La guerra híbrida de las elecciones, una vuelta al pasado
Hay nostalgia por la simplificación soviética del mundo, que también fue bienvenida en el campo contrario. Y "hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande" resuena como un recuerdo del mundo infantil de Massachusetts tanto como del Cáucaso o Siberia.
Después de las elecciones en Georgia, Moldavia y Uzbekistán en estos últimos días, se espera el resultado de la gran final estadounidense del proceso electoral que este año ha tocado a casi todas las regiones y grandes países, en un contexto de tensiones bélicas que hacen que la decisiòn de los ciudadanos contribuya en un sentido u otro a la gran "guerra mundial electoral" colocándose en modo híbrido codo a codo con los soldados en el campo de batalla o con las víctimas bajo los escombros, junto a los drones y misiles que se abaten desde el cielo sobre las ciudades y arrasan también las casas, escuelas y hospitales.
La elección del presidente de los Estados Unidos resulta particularmente significativa para las posibles perspectivas de guerra o paz en Europa oriental, el Cáucaso, Asia central, Oriente Medio y muchas otras regiones del mundo. Queda por ver cómo reaccionarán los países afectados, especialmente los del mundo ruso, dramáticamente dividido entre Oriente y Occidente. En los últimos días hubo un debate entre los dos candidatos de la segunda vuelta para la presidencia de Moldavia, que han respondido a diez preguntas acordadas sin moderador, porque no se pudo encontrar uno que consideraran aceptable y neutral ambos contendientes, la presidenta saliente Maia Sandu y el prorruso Aleksandr Stoianoglo, este último proveniente de Gagauzia que preferiría unirse a Moscú antes que a Chisináu, ni mucho menos a Bucarest o Bruselas.
El resultado de la confrontación parece haber asignado una mínima preferencia a Sandu, quien trató de mostrar los resultados de los esfuerzos realizados en los últimos cinco años para mejorar la vida de los ciudadanos moldavos. Stoianoglo, sin embargo, respondió de una manera bastante genérica que Moldavia necesita mucho más, y ambos evitaron indicar explícitamente sus referencias internacionales, para mostrarse preocupados únicamente por el bien de sus ciudadanos. Un elemento revelador, sin embargo, indicó con claridad la diferencia sustancial entre ambos: el idioma rumano con el que discutían, el idioma oficial del país, Sandu lo domina a la perfección, mientras que Stoianoglo se expresa con una clara pronunciación rusa de fondo.
Este detalle despertó inmediatamente la reacción de todos los ciudadanos moldavos que presenciaban el debate, recordando tiempos pasados. Stoianoglo, un político de 57 años, magistrado y exfiscal general de Moldavia de 2019 a 2021, es en realidad un personaje que resurge del siglo pasado, un típico sovok, como se define al homo sovieticus, según la abreviatura de la palabra rusa sovetsky. Y esta es la realidad que hoy se está configurando, el efecto de las guerras y las elecciones: el retorno a la época soviética y a la guerra fría universal, más allá de las victorias o derrotas en el campo de batalla o en las urnas.
Según una definición de la revista londinense New Statesman de 1993, el sovok es "un hombre que ama los abedules y cree que solo crecen en Rusia, le gusta prohibir todo, dice que no a todo y trabaja en oficinas con puertas revestidas de cuero sintético". Realmente parece una descripción de lo que está ocurriendo entre Moscú, Tiflis, Chisináu y Tashkent, más allá de las personalidades individuales de los protagonistas de las disputas políticas. Se pensaba que treinta años después del fin de la Unión Soviética, estas actitudes de cerrazón y alejamiento del resto del mundo ya no existían, y en cambio todavía seguimos atados a aquellos tiempos, cuando no había teléfonos inteligentes ni computadoras, y mucho menos conexiones a internet, y el mundo estaba fijado en los "valores tradicionales" de poblaciones enfrentadas unas contra otras. De Putin a Stoianoglo, pasando por el georgiano Ivanishvili, el uzbeko Mirziyoyev y muchos otros, hoy predominan aquellos que prefieren concebir el mundo como un enfrentamiento entre "nosotros y ellos", y esto también se aplica en gran medida para los muy civilizados países occidentales desde Europa hasta Estados Unidos.
En Rusia, el sovok en realidad indica la pala para recoger arena o basura, y por lo tanto es un término despectivo en uso desde los años cincuenta del siglo pasado después de la muerte de Stalin, cuando se contraponían los sovki (plural de sovok) a los stiljagi, aquellos que adoptaban el "estilo" occidental, vestían jeans y amaban la música rock y el jazz, a diferencia de los soviéticos, encuadrados en las tétricas formas de vida impuestas por el totalitarismo estalinista. No es casualidad que algunos políticos rusos afirmen hoy que el colapso de la Unión Soviética comenzó con la moda de los jeans, que "ajustan las piernas y hacen que los hombres sean poco atractivos para las mujeres", como dice el presidente de la Duma, Viacheslav Volodin. De aquí proviene la definición de homo sovieticus de los sociólogos, que corresponde negativamente al boomer occidental.
El tipo antropológico soviético fue, en efecto, un proyecto explícito desde los tiempos de la revolución bolchevique, cuando el Comisario del Pueblo para la "iluminación" (prosveshchenie, en realidad Ministro de Cultura) Anatoly Lunacharsky propuso "moldear" a los niños pequeños, "doblar" a los adolescentes y "romper en pedazos" a los jóvenes para obtener nuevas generaciones confiables, como hoy parece ser una de las principales preocupaciones de la política educativa rusa, que viste a los niños de jardín de infantes con uniformes militares, con granadas falsas en sus cinturones. El ideólogo soviético Nikolái Bujarin proponía "convertir a las personas en máquinas vivientes", y la idea de la "ingeniería social" se propagó a través de la literatura, el cine y las manifestaciones masivas, como las que tendrán lugar los próximos días en Rusia con motivo de la gran fiesta del 4 de noviembre, Día de la Unidad Popular, que conmemora la victoria sobre los polacos y Occidente a principios del siglo XVII, y recuerda también la fiesta de la revolución de octubre el 7 de noviembre, el comienzo de la estación invernal.
El nuevo hombre soviético apareció verdaderamente en el siglo XX, y parece que nunca ha desaparecido, no solo en las personalidades de los mayores de setenta años, como el presidente Putin y el patriarca Kirill, sino también en las generaciones posteriores y en los países vecinos, a pesar de los cambios radicales de la sociedad en las últimas décadas en todas las latitudes. Hay nostalgia de la simplificación soviética del mundo, que también era bienvenida en el campo adversario, y "make America great again" resuena como un recordatorio del mundo infantil de Massachusetts tanto como el del Cáucaso o Siberia. El hombre del siglo XX, re-propuesto hasta el infinito en los algoritmos digitales, no es un luchador intrépido por la felicidad de todo el género humano como se le describe, sino un oportunista hipócrita y mentiroso, que no es capaz de vivir en forma autónoma y se atrinchera detrás de rancias proclamas ideológicas y pseudorreligiosas, que tiene miedo a las responsabilidades y a la contaminarse de los que son diferentes. Este es el sovok.
En Rusia, esta regresión a la época estalinista se acentúa con la crisis de los servicios sociales y de la distribución de productos de primera necesidad, cada vez más escasos y cada vez más caros, hasta el punto de que la mantequilla ha desaparecido casi por completo de las tiendas y supermercados, donde se la guarda bajo llave para evitar robos. En la Rusia soviética, la mantequilla y el aceite de oliva fueron sustituidos por aceites de cacahuete o de semillas, de baja calidad y malolientes, que daban a la cocina un carácter inconfundible que sólo se podía tolerar con abundantes cantidades de vodka, también de baja calidad. La tosquedad de las formas de comunicación de esa época se reproduce hoy de manera bastante descarada en el estilo del presidente Vladimir Putin, el clásico gopnik ("chico de la calle") soviético que resuelve los problemas del mundo cubriendo de insultos a todos los adversarios, y recurriendo a las manos en vez de abrir cualquier tipo de diálogo, que al fin y al cabo es la forma de comunicación típica de las redes sociales modernas.
Uno de los sociólogos más importantes de la URSS y de la Rusia postsoviética, Yuri Levada, sostenía la permanencia de la antropología social de tipo soviético incluso después del fin del régimen totalitario y en 2004, poco antes de su muerte, fundó el Levada-Centr, el centro más importante de análisis y estudios de la población de Rusia. En 2016 sus miembros publicaron una investigación según la cual los jóvenes que habían vivido en los últimos tiempos del régimen soviético, los que hoy tienen cincuenta años, no son muy diferentes de las generaciones anteriores de sus padres y abuelos. La Unión Soviética ha desaparecido, pero permanece el hombre soviético, que hoy se toma la revancha en Oriente y Occidente, en la guerra universal de los viejos y nuevos imperios, mirando al pasado más que al futuro.
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