La pasión de los rusos por Estados Unidos
En Moscú, es muy común que la gente pregunte “¿estás con Biden o con Trump?”. No tanto por razones ideológicas o geopolíticas, sino por una misteriosa fascinación por las cosas que tienen en común y al mismo tiempo por la repulsión que sienten por el gran enemigo, al que en muchos sentidos perciben como el Gran Hermano.
Uno de los temas que más apasiona a los rusos en estos días, más allá de los acontecimientos bélicos o los vaivenes de la economía, son las elecciones en Estados Unidos. También atraen, aunque de otra manera, las de Francia y Gran Bretaña, o las negociaciones para conformar la nueva Comisión Europea; pero en realidad estas son cuestiones de las que se ocupa la propaganda y la "guerra híbrida" de las instituciones, interesadas en inclinar en todas las latitudes el equilibrio político a favor de los intereses de Rusia. En cambio es muy común que la gente pregunte "¿estás con Biden o con Trump?". No tanto por razones ideológicas o geopolíticas, sino por una misteriosa fascinación por lo que tienen en común y al mismo tiempo por la repulsión que sienten por el gran enemigo, al que en muchos sentidos perciben como el Gran Hermano.
Rusia ha elegido contraponerse al Occidente dominado por los anglosaksy, término que define el bando de los adversarios aunque en varios sentidos constituye un espejo del "mundo ruso", que en sus vaivenes entre Oriente y Occidente es incapaz de separar su destino del de Estados Unidos. En efecto, Asia y China, y la misma Europa, no pueden representar una verdadera alternativa, considerando que el territorio ruso se extiende sobre más de un tercio del continente euroasiático y, de una manera u otra, se considera siempre la parte dominante de ambos lados. Estados Unidos es la única alternativa real, separada por dos océanos y limitando en el extremo del globo, hasta el punto de que resulta difícil definir la latitud de Alaska - territorio que perteneció durante algún tiempo al imperio ruso - respecto de Chukotka o las inmensas extensiones del Ártico, que se disputa en pos de un futuro sin más divisiones que la brújula.
Los imperios anglosajón y ruso nacieron juntos en los albores del mundo moderno, en la sintonía entre Iván el Terrible e Isabel de Inglaterra, la "reina virgen" a quien se dedicó el primer Estado norteamericano, Virginia. Ambos proclamaron su separación definitiva de la Iglesia de Roma, en nombre de una superioridad moral y espiritual que se elevaba por encima de los cismas y compromisos de la fe con la política de los reinos europeos. La Iglesia Anglicana y la Iglesia Ortodoxa Rusa no son propiamente católicas ni protestantes y ni siquiera ortodoxas, en el sentido de la dependencia de otro centro como Roma y Bizancio, sino que representan formas de unión entre religión y política absolutamente diferentes y exclusivas, tanto en los siglos pasados como en la actualidad, obviamente en condiciones muy diferentes. El hecho es que el rey de Inglaterra sigue siendo la cabeza de la Iglesia, y en el régimen estadounidense de separación absoluta, los movimientos religiosos más comprometidos pueden condicionar la política más que todos los complots de los papas o cardenales europeos; por no hablar de la reedición de la sinfonía rusa entre el zar y el patriarca, que desafía cualquier dictado de la comunión bizantina, ya oficialmente rechazada por los rusos.
El Lejano Oeste americano de los cowboys fue precedido por el Lejano Oriente de los cosacos, con pueblos menores asiáticos en lugar de tribus indias y en ambos casos con flechas contra armas de fuego, tal como se representan en las pinturas rusas y las películas de Hollywood. Los rusos y los estadounidenses constituyen la misma solución de imperios multiétnicos con un pueblo dominante a nivel cultural, lingüístico, económico y religioso. Las versiones son obviamente muy diferentes: la Unión americana deja muchas competencias a los Estados individuales, mientras que la Federación Rusa no permite ninguna iniciativa independiente del centro moscovita; y si los estadounidenses ahora muestran arrepentimiento por el pasado colonial, Rusia lo reivindica como la gran tarea de civilización para con su inmenso territorio y para con el mundo entero, donde por otra parte los estadounidenses dominan desde hace un siglo.
A las consonancias de la historia y la geografía se asocian en tiempos más recientes las grandes diferencias de los sistemas políticos. Rusia nunca ha conocido la competencia democrática bajo los zares y los soviéticos, y mira el enfrentamiento de los partidos en Estados Unidos con una mezcla de burla y envidia. Los rusos siguen las elecciones estadounidenses completamente involucrados desde el siglo XIX, cuando el gran escritor León Tolstoi dedicaba artículos y sugerencias a los acontecimientos de ultramar y recibía a políticos y candidatos estadounidenses en su finca de Yasnaia Poliana; y en el siglo XX ocurrió lo mismo con los enfrentamientos entre Stalin y Roosevelt o entre Kennedy y Jruschov. Una confrontación que recibió especial atención fue la que se produjo entre Ronald Reagan y Walter Mondale en 1984, en el ocaso del imperio soviético. Los rusos apoyaban al demócrata Walter, cuya victoria vaticinaban todos los programas de la televisión soviética con la esperanza de un "diálogo progresista" que enalteciera a los trabajadores estadounidenses, y en contra del "hedonismo reganiano" que propugnaba un estilo de vida degradado e inmoral. Un tema que ha vuelto a ser de actualidad en la Rusia de Putin que defiende los "valores tradicionales", y que hoy deberían ser responsabilidad del rubio Donald más que del decrépito Joe, aunque no faltan dudas e incertidumbres en este sentido.
Las únicas elecciones estadounidenses que no despertaron una pasión especial en los rusos fueron las de Bill Clinton en 1992 y para el segundo mandato en 1996, cuando la Rusia postsoviética se encontraba inmersa en una vorágine incontrolable de democracia que nunca había experimentado. A decir verdad, en la primera presidencia de Boris Yeltsin no hubo enfrentamientos relevantes con opositores de otras tendencias, salvo las tensiones en el Parlamento a fines de 1993, cuando el presidente de la Rusia democrática resolvió la cuestión bombardeando la Casa Blanca a orillas del Moscova. El único choque político real tuvo lugar en 1996, cuando Yeltsin se enfrentó al comunista Gennadij Zjuganov, secretario del Partido resucitado tras la penitencia post soviética y abiertamente apoyado por la Iglesia ortodoxa. Quizás fue la única vez que se plantearon en Rusia dos mundos diferentes, concretando por fin el enfrentamiento entre los comunistas "eslavófilos" y los demócratas "occidentalistas" tan discutido en los salones de la intelictualidad del siglo XIX. No es casualidad que los estadounidenses hicieran todo lo posible para apoyar al ya decadente Yeltsin, que no pudo dar continuidad a su victoria y terminó entregando el país en manos de Vladimir Putin, poniendo fin para siempre a la breve aventura de la Rusia democrática.
Sin embargo, los rusos todavía sienten cierta nostalgia por los años '90, que se entrelazan con la época soviética. Si bien desde Stalin hasta Brezhnev se miraban los acontecimientos políticos estadounidenses en correspondencia con las estrategias de la Guerra Fría y se consideraba que los estadounidenses eran como niños grandes, siempre indecisos entre un bando y el otro (se utilizaba el término sarcástico amerikosy), ahora se recuerdan los encendidos desafíos en la televisión rusa durante los años "democráticos", cuando no existía el control del poder absoluto y estallaban peleas e insultos sin ningún límite. Hoy la gente se ve obligada a fingir que vota por la eterna reconsagración del zar, mientras que en aquel entonces había "intrigas", que el pueblo ruso no puede manejar por mucho tiempo, pero que hacen todo mucho más interesante e imprevisible. En el fondo, los rusos echan mucho de menos la emoción de un enfrentamiento de igual a igual, cuyos resultados no serán demasiado manipulados, y se ven obligados a actuar como espectadores externos tanto de las diversas elecciones en todo el mundo como de los eventos deportivos de los que están excluidos, pudiendo alentar como mucho a Georgia o Eslovaquia en el campeonato europeo, aunque al final quedan sólo con Turquía.
Otro factor que atrae e irrita al mismo tiempo a los rusos es la envidia por el estatus de superpotencia de Estados Unidos, cuyas contiendas electorales interesan a todo el mundo, mientras que las de los imperios euroasiáticos no tienen atractivo en otras latitudes. No hay comparación ni siquiera con las frágiles democracias europeas, donde el enfrentamiento entre Starmer y Sunak, o entre Macron y Le Pen, no resulta demasiado apasionante, aunque el Rassemblement National de esta última es la formación política más repleta de "agentes extranjeros" putinistas de todo el mundo. Los rusos detestan esas prerrogativas de los estadounidenses, sólo esperan que EE.UU. se desintegre y el dólar se desplome en los mercados mundiales, y los consideran los principales culpables de todos los males que se extienden por el planeta, y por eso mismo no pueden permanecer indiferentes a sus asuntos y a la personalidad de sus líderes. Se debate mucho sobre cuál será la actitud del próximo presidente con respecto a Rusia y la gente intenta apoyar al más odioso para justificar su irresistible resentimiento y termina inevitablemente por poner de relieve al que parece más favorable.
Fue verdaderamente grotesco cuando se anunció la victoria de Donald Trump en la Duma de Moscú, en noviembre de 2016, y todos los diputados se unieron frenéticamente en un gran aplauso. Los propagandistas más eufóricos caminaron por las calles de Moscú desplegando la bandera estadounidense, y en enero de 2021, cuando los partidarios de Trump irrumpieron en el Capitolio, los rusos idealmente se unieron a ellos, haciendo realidad uno de los sueños más recurrentes en las fantasías de la política mundial. Cuando los estadounidenses se retiraron de Afganistán en agosto de ese mismo año, los rusos decidieron que había llegado el momento de asumir el control del escenario global, hasta la invasión de Ucrania. Hoy vuelven todos esos sentimientos, con el añadido de que los dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos suman 160 años entre sí, lo que hace que el zar Putin, de 71, parezca la verdadera cara del futuro del mundo.
En efecto, Putin se apresuró a declarar que “los rusos nos tomamos en serio el hecho de que Trump, como candidato, declare que está dispuesto a detener la guerra en Ucrania, y no me cabe duda de que lo dice sinceramente". Esta elección de bando no necesariamente convencerá a todos los rusos de apoyar a Trump, aunque haya muy pocos partidarios de Biden; lo importante es convencer a todos de que la victoria será en cualquier caso favorable a Rusia, y englobará también a Estados Unidos en el "mundo ruso".
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