Heridas profundas y nuevos pobres: el legado de la guerra «suspendida» entre Hezbolá e Israel
Líbano está sacudido por una profunda crisis humanitaria y social, que la elección de un presidente no basta para resolver. Entre los nudos sin resolver está la crisis nacional de la vivienda y el empleo. Crece la inseguridad alimentaria vinculada al hundimiento de la moneda, que ha perdido el 90% de su valor frente al dólar. El país importa más del 80% de sus necesidades, sobre todo en los sectores alimentario y sanitario.
Beirut (AsiaNews) - En Líbano ha comenzado la cuenta regresiva para la retirada del ejército israelí de las decenas de aldeas (del sur) ocupadas al final de la guerra con Hezbollah, que intervino junto a Hamas tras el acuerdo de alto el fuego del 8 de octubre de 2023 para el Estado judío. De conformidad con el pacto firmado el 27 de noviembre, se concedió una prórroga de otros 60 días a los militares israelíes para evacuar el País del Cedro y al «partido de Dios» proiraní para retirarse al norte del río Litani. La zona quedará entonces ocupada -y bajo el control- del ejército libanés y de la fuerza internacional Unifil. La retirada es inminente y debería completarse antes del 26 de enero, pero todo indica que ninguna de las partes en conflicto ha cumplido o cumplirá sus compromisos.
Pase lo que pase, y los próximos días servirán para arrojar luz al respecto, la razón por la que esta fecha es tan importante no es sólo porque esté en juego la soberanía del Líbano. De hecho, decenas de miles de libaneses de esta zona esperan impacientes, con familiares o en centros de acogida, la fecha límite del domingo para regresar a sus hogares. Este es uno de los principales aspectos humanitarios de la crisis en Líbano, donde 200.000 viviendas han sido destruidas por los ataques israelíes y reconstruir lo que ha sido devastado por la guerra llevará años. Todo ello a condición de que el país se estabilice políticamente, algo que aún está lejos de ser seguro.
Es evidente que la elección de un nuevo presidente de la República no puede por sí sola resolver los problemas y, agitando una varita mágica, borrar la dramática realidad social que atraviesa Líbano: empezando por la difícil situación de un número creciente de niños, que no tienen suficiente comida para alimentarse (uno de cada tres, según el Programa Mundial de Alimentos); y de nuevo, la de las familias que han perdido su casa y/o su trabajo; la de los «nuevos pobres», cuyos ahorros están bloqueados por los bancos; la de los más de 1,5 millones de sirios que esperan en tiendas de campaña a que su país vuelva a la normalidad; el de los cientos de miles de palestinos que languidecen en campos insalubres, anhelando volver algún día a su patria; el de los cientos de trabajadoras migrantes abandonadas a su suerte por sus empleadores desplazados; el de la clase política corrupta que ha arruinado la reputación de solvencia del país.
Según el P. Michel Abboud, presidente de Cáritas-Líbano, más de 200.000 libaneses aún no han regresado a sus hogares, dos meses después del final de la guerra que ha arrojado a las calles y plazas a cerca de 1,2 millones de refugiados libaneses y sirios. Según los datos presentados recientemente por el ministro de Asuntos Sociales, Hector Hajjar, al término de una campaña en la que han participado más de 500 trabajadores sociales, hay 182.189 familias incluidas en los programas de ayuda de emergencia para los libaneses desplazados por la guerra. Las necesidades se concentran principalmente en los distritos de Saïda, Nabatiyeh, Beirut, Tiro y Aley.
Tras el hundimiento del valor de los reembolsos del Fondo Nacional de Seguridad Social (NSSF) debido a la devaluación de la libra, que ha perdido el 90% de su poder adquisitivo, los programas de asistencia social existentes, financiados en parte por el Banco Mundial, son limitados. Hasta la fecha, sólo pueden beneficiarse de ellos las familias en situación de extrema pobreza. Como consecuencia, amplios sectores de la población están expuestos al hambre, no pueden permitirse medicinas, y mucho menos atención hospitalaria, y sufren otras privaciones, como el abandono escolar y el trabajo infantil. Según Layal Abou Rahal, subdirectora de la oficina de Afp en Beirut, que transmite las estimaciones de la ONU, «el 55% de los libaneses vive por debajo del umbral de la pobreza, con menos de 4 dólares al día». Además, según el psicoterapeuta Robert Caracache, responsable de la asociación Foyer de Lumière, las familias «luchan por sobrevivir, los niños rebuscan en la basura, trabajan en tiendas o realizan trabajos extenuantes para proveer al hogar de alimentos y artículos de primera necesidad».
A las penurias que sufren los libaneses, sobre todo las familias desplazadas, se suma la pérdida de empleo y el colapso laboral. Según el Banco Mundial (BM), durante la guerra se perdieron unos 166.000 puestos de trabajo, sin contar las pérdidas agrícolas y los daños de todo tipo, estimados en unos 1.200 millones de dólares. Para mantener un nivel de vida aceptable», explica a AsiaNews Victor F., propietario de un viejo edificio que ya no le produce ingresos debido a la congelación de los alquileres, »he reducido al máximo mi alimentación. También me he prohibido ir a restaurantes, he pospuesto al máximo los tratamientos dentales y oftalmológicos, y he reducido o pospuesto todos los gastos de seguro y mantenimiento del coche».
Detrás de la ostentación de algunos barrios ricos de Beirut o de provincias, de los restaurantes chic y de las estaciones de esquí, están también los «nuevos pobres», miembros de una clase media cuyos ahorros están atrapados en los bancos, víctimas del hundimiento de las entidades de crédito en 2019. Seis años después, todavía no se ha aceptado la auditoría de las cuentas realizada por la firma Alvarez and Marshall, que debe repartir la responsabilidad entre el Estado, el Banque du Liban y los bancos privados por el colapso de unos 70.000 millones de dólares de ahorros privados y empresariales.
Está muy bien hablar de la capacidad de recuperación de los libaneses, pero el choque de la última guerra entre Israel y Hezbolá ha sobrecargado una situación ya precaria, dejando profundas cicatrices en la población. Es cierto que muchos libaneses viven de las remesas enviadas por los expatriados, estimadas entre 6.000 y 7.000 millones al año, pero se trata de limosnas cuyo valor y regularidad no pueden ser sustitutos permanentes de los salarios e ingresos de empleos estables, ni la base para construir el futuro.
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