción patriótica comprando "nuestros" productos en vez de los productos extranjeros cada vez más difíciles de encontrar, y en las encuestas oficiales se subraya la importancia de un "consumo patriótico" que recuerda la época soviética, cuando la única bebida occidental permitida era la Pepsi-Cola y la amistad entre los pueblos se ponía de manifiesto con los plátanos de Cuba. Esta tendencia no se limita a los artículos en venta, sino que se extiende sobre todo a la cultura en su acepción contemporánea, como las producciones cinematográficas, las series de televisión, la música y, obviamente, los videojuegos. Ya no es el momento de Tolstoi y Tchaikovsky, sino de los himnos patrióticos de Shaman y las fantasías digitales.

Es la segunda "revolución cultural" en los últimos treinta años. Después de haber renunciado a la "edad de oro soviética", los rusos tienen que prescindir ahora de toda la producción y la cultura occidentales que ha “invadido” Rusia desde los años '90, creando nuevos hábitos y sentimientos contradictorios. Las generaciones más maduras y mayores vuelven a la nostalgia de las películas de los años de Brézhnev y a los brindis con sovetskoe shampanskoe, el champán saturado de gas que se acompaña con vodka patriótico, y miran con recelo las "sustituciones" rusas recientes de productos y servicios, porque "ya se ha perdido el arte de otros tiempos".

Los economistas rusos insisten en la prioridad del "localismo": otro tema muy común a los soberanismos de todo el mundo, que quieren elogiar la "producción local", una estrategia de marketing que en Rusia funciona en forma muy limitada, considerando que es un país no precisamente aventajado en las capacidades de producción agrícola e industrial. El problema de Rusia se remonta a tiempos más antiguos, cuando incluso en los productos más difundidas de la gastronomía y de muchos otros aspectos de la vida social siempre ha tomado elementos de afuera. La "ensalada rusa" es una versión propia de una receta francesa, que de hecho en Rusia se llama Olivier; la sopa de repollo y carne, el borsch, proviene del mundo polaco-ucraniano, y el mismo vodka fue introducido por Pedro el Grande desde la región báltica como una bebida menos pesada que los destilados rusos que fabricaban los campesinos (el samogon); en efecto, el vodka fue llamado "aguita" de voda, un líquido transparente de "sólo" 40 grados en comparación con los 60-80 de los habituales superalcohólicos rusos con sabor a miel o limón. Incluso el vino tinto dulce de la liturgia eucarística rusa, el kagor, es una derivación del Cahors francés.

Rusia está acostumbrada a vivir de productos extranjeras: vino francés, automóviles alemanes, electrónica japonesa; sólo las armas deberían ser predominantemente rusas, pero ahora incluso estas son en gran medida iraníes o norcoreanas. Hoy se vuelve a importar vino georgiano y coñac armenio, aunque como ahora Armenia es muy poco "amistosa" con Moscú, a menudo sus partidas de brandy Ararat son muy poco genuinas, lo que aumentan las tensiones con Ereván. El hecho es que uno de los factores más significativos del globalismo posterior al siglo XX es precisamente el libre mercado internacional, mientras que el nuevo mundo ruso "multipolar" se encuentra en el dilema de una autarquía imposible frente a la intercambiabilidad de los sistemas de vida y las culturas populares.

En el mundo económico, social y cultural ya no existen las "grandes potencias" que imponen sus propios modelos y su propia producción, y las ambiciones de Rusia se ven cada vez más frustradas por una realidad global que no admite la exclusividad de las características locales. El libre comercio internacional funciona si se admite a todos en pie de igualdad y con los mismos derechos, una dimensión a la que hoy los rusos renuncian por principio, colocándose en una situación crítica que no pueden remediar ni los decretos presidenciales ni las histéricas medidas legislativas de la Duma de Moscú, que intenta por todos los medios afirmar unos "valores tradicionales rusos" que nunca han existido en la historia, ni a nivel teórico ni en su concreción práctica, sino que siempre fueron importados y repropuestos a todos los niveles.

Desde la antigua Rus' todo ha venido de fuera, de Occidente y de Oriente, como el propio cristianismo bizantino revisado por los rusos en modalidades muy expresivas, como en la novedad del patriarcado "nacional" (antes del de Moscú no había patriarcados étnicos), o en la intensidad del monaquismo de los startsy, que propusieron una espiritualidad a la vez oriental y occidental. La estructura estatal de un inmenso imperio administrado por unos pocos autócratas es sin duda el principal legado de la dominación asiática de los tártaros-mongoles. Hoy todo esto se recicla en las PlayStations fabricadas en Rusia, la última oportunidad para lograr la tan ansiada victoria de Rusia en el mundo entero.

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