22/05/2018, 11.47
RUSIA
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La Iglesia ortodoxa rusa quiere ‘formar cristianos dignos de tal nombre’

de Vladimir Rozanskij

Se aprobó un documento sobre los “Principios de la actividad de la Oficina misionera diocesana”. El programa misionero prevé la “creación de las condiciones para un participación activa de los neófitos en la vida de la parroquia, y para su sucesiva incorporación”.

Moscú (AsiaNews) – El 14 de mayo pasado, el Sínodo de los obispos ortodoxos rusos aprobaron un importante documento, titulado “Principios de la actividad de la Oficina misionera diocesana”. Se trata de un vasto y proyecto de evangelización que alcanza todos los niveles, orientado principalmente a la formación de fieles que están participando de manera escasa o nula en la vida de la Iglesia. El Patriarcado quiere, de esta manera, apartarse de una identificación de la religión con el “sentimiento nacional”, que ha caracterizado estas décadas de renacimiento religioso post-soviético, y hallar la manera de formar cristianos que sean dignos de este nombre.

La denominación de “Oficina misionera” sintetiza, por lo tanto, todas las dimensiones pastorales vinculadas a la formación, a la catequesis, a la re-evangelización de un pueblo que ha pasado del ateísmo a la fe de una manera quizás demasiado superficial, siguiendo el espíritu de la época y los eslóganes de la política. En efecto, no se trata de un programa misionero que apunte a territorios que aún deban ser “conquistados” por la fe ortodoxa, ateniéndose a la acepción clásica del término, si bien en el preámbulo se recuerda que “el testimonio misionero pertenece a la naturaleza misma de la Iglesia Una, Santa, Universal (Sobornaja, el término ruso para Católica) y Apostólica, y consiste en el anuncio de la Buena Noticia al mundo entero”.  

A la hora de distinguir “fines y objetivos”, el programa en realidad prevé “la formación de aquellas personas que, aún siendo bautizadas, no participan plenamente en la vida eclesial, y también de aquellos que, no siendo bautizados, pertenecen a pueblos que históricamente profesan la Ortodoxia”. En efecto, normalmente la definición de “fieles ortodoxos” se aplica partiendo de una base étnica, razón por la cual se calcula que el 80% de los rusos son hijos de la Iglesia Ortodoxa, excluyendo las etnias vinculadas a otras confesiones y religiones. Evidentemente, los obispos han decidido superar este enfoque puramente formal, sobre el cual se asentaba la estima por el “renacimiento religioso” de los últimos treinta años. Por lo tanto, se prevé apuntar a una catequesis intensiva, “pre-bautismal y post-bautismal”.    

El segundo gran objetivo de la “misión” es puramente defensivo: “lucha contra la amenaza sectaria, lucha contra la amenaza neo-pagana, prevención contra el extremismo religioso y los conflicto inter-confesionales”, reflejando más bien el ideal más radical de la Ortodoxia “militante” y custodio del alma verdadera del pueblo ruso. Solamente “en algunas regiones, la actividad misionera de las eparquías puede ser orientada al cuidado pastoral de las pequeñas poblaciones indígenas”, según una concepción “ad gentes”, menos tradicional en la Iglesias orientales, en comparación con católicos y protestantes.   

En efecto, en la historia rusa se pueden trazar ciertas analogías con la expansión católica, por ejemplo, en el continente americano o africano, según los tiempos de la progresiva colonización del inmenso territorio siberiano o asiático. Los antiguos reinos de los Kanes mongoles, que en Europa y en Oriente Medio adoptaron la religión musulmana, no dejaron legados religiosos específicos en las vastas zonas del Asia del Norte, donde se encuentran los más variados grupos étnicos aún ligados al paganismo, o a lo sumo, a formas poco desarrolladas del budismo. Las políticas de rusificación, que fueron particularmente intensas en el siglo XIX, en la práctica barrieron con el recuerdo de aquellas creencias, pero sólo en dimensiones estrictamente locales y de manera muy restringida. Los pueblos explícitamente budistas, por otro lado, no fueron blancos de conversiones forzadas, a tal punto que hay una región entera de la Rusia europea, la Kalmukia, donde aún se conserva el budismo como “religión de Estado”.  

A mediados del siglo XIX incluso se procedió a abrir una Academia Teológica explícitamente misionera en Kazán, la antigua capital del último kanato tártaro, que todavía hoy se erige como cabecera de la República federal del Tartaristán.  El objetivo de la misma fue principalmente hacer frente a la difusión del islam, además de la adquisición de un mayor conocimiento de las otras tradiciones religiosas orientales de los territorios del Imperio ruso. El resultado fue realmente interesante, permitiendo una integración de los musulmanes al Estado ortodoxo, que aún hoy puede constituir un modelo a ser imitado, incluso en otras partes del mundo.

El peligro del extremismo religioso al cual se hace referencia en el documento sinodal no se ciñe principalmente, por lo tanto, al “terrorismo islámico”, como en los países occidentales, salvo en el caso de las zonas más problemáticas como Chechenia o el Cáucaso. Las amenazas de las cuales se busca defender a la Ortodoxia, según el Patriarcado de Moscú, hoy en día se llaman Testigos de Jehová, Cienciología, o algunas formas poco controlables de pentecostalismo y bautismo evangélico, que la Iglesia rusa considera particularmente nocivas para la salud espiritual de la población. Hasta hace poco tiempo, también se incluía entre las filas de los enemigos al “proselitismo católico”, el cual en realidad jamás fue practicado por las nada numerosas comunidades católicas rusas, y que hoy el Patriarcado considera haber domado de manera definitiva.

Por ende, el programa misionero, a ser desarrollado en todas las casi trescientas eparquías ortodoxas, prevé “la creación de las condiciones para una participación activa de los flamantes bautizados en la vida de la parroquia y para su sucesiva incorporación”, usando un término típico del “renacimiento religioso” reciente, la “iglesificación” (votserkovlenie) de los neófitos. Se prevén “celebraciones misioneras” especiales, que deberán ser conjugadas con abordajes catequísticos: el rito bizantino ortodoxo, que se celebra en la antigua lengua eslava-eclesiástica, y que suele ser bastante poco comprensible para los fieles en general.

Una propuesta sobre la cual el mismísimo patriarca Kirill insiste desde hace tiempo es “la creación, en las parroquias más grandes, bajo la guía del sacerdote o del misionero parroquial (en caso de existir), de grupos de voluntarios que puedan ofrecer asesoramiento en la vida parroquial”, ejerciendo un rol similar al ejercido por catequistas o laicos colaboradores de las parroquias católicas o de las comunidades evangélicas, elementos poco tradicionales para la Ortodoxia. También se resalta la importancia de “la formación del clero para el servicio misionero”, que por otro lado también es algo necesario en Occidente, tal como insiste el mismo Papa Francisco. Otra iniciativa similar a las parroquias católicas son las “hojitas del Domingo”, y los “grupo del Evangelio”, donde se usará la lengua corriente en el estudio, en tanto es típicamente rusa la recomendación de la “actividad apologética” en la cual se pide prestar particular atención, incluso “en la web, en Internet, en la televisión y en la prensa, con un objetivo misionero”.

Por lo tanto, la Iglesia rusa busca apartarse del asfixiante abrazo estatal, aún cuando el documento aconseja “colaborar con las instituciones y los grupos sociales que sostengan los objetivos misioneros de la Iglesia”. El verdadero renacimiento religioso no es solamente el fin del ateísmo de Estado y de sus persecuciones, sino el crecimiento en la fe de las personas, y del pueblo entero.

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