La última cruzada de Rusia
La "religión del fuego" ha arrasado y destruido cientos de iglesias. Fue precisamente Kirill quien anunció el nuevo programa de restauración de edificios -que fueron derrumbados por los bombardeos que él mismo pidió y apoyó con sus oraciones.
Con el anuncio del 21 de septiembre, llamando a la movilización para el servicio militar cuando se cumplen siete meses de la invasión de Ucrania, Rusia abandonó la hipocresía de la "operación militar especial" para lanzarse a la última y desesperada campaña de guerra. Fue después de haber perdido -en pocas semanas- la mayor parte de los territorios conquistados en los meses anteriores. El referéndum -una farsa- en aquellos territorios ucranianos controlados por Rusia dará el pie para anunciar la "defensa del territorio nacional" en lugar de la grotesca "desnazificación" de las provincias en disputa.
Sería más apropiado llamar a todo el asunto de la guerra una "cruzada". Esto, visto el carácter espiritual y "metafísico" que se atribuye a toda la empresa del régimen de Putin y la Iglesia de Kirill para imponer su dominio sobre las tierras sagradas de Crimea, la región del Don y la costa del Mar Negro, desde donde los misioneros bizantinos llegaron a Rusia a finales del primer milenio. El día en que se anunció la movilización, en una nueva exhortación, el Patriarca de Moscú llamó a "restablecer la unidad de la Iglesia rusa y a no considerar a los ucranianos como enemigos", predicando desde el monasterio femenino de la Santa Concepción, en Moscú.
Como reiteró Kirill, "hoy nuestra patria, la Rus' histórica, atraviesa las pruebas más duras... sabemos cómo sufren nuestros hermanos ucranianos, mientras se intenta "reformatearlos" e incitarlos contra Rusia. Sin embargo, en nuestros corazones no debe haber lugar para tales sentimientos, pedimos al Señor que nos dé el valor necesario y fortalezca los sentimientos de fraternidad, que son la verdadera prenda de paz para las vastas tierras de la Rus'".
Lo cierto es que la respuesta a la movilización ha sido más bien escasa entre los rusos de entre 20 y 50 años que podrían ser convocados en los próximos días -hasta 300 mil personas, o incluso un millón, aunque las cifras exactas no han sido comunicadas. Se nota cierta audacia en la gente que sale a protestar en las calles contra la obligación de la guerra, en manifestaciones que han culminado con miles de arrestos; cunde el pánico y se multiplican los intentos desesperados de huir al extranjero, dejando atrás toda una vida.
Además, la convocatoria de reservistas parece un gran bluf, una amenaza desesperada y poco creíble: no hay medios ni instalaciones para preparar para la guerra a una masa de ciudadanos que no tienen ganas de luchar. En el mejor de los casos, adiestrarlos tomaría al menos dos o tres meses, pero para entonces enviar más tropas ya sería completamente inútil. Hasta ahora, los soldados en el campo de batalla proceden de las regiones asiáticas y caucásicas, una banda de pobres atraídos por las promesas de lujosos salarios y pensiones garantizadas. Carne de cañón que ya se está agotando, con decenas y decenas de miles de muertos, en su mayoría no reconocidos por el Estado.
Las contradicciones de la estrategia bélica de Rusia, y el énfasis en sus motivaciones religiosas, nos hacen volver atrás mil años, a la época de las Cruzadas para reconquistar Tierra Santa, que determinaron en gran medida el orden mundial que hemos vivido hasta hoy, entre Europa y el Mediterráneo. Los llamamientos a la guerra santa evocan la ardiente predicación de la Primera Cruzada, a la que invocó el Papa Urbano II durante una homilía en el Concilio de Clermont en 1095. La inmensa peregrinación armada de la Cristiandad occidental terminó en 1099 con la toma de Jerusalén, que Putin sueña replicar con la toma de Kiev. Las tropas de aquel entonces barajaban los principados y las periferias de las comunas en ciernes, pero no lograban afirmarse por mucho tiempo en los territorios conquistados. Y fue Saladino, el Xi Jinping del Medioevo, quien hizo añicos los sueños del Reino cristiano.
O se podría ver la guerra de Putin como una respuesta muy tardía a la mayor ofensa que los latinos infligieron al mundo ortodoxo. Nos referimos a la Cuarta Cruzada, que invadió Bizancio y estableció el Imperio Latino de Constantinopla, que duró desde 1204 hasta 1261. El papa Inocencio III, pontífice de San Francisco, la había convocado para recuperar las tierras arrebatadas por los musulmanes. Sin embargo, los diferentes grupos de cruzados, inspirados por los comerciantes venecianos, cometieron una de las peores tropelías de las guerras entre cristianos: aquel saqueo de Constantinopla que hizo decir a los griegos que "es mejor llevar el turbante de los sarracenos, que la tiara del papa".
La última y novena cruzada se celebró a finales del siglo XIII, tras el martirio de San Luis IX de Francia, el último monarca medieval que creyó realmente en la necesidad de liberar Tierra Santa para asegurar el futuro de la fe cristiana. Eduardo I de Inglaterra llegó a Túnez demasiado tarde y no logró salvarlo, como es probable que ocurra con los reservistas de Putin arrojados para defender el Donbass. El hermano de Luis, Carlos de Anjou, se dirigió a Acre para aprovechar la derrota en beneficio propio, como parece querer hacer el actual sultán Erdogan, que se encuentra muy a gusto en el clima de las Cruzadas, intentando jugar el papel de cristiano y musulmán a la vez.
La última Cruzada sólo obtuvo una tregua de once años, a la que no siguieron más aventuras caballerescas. Con ello, las órdenes de los Templarios y de San Juan se volcaron a las islas del Mediterráneo y a los países de Europa, con todas las demás historias de cismas y crueldades mutuas entre reinos que solo eran nominalmente cristianos. Un grupo de herederos de los templarios, los Caballeros Teutónicos, intentaron convertir a los paganos del Báltico y a los ortodoxos de la Rus al catolicismo. Fueron detenidos por un joven caudillo, San Alejandro Nevsky, al que los rusos post soviéticos acuden hoy en busca de inspiración. Y el círculo milenario se cierra.
Lo que subsiste es el miedo apocalíptico a la catástrofe nuclear, conjurado por Putin y sus ebrios secuaces a cada paso en falso de sus ejércitos. La última vez admitió casi cómicamente que "no es un bluf” -refiriéndose evidentemente a las críticas maliciosas que recibió anteriormente- pero lo cierto es que pocos le creyeron. Y continúa la retórica de las Cruzadas, inaugurada por el Patriarca Kirill desde los primeros días de la guerra y que permanece prácticamente inalterada hasta hoy. La "Santa Rus" justifica el "Russkiy Mir" de Putin, relanzando un cristianismo militante.
La "religión del fuego" ha arrasado y destruido cientos de iglesias, y el propio Kirill ha anunciado un nuevo programa de restauración de edificios derrumbados por los bombardeos que él mismo pidió y apoyó con sus oraciones. Entre las distintas jurisdicciones ortodoxas que compiten entre sí en las tierras ucranianas, las iglesias del Patriarcado de Moscú son las que más han sufrido. Así lo afirman las estadísticas publicadas por los sitios que han hecho un relevamiento de los destrozos.
En la región de Kiev se han desplomado 27 edificios de la UPZ (ex-moscovita) y 7 de la PZU autocéfala; en todo el país hay que reconstruir casi 200 iglesias, incluidas algunas católicas y protestantes. Más que las Cruzadas contra los infieles, las guerras de Kirill se parecen a los cismas de los siglos siguientes entre las distintas Iglesias europeas. Parece imposible esperar un giro pacifista de la sede patriarcal, ya que la simbiosis con el Kremlin es ya inseparable, a pesar de los llamamientos del Papa Francisco y del Consejo Ecuménico de las Iglesias. Y los nuevos reclutas del ejército tienen no sólo la bendición, sino también la obligación canónica de alzarse en defensa de la única fe.
En lugar del Anticristo contra el que se combate en Ucrania y Occidente, se necesitaría una nueva versión del Anticristo medieval excomulgado por el Papa. El emperador Federico II de Suabia acabó dirigiendo la Sexta Cruzada en los mismos días de la muerte de San Francisco, la única cruzada pacífica. Evitando los enfrentamientos militares y valiéndose de canales diplomáticos, el denostado "Puer Apuliae" acabó convirtiéndose en el "Stupor Mundi", logrando las mayores conquistas territoriales de todas las guerras en Tierra Santa, estableciéndose casi como el nuevo rey de Jerusalén y garantizando a los peregrinos el acceso a los lugares sagrados para siempre. El rey devorador de sacerdotes, que escribía sobre teología en manuales de caza de halcones, podría ser un modelo para papas y patriarcas, presidentes y generales, nuevos zares y nuevos reyes, en medio de la confusión, en esta era de la indescifrable Tercera Guerra Mundial.
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